AdiÓs A La Luna

El Renacido

El amanecer llegó teñido de gris.
El valle, cubierto por un manto de humo y silencio, parecía contener el aliento del mundo.
Nadie hablaba.
Nadie lloraba.
Hasta el viento parecía observar, expectante, como si también aguardara la resurrección de algo que no debía volver.

Lunae estaba arrodillada en el centro del círculo de ceniza.
Su piel aún conservaba el brillo de la marca recién grabada, como si la luna la hubiera besado para sellar su destino.
Kaïron la observaba a distancia, apoyado contra una roca, la mirada fija en el horizonte.
Asher… Asher no despertaba.

El cuerpo de Asher yacía tendido frente a ella, inmóvil.
Desde la batalla con Eryon, su respiración se había ido debilitando, y ahora apenas quedaba un hilo de calor en su pecho.

Lunae acercó una mano a su rostro.
—No te atrevas a dejarme —susurró—. No ahora.

Su lágrima cayó sobre su piel, y el fuego negro respondió.
Un resplandor brotó desde el suelo, trazando runas antiguas que giraron en torno al cuerpo de Asher.
El aire se espesó.
El viento se detuvo.
Y, por un instante, la luna —aun de día— pareció proyectar su sombra sobre él.

> “El fuego llama a su dueño…”

La voz del dios antiguo resonó dentro de ella, grave, profunda.
Lunae cerró los ojos con dolor.
—No. No lo tomes.

> “Él ya me pertenece.”

Una grieta luminosa se abrió en el suelo.
De ella emergió una bruma plateada que envolvió el cuerpo de Asher.
Su espalda se arqueó, y un grito silencioso le rompió los labios.
Las venas de su cuello se encendieron con la misma luz oscura que corría por el cuerpo de Lunae.

Kaïron dio un paso al frente.
—¡Lunae! ¿Qué estás haciendo?
—No lo sé —respondió con voz temblorosa—. O tal vez sí… lo estoy trayendo de vuelta.

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El fuego se apagó tan rápido como se encendió.
Cuando el aire volvió a moverse, Asher estaba de pie.
Pero sus ojos… sus ojos no eran los mismos.

Un resplandor dorado y negro se mezclaba en sus pupilas, girando como dos lunas en guerra.
Su voz, cuando habló, sonó doble: la de un hombre… y algo más.

—¿Dónde estoy?

Lunae retrocedió.
—Asher…
—Recuerdo el fuego. Recuerdo tu voz.
Y luego… otra cosa.
Una presencia.

El dios dentro de él sonrió a través de su mirada.

> “Al fin unidos. Fuego y luna. Carne y sombra.”

Lunae dio un paso hacia él.
El aire vibró entre ambos, una corriente de energía casi tangible.
Asher alzó una mano; la suya tembló al rozarla.
La marca de Lunae se encendió, y por un instante, el mundo pareció contener la respiración.

Ella sintió el pulso de su alma reflejado en la de él, como si ambos latieran con el mismo corazón.
Era deseo, pero también miedo; era amor, pero también condena.
Y en esa mezcla imposible, se reconocieron.

—No quiero perderte —murmuró ella.
—No puedes perder lo que nunca fue completamente tuyo —respondió Asher, o el dios que hablaba a través de él.
—Entonces lucharemos juntos —dijo Lunae—. Hasta el final.
Él la miró con una ternura casi humana.
—No entiendes. El final… ya empezó.

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Esa noche, el cielo cambió de nuevo.
Una marea de estrellas cubrió la bóveda celeste, formando un círculo perfecto en torno a la luna.
Era la señal que los antiguos temían: el Renacimiento del Eclipse.

Kaïron encendió las antorchas del santuario, con el rostro cubierto de hollín.
—Lo que viene no se puede detener —dijo, sin mirar a nadie.
Lunae, con el fuego ardiendo bajo su piel, respondió:
—Entonces que venga. Pero esta vez, la luna no caerá sola.

A su lado, Asher —o el Renacido— levantó la vista hacia el cielo.
La luz y la oscuridad danzaban dentro de él, confundidas, furiosas, vivas.
Y cuando tomó la mano de Lunae, el fuego negro se alzó en una espiral que iluminó toda la noche.

El mundo entero lo sintió.
Los bosques enmudecieron.
Las aguas reflejaron un eclipse que aún no había llegado.
Y en las montañas del norte, los restos de las sectas se postraron, creyendo ver el regreso del dios que esperaron durante milenios.

> “Adiós a la luna…”
susurraron al unísono.
“…y que el fuego reine.”

---

Pero entre los ecos de adoración, algo se movía en la sombra.
Una figura femenina, vestida de plata y ceniza, observaba desde lejos.
Sus ojos, idénticos a los de Lunae, brillaban con tristeza.
Era Elaith, la primera luna.
Y en su voz, el lamento del tiempo se hizo susurro:

> “Si el amor vuelve a unirlos,
el cielo no volverá a ver la luz.”




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