AdiÓs A La Luna

La Sangre del Fuego y la Luna

El bosque ardía.
Las antorchas de los Hijos del Eclipse atravesaban la niebla como lenguas de luz enferma.
Eryon corría entre los árboles, los lobos alados a su lado, el aire vibrando con un pulso que no era humano.
Podía oír las voces en su cabeza, antiguas y familiares:

> “Corre, pero no huyas.”
“El fuego no teme la oscuridad.”

De pronto, el cielo se quebró.
Una lluvia negra comenzó a caer, ardiendo al tocar la tierra.
Eryon se detuvo, levantó la mirada, y vio la luna… mitad blanca, mitad ensangrentada.
Su pecho se iluminó; las marcas heredadas despertaron.

El fuego negro brotó de sus manos.
No quemaba: cantaba.
Y los lobos se arrodillaron ante él, extendiendo sus alas.

—No soy tu enemigo… —susurró, sintiendo cómo una fuerza desconocida lo empujaba a aceptar lo inevitable—. Pero tampoco soy tu salvador.

Los líderes de la secta aparecieron entre los árboles.
Sus cuerpos cubiertos de símbolos, sus ojos vacíos.
Uno de ellos habló:

—Eres el hijo prohibido. El dios antiguo vive en ti. Entréganoslo, y el mundo renacerá.

Eryon sonrió con un gesto casi triste.
—Entonces el mundo deberá morir otra vez.

El fuego negro rugió, extendiéndose como una tormenta.
Las raíces se encendieron, los árboles se abrieron en llamas, y el bosque se volvió un círculo ardiente.
Los lobos alzaron vuelo, gritando al cielo, y la batalla comenzó.

---

Horas después, cuando el silencio volvió, el suelo era un mosaico de cenizas.
Eryon estaba de pie, su cuerpo cubierto de humo, el fuego apagándose lentamente.
En su mente, una voz conocida murmuró:

> “Hijo mío…”

Era Asher.
No como recuerdo, sino como presencia.
Y junto a él, la luz suave de Lunae.

> “No tememos a la oscuridad.” —dijo ella—. “La creamos para entender la luz.”

Eryon cayó de rodillas, llorando.
No de tristeza, sino de comprensión.
Su destino no era destruir.
Era recordar.

El dios antiguo, su abuelo, aún lo observaba desde la grieta del eclipse, esperando poseerlo.
Pero Eryon se levantó, cerró los ojos, y alzó ambas manos al cielo.

—No te temo.
—No puedes detenerme, rugió la voz del dios.
—No. Pero puedo absorberte.

Y lo hizo.

El fuego negro y la luz lunar se unieron dentro de su cuerpo.
Un estallido de energía recorrió el mundo.
El cielo volvió a brillar, y por primera vez en siglos, la luna recuperó su pureza.

Eryon desapareció entre el resplandor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.