AdiÓs A La Luna

Traición en la noche

La niebla se deslizó entre los árboles como un animal silencioso.
El campamento estaba dormido, salvo por los ecos de los lobos en la distancia.
Lunae permanecía junto al fuego, los ojos fijos en las llamas.
Cada chispa parecía hablarle en un idioma que nadie más podía comprender.

—No deberías quedarte sola —susurró una voz detrás de ella.

Era Kaïron.
Su rostro estaba pálido, marcado por las sombras del fuego negro que aún latían en su piel.
Lunae no lo miró.
—No puedo dormir.
—Lo sé —respondió él, sentándose a su lado—. Yo tampoco.

El silencio entre ellos pesó más que cualquier palabra.
Ella podía oír su respiración, el roce del metal de su armadura, el pulso desacompasado que vibraba bajo su piel.
Por un momento, recordó otra vida: cuando Kaïron fue su protector, su sombra leal, antes de que Asher apareciera.

—¿Qué ves cuando miras el fuego? —preguntó él.
—Mi destino —respondió sin pensarlo.
—¿Y si pudieras cambiarlo?
—No puedo. Está escrito en mi sangre.
Kaïron la miró, los ojos ardiendo.
—Entonces que arda conmigo.

Antes de que ella pudiera reaccionar, la besó.
Fue un beso breve, desesperado, con el sabor del hierro y del miedo.
Lunae lo apartó con fuerza.
—No…
—No digas que no lo sentiste —gruñó él, y por un instante el fuego negro en su pecho se encendió como un reflejo del suyo.

Lunae retrocedió, temblando.
—Eso no eres tú.
Kaïron sonrió con tristeza.
—Ya no sé quién soy.

El viento sopló, levantando las cenizas del campamento.
Un aullido lejano hizo eco entre los árboles.
Y entonces, un grito rompió el silencio.

---

Asher despertó sobresaltado.
El suelo temblaba.
El aire se llenó de un zumbido extraño, como el rugido de mil voces al mismo tiempo.

—¡Lunae! —gritó, buscando su espada.

Pero lo que encontró fue Eryon.
O lo que quedaba de él.

Su cuerpo era una mezcla de carne y sombra.
Sus ojos, pozos de fuego líquido.
Cuando habló, su voz no era suya:

> “El eclipse se acerca, hijo del sol.
El fuego volverá a reclamar lo que la luz robó.”

Asher alzó su arma, pero el suelo se abrió bajo sus pies.
De la grieta surgieron manos, sombras con forma humana.
Soldados caídos, revividos por el poder del dios antiguo.

Kaïron se interpuso, aún sangrando, empuñando una lanza forjada en luna rota.
Lunae levantó ambas manos, y el fuego negro rugió en respuesta.
Las llamas no eran naturales: danzaban como criaturas vivas, girando en torno a ella, protegiéndola, obedeciéndola.

—¡Lunae, no! —gritó Asher—. ¡Te está usando!
—No, Asher. Esta vez soy yo quien lo usa a él.

El fuego se expandió como una ola.
Las sombras se desintegraron con chillidos guturales.
Eryon cayó de rodillas, la carne derritiéndose como cera.
Pero en su rostro, una sonrisa deformada permaneció.

> “Has elegido el fuego, no el amor.”

El eco de sus palabras retumbó mientras su cuerpo se deshacía.
Lunae cayó al suelo, exhausta.
Asher corrió hacia ella, tomándola entre sus brazos.

—Mírame —le susurró—. Mírame, Lunae.
Ella abrió los ojos lentamente.
Por un instante, no reconoció su rostro.
Luego, con un hilo de voz, dijo:
—Vi… su reflejo en Eryon.
—¿El dios?
—Sí. Y algo más. Una marca nueva…
—¿Dónde?
Ella tomó su muñeca.
Bajo la piel, un símbolo ardía: una espiral doble, como dos lunas entrelazadas.

Kaïron la observó desde lejos.
Su mirada no era de celos, ni de dolor.
Era algo más profundo.
Como si comprendiera al fin lo que él también era.

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Horas después, la lluvia comenzó.
El fuego se apagó lentamente, dejando solo brasas rojas como corazones moribundos.

Asher dormía, sosteniéndola.
Lunae no podía.
Su marca ardía.
Y dentro de su cabeza, la voz volvió a hablarle:

> “Eryon fue solo el principio.
Cuando la luna desaparezca, vendré por ti.
Y esta vez… no despertarás sola.”

El trueno rugió.
Y en el reflejo del agua, por un instante, la vio:
una figura femenina de plata, llorando desde el cielo —la primera luna, Elaith—, observándola con un amor que dolía.

Lunae comprendió entonces que no solo la oscuridad la reclamaba.
La propia luz también la necesitaba.

Y ese doble llamado era su verdadera condena.




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