AdiÓs A La Luna

Lo que Arde

La marca en su mano aún brillaba cuando entraron.

Lunae dio un paso atrás, pero no de miedo.
Lo hizo porque en sus ojos ya no había ternura…
había fuego.

Kaïron la miraba como si fuera una enemiga.
Y Eryon… como si no supiera si besarla o romper todo a su paso.

—¿Qué hiciste? —preguntó Kaïron, la voz áspera, casi ronca.
—¿Otra marca? ¿Otra orden secreta? ¿Ahora sos su reina también?

—No lo entienden —dijo Lunae, firme—.
No es tan simple. Ellos…

—¡No! —la interrumpió Eryon, cruzando la distancia en un segundo—.
No vas a justificarlos. ¡Te marcaron, Lunae!
Y vos… dejaste que lo hicieran.

Ella lo empujó. No con violencia.
Sino con rabia contenida.
—¿Y qué querés que haga?
¿Esperar a que me maten todos?
¿A que me rompa en pedazos por complacerlos a ustedes, al dios, a las visiones?

Kaïron avanzó también.
Su respiración era pesada.
—Queremos que seas vos.
No la luna coronada.
No la madre profética.
Vos. La mujer por la que quemaríamos el mundo.

Lunae parpadeó, dolida.
—Ya no sé si queda algo de esa mujer…

Silencio.
El tipo de silencio que no es vacío.
Sino preámbulo de algo que va a estallar.

Eryon dio un paso más.
Kaïron no lo detuvo.

Y entonces, lo dijo:

—Si vas a perderte,
al menos perdete con nosotros.

El beso no fue suave.
Ni siquiera fue uno.
Fue una toma de posición.

Eryon la sujetó de la nuca,
con una urgencia casi salvaje.
Kaïron la tomó de la cintura por detrás,
su cuerpo firme contra el de ella.

—Dijiste que no querías un trono —murmuró Eryon contra su boca—.
Entonces dejá de actuar como si no te gustara reinar sobre nosotros.

La marca en su pecho latía.
Y la del dios, también.
Pero esta vez, no respondió.
No se encendió.
No interrumpió.

Porque lo que pasaba ahí no le pertenecía.
Era de ellos tres.
Sangre.
Furia.
Deseo.
Y amor… del tipo que duele.

Kaïron la besó en el cuello, al mismo tiempo que Eryon descendía hacia su clavícula.
El deseo no era caricia…
Era necesidad.
Y el mundo podía arder después.
Ella, entre ambos, por primera vez no se sintió marcada.
Ni usada.
Ni poseída.

Se sintió amada.
Elegida.
Viva.

Pero entonces…

un chillido atravesó el aire.
No humano.
No animal.

Una grieta invisible se abrió en el suelo.
Y desde dentro…
una voz dijo:

> —Se acercan los portadores del juicio.
Su elección no es libre…
aún.

Eryon levantó la cabeza.
Kaïron retrocedió.

Lunae, de pie entre ambos, temblaba.

Porque esa voz…
no era del dios antiguo.
Era de otro.
Uno más viejo.
Uno… que ni siquiera los dioses recordaban.




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