Aelys

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Capítulo 1: El Destino en la Arena

El sol ardía implacable sobre las dunas infinitas de Zaerith. El viento arrastraba granos de arena dorada, pintando remolinos efímeros en el aire. Entre las ruinas de su hogar, Siria sostenía la mano de su hermana menor, Vanya, mientras el eco de los gritos y el estruendo del saqueo de los Threx se desvanecía en la distancia. Su corazón martilleaba en su pecho, no solo por el miedo, sino por la furia que hervía en su sangre.

—Debemos seguir —susurró Siria, la mayor de las cuatro hermanas. Su voz era firme, pero su mirada estaba cargada de pesar. Habían perdido todo. Sus padres, heridos y agotados, apenas lograban mantenerse en pie, pero debían seguir adelante. No quedaba nada para ellas en Zaerith.

Lioren, siempre la más sensata, miró hacia el horizonte. Su cabello platinado ondeaba con el viento, reflejando los últimos destellos del sol poniente.

—Hacia el oeste —dijo en un murmullo casi reverente—. Hacia las aguas de Iskanara.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Ir a Iskanara significaba adentrarse en un mundo ajeno, donde las Arthea eran poco más que nómadas sin patria. Pero no tenían elección.

**

Los días siguientes fueron una lucha constante. Se desplazaron a través de las dunas, siguiendo las estrellas y confiando en su instinto. Cuando al fin el desierto comenzó a desvanecerse, el aroma del mar llenó sus pulmones. Siria sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Ante ellas, el océano se extendía hasta donde alcanzaba la vista, azul y profundo como un espejo infinito. En la distancia, la silueta de Iskanara se alzaba sobre el agua: ciudades flotantes iluminadas por la bioluminiscencia de los corales, torres esculpidas en piedra marina y puentes de cristal que reflejaban la luz como si fueran estrellas caídas del cielo.

Eran forasteras en este mundo de agua. Y los Väelith lo sabían.

**

Los líderes de Iskanara les concedieron refugio, al menos temporalmente. Sus padres fueron atendidos, y las cuatro hermanas recibieron ropa y alimento. Pero la hospitalidad no significaba aceptación.

El idioma Zailen, melódico y complejo, les resultaba difícil de comprender. Se sentían torpes, extrañas, como niñas aprendiendo a caminar por primera vez. Cada mirada curiosa, cada murmullo en las calles de coral les recordaba que no pertenecían allí.

Y los cuatro hijos de los líderes Väelith no tardaron en dejarlo en claro.

**

El encuentro fue inevitable. Siria y sus hermanas exploraban la ciudad flotante cuando escucharon las risas. Se volvieron y los vieron: cuatro figuras esbeltas, con piel luminosa y cabellos azulados, de pie sobre una pasarela suspendida en el agua.

—Las viajeras de arena —comentó uno de ellos, con una sonrisa ladeada.

El mayor, de porte imponente y ojos de un azul profundo, cruzó los brazos.

—¿Acaso el desierto no las quiso y el mar las acogió por lástima?

Siria apretó los puños, sintiendo la humillación arder en su pecho. Pero fue Lioren quien respondió, con una calma que solo enmascaraba la tormenta en su interior.

—La arena y el mar son parte del mismo mundo. No somos tan distintas como crees.

El menor de los Väelith, de facciones afiladas y una actitud despreocupada, se inclinó hacia ellas, con la arrogancia de quien siempre ha vivido en la cima.

—Veremos si pueden demostrarlo.

Las risas se apagaron con el sonido del agua. Era solo el inicio de su lucha por pertenecer.



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En el texto hay: fantasia, romance, magia

Editado: 22.05.2025

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