AdiÓs A La Luna

EL PRECIO DEL PODER

El amanecer nunca llegó.
Durante tres días, el sol se negó a salir.
Solo la luna roja permanecía suspendida, como un ojo abierto sobre las ruinas humeantes del santuario.

El fuego negro se había apagado, pero no del todo.
Quedaban brasas ocultas bajo la piel de Lunae, un resplandor oscuro que latía con cada respiración.

Asher la observaba desde la distancia, sentado junto a Kaïron, quien aún sangraba por la herida del combate.
El silencio era tan espeso que parecía tener peso.

—No está dormida —susurró Kaïron—.
La escuché hablar… con algo.

Asher apretó los dientes.
—El dios.
—Sí.
—¿Y qué te hace pensar que ella todavía le pertenece? —preguntó Asher, casi con furia contenida.
Kaïron lo miró, con una media sonrisa cansada.
—Porque los dioses nunca sueltan lo que crean.

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Lunae abrió los ojos.
Su piel ya no tenía el brillo pálido de antes.
Ahora reflejaba una sombra, como si la noche se hubiese adherido a ella.

Escuchó la voz dentro de su cabeza.

> “Tu fuego ya no es de este mundo.
Pero aún puedes decidir a quién consumir.”

Se levantó, y al hacerlo, las brasas en su cuerpo encendieron un resplandor tenue.
Sus pasos dejaron huellas quemadas en el suelo.

—¿Dónde están los demás? —preguntó al aire, aunque sabía la respuesta.
Asher apareció detrás de una columna destruida.

—Aquí.
Lunae lo miró, y por un instante, la distancia entre ellos se llenó de recuerdos:
las noches bajo la lluvia, los juramentos que hicieron antes de la guerra, las promesas que ahora pesaban como maldiciones.

—No te acerques —dijo ella—. Puedo hacerte daño.
—Ya lo hiciste —respondió él, sin moverse.
—No hablo de eso.
—Tampoco yo.

Lunae desvió la mirada.
—El fuego negro se alimenta de lo que amo. Lo siento arder cuando te miro.
—Entonces mírame hasta que no quede nada.

Ella sonrió con tristeza.
—No sabes lo que decís.
—Sí lo sé —replicó Asher, dando un paso hacia ella—. Prefiero arder contigo que vivir en esta oscuridad sin vos.

El aire se estremeció.
El fuego negro en el pecho de Lunae se agitó como una criatura viva.
Asher levantó una mano, rozando su mejilla.
Y el fuego, en lugar de consumirlo, lo envolvió suavemente.
Como si reconociera su alma.

Por un instante, el dios dentro de ella pareció dudar.
La marca en su piel brilló, revelando un patrón que Asher nunca había visto: un símbolo antiguo, mitad lunar, mitad solar.

—¿Qué significa? —preguntó él.
—Que el dios… no es el único que dejó su huella.
—¿Quién más?
—Mi madre —susurró Lunae—. Y la tuya.

Asher retrocedió, confundido.
—¿Qué estás diciendo?
—Que nuestros linajes fueron sellados mucho antes de que naciéramos.
Que esta guerra no empezó con nosotros… sino con ellos.

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Mientras tanto, en las montañas del norte, una figura avanzaba entre la niebla: Eryon.
Su cuerpo estaba marcado por cicatrices oscuras, sus ojos brillaban con un fuego enfermo.
Y detrás de él, los restos de los Hijos del Eclipse lo seguían como sombras rotas.

Delante, una cueva custodiada por estatuas ennegrecidas lo esperaba.
Eryon se arrodilló.
—Hice lo que pediste.
—Y sin embargo, ellos siguen vivos —dijo una voz profunda, tan antigua que parecía provenir de la piedra misma.

Eryon tembló.
—Dame otra oportunidad, Señor de las Sombras.
—No me ruegues, siervo —la voz tronó—.
Prepárate.
Pronto vendrá la luna nueva, y cuando eso ocurra…
Ella me pertenecerá por completo.

Una ráfaga de fuego negro envolvió a Eryon.
Y el eco de una risa resonó en la cueva.

---

Esa noche, Lunae despertó sobresaltada.
El fuego dentro de ella ardía con violencia.
Vio a Asher dormido a su lado, exhausto.
Y en la distancia, sobre las ruinas, una sombra se movía.

Era Kaïron, de pie, mirando el horizonte.
Su silueta temblaba como si algo lo corroía desde dentro.

Lunae se acercó despacio.
—¿No podés dormir?
Él no respondió.
Cuando ella se puso frente a él, vio su mirada… y el resplandor oscuro en sus venas.

—No… —susurró ella.
Kaïron sonrió con tristeza.
—El fuego me alcanzó también, Lunae. No fui lo bastante rápido.
—Puedo curarte.
—¿Con qué? —preguntó él, riendo con amargura—. ¿Con más fuego?

Lunae bajó la cabeza.
Él la tomó del mentón.
—No te culpes.
Pero cuando el viento sopló, el resplandor en su pecho se intensificó.

> “Todo lo que tocas, se quema.”
La voz del dios resonó dentro de ella.

Lunae apretó los puños.
Y esa noche, sin decir nada, juró una cosa:
que si el fuego debía consumir el mundo, lo haría solo cuando ella lo decidiera.




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