AdiÓs A La Luna

La Casa del Trono Silente

La noche siguiente al intento de secuestro, Lunae no podía dormir.
Sus ojos miraban al techo del refugio, pero su mente vagaba en otra parte.
El tacto de los fanáticos aún quemaba en su piel.
El eco del dios susurraba en su pecho.
Y el deseo —crudo, confuso— aún palpitaba entre sus muslos,
como si su cuerpo recordara lo que ella intentaba olvidar.

Kaïron dormía.
Eryon vigilaba en silencio.
Y Lunae, sin decir nada, se levantó y caminó hacia la oscuridad.

La encontró.
A la mujer del vestido blanco.
Esperándola como si supiera que vendría.

Tenía el cabello largo, plateado como el hielo,
y ojos tan oscuros que no reflejaban la luz.

—Lunae —dijo con una voz suave como terciopelo—.
Al fin.

Estaban en un jardín oculto, en un rincón que no existía en el mapa.
Las estatuas los rodeaban: figuras femeninas con alas negras y coronas rotas.
El aire olía a incienso y vino.

—¿Quién sos? —preguntó Lunae, sin retroceder.

—Una devota.
Una guardiana.
Una testigo.
Y pronto, si aceptás… tu hermana de trono.

La mujer se arrodilló ante ella.
Le besó la mano.
No como una sierva.
Como una reina reconociendo a otra.

—Nuestra orden se llama La Casa del Trono Silente.
Y vos, Lunae…
sos el regreso.

—¿El regreso de qué?

—Del equilibrio.
De la luna con dos rostros.
De la madre del final.

Lunae intentó retroceder.
—No quiero un trono.

La mujer sonrió.
—Nadie quiere un trono.
Hasta que se sienta en él.

Y entonces extendió la mano.
Una luz surgió del aire.
Y ante ella se formó un espejo flotante,
hecho de agua, sangre y luna.

Lunae se vio reflejada…
pero no como era.

Sino como sería:
Vestida de negro.
Corona torcida.
Ojos como los del dios.
Y el mundo ardiendo detrás de ella.

—Eso es lo que venimos a ofrecerte —susurró la mujer—.
No adoración.
No miedo.
Poder real.
Legado.
Una era donde nadie más te toque sin tu permiso.
Donde los dioses te obedezcan…
y los hombres te teman.

Lunae sintió un escalofrío recorrerle la columna.
Porque, por primera vez…
la idea no le pareció repulsiva.
Le pareció…
tentadora.

Pero entonces, Kaïron irrumpió en el jardín.
Su espada brillaba con furia.
Eryon detrás, como un fuego desatado.

—¡¿Qué hiciste, Lunae?! —gritó Kaïron—
¡Estás marcada! ¡La trampa fue puesta!

Ella miró su mano.
Donde la mujer la había besado…
otra marca se encendía.
Otra puerta.
Otro vínculo.

Y una nueva voz en su mente dijo:

> —Mi reina… ya comenzamos a construir tu templo.
Pronto, vos decidirás a quién bendecís…
y a quién destruís.




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