AdiÓs A La Luna

El Nombre Olvidado

La grieta se cerró…
pero su eco no se fue.

Lunae quedó inmóvil.
Su cuerpo temblaba, pero no por miedo.
Había algo en esa voz que la tocaba en lo más hondo.
Algo que no venía de afuera,
sino de dentro.

Kaïron desenvainó su espada.
Eryon cargó energía en las palmas.
Ambos rodeaban a Lunae como si pudieran protegerla…
pero ella no quería protección.

—No lo sienten… —susurró.
—¿El qué? —preguntó Kaïron.

Ella se tocó el vientre.
—Él… está despierto.

En sus sueños esa noche,
Lunae caminó por un mundo que no existía.
Oscuro.
Sin cielo.
Sin tiempo.

Las estrellas no brillaban.
El aire no era aire.
Y en el centro, una figura…

gigantesca, andrógina, cubierta de cenizas.
Sin rostro.
Sin cuerpo definido.
Solo presencia.
Un corazón latiendo en el vacío.

Cuando ella se acercó,
la figura habló,
y su voz no fue sonido,
fue un temblor en el alma:

> —Fui olvidado por los dioses.
Temido por los primeros.
Silenciado por el cielo.

Y vos, Lunae…
me acabás de nombrar sin decir mi nombre.

Ella cayó de rodillas.
No por dolor.
Sino por peso.
Como si el universo entero la aplastara.

> —Sos la marca viva del cambio.
No por la corona.
No por el hijo.
Sino porque vos…

sos el final de la historia anterior.
Y el principio de la nueva.

La figura extendió una mano,
hecha de sombra, agua, luz y fuego a la vez.
En su palma, una semilla flotaba.
Negra. Viva.
Palpitante.

—¿Qué es eso? —preguntó Lunae.

> —Tu opción.

Si la tomás, todo cambiará.

Lo que amás… puede morir.
Lo que odiás… puede renacer.

Vos vas a decidir si el mundo se salva.

O si lo empezamos de nuevo… desde el polvo.

Lunae miró la semilla.
La sintió llamarla.
Su vientre respondió.
Sus marcas ardieron.
Los recuerdos de Kaïron y Eryon destellaron en su mente.

Pero también los gritos de las sectas.
Los besos falsos.
El deseo que la rompía.
El dios que la tocaba desde dentro.
La soledad… la verdadera.

Y entonces, en su sueño,
tomó la semilla.

No la tragó.
La guardó.
Entre su carne.
Donde nadie más pudiera alcanzarla.

Despertó empapada en sudor.
Kaïron dormía a su lado.
Eryon la observaba, inquieto.
Y en su mano…
un símbolo nuevo había aparecido:
una espiral hecha de fuego negro.

Ella lo cubrió.

—¿Estás bien? —preguntó Eryon.

Lunae no respondió.

Porque por primera vez…
sabía algo que los demás no.
Había otra fuerza en juego.
Una que ni los dioses entendían.
Una que ella había traído.

Y tarde o temprano…
alguien iba a pagar el precio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.