... y así, de una manera tan simple que rayaba en la estupidez, había cesado el encanto:
-¿Ya está?
-Así es.
-Supongo, que es todo.
El hechizo se había roto. Volvíamos a ser dos mortales, dos personas jugando en la playa.
-¿Qué estás leyendo?-Inquirió un pelirrojo con curiosidad, y un dejo de diversión en la mirada.
-Una vieja novela de Christie-Respondió vagamente el pelinegro a su lado, sin apartar la vista de las páginas de su libro.
Tal vez para cualquiera sería extraño verlos. No porque uno estuviera sentado sobre la baranda de seguridad del malecón mirando en dirección al mar y el otro estuviera de pie a su lado apoyando su peso en los brazos sobre la misma baranda mientras leía un libro; tampoco porque el pelinegro vistiera ridículamente formal para un clima de más de treintaicinco grados. Sino más bien por las grandes alas a sus espaldas que cada uno de ellos poseía.
Pero ningún mortal podía verlos.
El pelirrojo, vestido al puro estilo surfista con una franela a franjas verdes y con pantalones de jean cortos. Era Eros, el Deseo. Mejor conocido por su versión romana: Cupido. La personificación del amor. Dotado de conciencia y un par de hermosas alas emplumadas tan blancas y puras que parecían brillar por sí mismas. A su lado estaba Anteros, dios del amor no correspondido, quien se dedicaba a ojear su libro. A diferencia de su hermano mayor sus alas no eran blancas, ni siquiera plumíferas. Eran las alas negras propias de las polillas. Con sus escamas como obsidiana opacas ante la luz que parecía irradiar Eros.
Tenía ya cerca de cuarenta minutos en aquella misma posición: de pie junto a su hermano, con los brazos apoyados en la baranda e intentando concentrarse en su lectura acuchando el rumor de las olas. Por desgracia no podía ignorar la risa de su hermano, la cual ni siquiera se molestaba en disimular. Su seño se frunció y su puño se apretó en torno a las hojas.
Lo odiaba. Realmente odiaba a su hermano.
A él y a esa maldita manía de nunca tomarse nada en serio. De, a pesar de ser el mayor insistir en comportarse como un niño. De obligarlo a él a ser el sensato. Obligándolo a-
-¡…!-De repente el libro le fue arrebatado con suavidad de sus manos al tiempo que sintió una de las alas blancas de Eros abanicar suavemente un poco de aire salino sobre él:
-Siempre he sabido que fuiste tú el que invento lo del bebe volador-Afirmo Eros observando las hojas rasgadas y arrugadas del libro; entonces solo tuvo que fruncir el ceño un poco para que estas regresaran a su estado original.
-…-Anteros guardo silencio.
-Y eso que existen al menos otras veinte deidades que se encargan de joderle la vida a cualquier colegial enamorado, o de lucrar con los pasteles de boda-Continuo sardónico mientras regresaba su vista a la playa. A la silueta del muchacho que se encontraba de pie en la orilla con el agua llegándole a los tobillos. Estaba de espaldas, lo cual le daba una vista perfecta de la flecha incrustada en su costado. Eros suspiro tranquilamente por la nariz-Sé qué piensas que todo sería mejor si yo solo desapareciera.
-Pero sin ti ya no será el mismo mundo, y nunca sería el mismo amor-Hablo finalmente Anteros. Se inclino lo suficiente para apoyar su barbilla sobre sus brazos cruzados en la baranda y entrecerrar los ojos. Aun se negaba a ver a su hermano-Hace tiempo acepte que eres necesario.
-Creía que me odiabas mi versión del amor-Respondió Eros con una sonrisa sarcástica doblando ligeramente la cabeza para ver a su hermano a la cara:
-¡Y lo hago!-Secundo el menor, irguiéndose de golpe y azotando sus puños con rabia contra la baranda-Ese estúpido amor unilateral que solo hiere al pobre imbécil que se encariña demasiado. Al que desde un principio sabe que no tiene oportunidad, al que cree que escuchar “seguimos siendo amigos” no le rompe el corazón, al que intenta por todos los medios arrancarse esa puta flecha, ese que sabe que la distancia solo es una excusa para alejarse y nunca volver…
-Anteros…-El mayor sabía que su hermano necesitaba drenar todo aquello.
-… al que no se perdona haber perdido a su mejor amigo cuando en realidad solo fue ¡porque no pudiste apuntar en otra puta dirección!-Espeto enojado con sus ojos fuertemente cerrados y luchando por contener las lágrimas-Y luego, soy yo el que debe romperse las alas para que al menos su dolor se convierta en un amargo recuerdo.
Eros miro apenado a su Deus Ultor, y estiro la mano para intentar acariciar su cabello azabache. Así como muchas veces antes cuando eran solo unos niños. Antes de que toda aquella rivalidad empezara: