Esa noche no hubo cielo.
Solo una negrura espesa que cubría todo, como si el firmamento se hubiera cerrado sobre sí mismo.
Lunae no podía dormir.
Cada vez que cerraba los ojos, escuchaba susurros…
no en el aire, sino dentro de su mente.
Eran palabras antiguas, un lenguaje que reconocía sin entenderlo.
Y, sin embargo, sabía lo que querían decir.
> “Luz nacida del fuego.
Carne que fue promesa.
El abismo te observa… y te reclama.”
Abrió los ojos de golpe.
El fuego negro se agitó bajo su piel como una criatura viva.
Asher dormía a pocos pasos, su cuerpo apenas cubierto por una manta.
En su pecho, la misma marca latía, sincronizada con la de ella.
Lunae se levantó sin hacer ruido.
Salió de la cueva y se dejó envolver por el aire helado.
El valle seguía humeando.
A lo lejos, entre las ruinas, pequeñas luces se movían: antorchas.
Los Hijos del Eclipse patrullaban, buscándolos.
Pero no eran ellos lo que la inquietaba.
Era esa voz.
Esa presencia que la acompañaba incluso en la soledad.
—¿Qué eres? —susurró al aire.
—Soy lo que dejaste entrar, —respondió la voz desde dentro de su cabeza—.
Soy el fuego que no muere, el deseo que no se apaga.
Fuiste mía una vez, Lunae. Lo serás siempre.
Su cuerpo se estremeció.
No de miedo… sino de una atracción oscura e imposible de negar.
—No volverás a controlarme —dijo entre dientes.
—¿Controlarte?
Yo te creé.
El aire se volvió más pesado.
El fuego negro emergió de su piel en hilos finos, flotando como humo.
Y en medio de ese vapor oscuro, la sombra del dios antiguo se dibujó frente a ella.
Ya no era solo una voz.
Era una forma.
Alta, imponente, mitad humano, mitad noche.
Su rostro no podía verse del todo, pero sus ojos brillaban como carbones.
—Eres solo un recuerdo —dijo Lunae.
—Soy la raíz de tu poder, —replicó él—.
Tu fuerza nace de mi deseo. ¿Crees que puedes usar el fuego sin aceptar su origen?
Ella retrocedió un paso.
Pero el fuego negro la siguió, rodeándola.
El dios extendió una mano hecha de sombras, casi rozando su rostro.
—Escucha, Lunae. No estoy aquí para destruirte.
Estoy aquí para advertirte.
Las sectas no buscan matarte. Quieren lo que llevas dentro.
Lunae lo miró con incredulidad.
—¿Mi hijo?
—No es solo un hijo.
Es la llave. El nuevo fuego. El que decidirá si el mundo sigue respirando o se consume.
Su corazón se detuvo un instante.
No entendía cómo sabía… pero lo sabía.
Desde el eclipse, había sentido el latido dentro de sí.
Un pulso pequeño. Antiguo. Inhumano.
—No permitiré que nazca bajo tu nombre —dijo ella con firmeza.
El dios sonrió apenas.
—Entonces tendrás que enfrentarte al destino mismo.
Y el destino no sangra, Lunae… pero tú sí.
El fuego negro se disipó de golpe, como si el viento hubiera exhalado.
Ella cayó de rodillas, jadeando.
Sus manos temblaban.
Y bajo la piel, la marca volvió a arder.
Asher apareció de pronto, alarmado.
—¿Qué pasó? —preguntó, tomándola por los hombros.
—Él estuvo aquí —susurró ella—.
El dios.
Quiere a nuestro hijo.
Asher la miró, incrédulo.
Por un momento, el silencio pesó entre ellos como una confesión imposible.
—¿Nuestro… hijo?
Ella asintió.
Y en ese gesto, el fuego negro se agitó otra vez, más fuerte que nunca.
No era solo suyo.
Era de ambos.
Y el dios lo sabía.
---
A la distancia, los Hijos del Eclipse se arrodillaban ante una figura encapuchada.
Uno de ellos levantó la cabeza.
—Ha comenzado —dijo—.
El fuego renace en dos cuerpos.
Y el hijo del eclipse… está en camino.
---
Lunae miró al horizonte.
El cielo comenzaba a sangrar tonos rojos, como si la luna nueva quisiera asomar.
—No hay vuelta atrás —dijo.
Asher tomó su mano.
—Entonces iremos hasta el final.
Y en el aire, muy lejos, el eco del dios antiguo resonó como un trueno contenido:
> “El fuego negro no destruye.
Solo revela lo que siempre estuvo dormido.”