El amanecer no llegó con luz.
Llegó con un pulso.
Un temblor leve, imperceptible para los hombres,
pero no para los que llevaban fuego en la sangre.
Lunae se incorporó con un sobresalto.
Su piel ardía.
Los bordes de la marca que el dios antiguo había dejado
latían como un corazón dormido que, de pronto,
recordaba cómo latir.
Kaïron abrió los ojos al mismo tiempo.
Su mirada fue directa, precisa, peligrosa.
—Lo sentiste —dijo él sin dudar.
—Sí —respondió Lunae, con la voz entrecortada—.
Él también lo recordó.
Asher...
El nombre flotó entre los dos como un hechizo.
El aire se espesó.
Eryon, desde la entrada de la cueva, tensó la mandíbula.
Sabía que algo estaba mal.
Muy mal.
> —El equilibrio se rompió —dijo el guardián con voz grave—.
Si ambos despiertan, el fuego negro buscará su unión.
Y si eso ocurre…
los antiguos volverán.
Kaïron se levantó de golpe.
Su aura crepitó como un relámpago contenido.
—No dejaré que eso pase.
—No podés detenerlo —le replicó Lunae—.
No se trata de elección.
Se trata de destino.
Mientras tanto,
en una fortaleza al otro lado del continente,
Asher se arrodillaba en el suelo de piedra,
jadeando, con los ojos abiertos de par en par.
A su alrededor, los muros temblaban.
El fuego negro se filtraba por las grietas del piso,
subiendo como raíces vivas.
Él no lo temía.
Lo conocía.
—Seraphis… —susurró con reverencia y dolor.
Un recuerdo nítido le atravesó la mente:
ella, frente a él,
ambos en el principio,
creando mundos con una sola mirada,
desafiando al vacío.
Y luego… la traición.
La división.
El olvido.
De vuelta en la cueva, Lunae se tomó el pecho.
Sintió el tirón.
Un lazo invisible la unía a él,
como una cadena de fuego que cruzaba dimensiones.
> —Está cerca —murmuró—.
Se dirige hacia mí.
Eryon desenvainó su espada.
Kaïron se interpuso.
—Si llega hasta acá, no habrá marcha atrás.
—No la habrá —confirmó Lunae—.
Porque ya empezó.
El fuego negro surgió de sus palmas,
envolviéndola en un espiral lento y hermoso.
Sus ojos se tornaron del color del eclipse,
y en su voz se mezclaron miles de voces,
antiguas, rotas, divinas.
> —Que la luna se prepare…
porque el origen ha sido recordado.
El suelo tembló.
Las piedras se agrietaron.
Y, en el horizonte,
una sombra se alzó del bosque: Asher,
cruzando el aire con una tormenta detrás.
Sus miradas se encontraron antes del choque.
El fuego negro los rodeó,
como si el universo mismo los empujara a unirse.
Pero entre ellos,
Kaïron avanzó, con el brillo plateado de su espada
y el corazón dividido entre amor y deber.
> —Entonces que el destino elija —dijo él.
Y desató su propio fuego.
No negro.
No blanco.
Dorado.
El aire explotó.
Tres llamas distintas chocaron en un solo punto.
La luna, arriba, se tiñó de rojo oscuro.
Y los antiguos, dormidos bajo las ruinas del mundo,
abrieron un ojo.