Capítulo 4: La Fuerza del Desafío
El sol se alzaba sobre Iskanara, reflejando su luz dorada sobre el mar turquesa que rodeaba las islas flotantes. El viento suave acariciaba las hojas de los árboles marinos, cuyas raíces se extendían como tentáculos por las aguas cristalinas. Era un día tranquilo, el tipo de día que usualmente traía consigo una sensación de serenidad que los Väelith apreciaban profundamente. Pero hoy no había paz en los corazones de los Väelith, y menos en el de su líder, Calyon.
Con pasos largos y decididos, Calyon caminaba por la orilla, observando el horizonte, donde el cielo y el océano se fundían en una línea de color azul profundo. El sonido del agua rompiendo contra las rocas le servía como consuelo, aunque nada podía calmar la frustración que sentía al saber que, de alguna forma, todo en Iskanara estaba a punto de cambiar.
Las hermanas Arthea se encontraban en el centro de la isla principal, entrenando en el arte de la lucha con el objetivo de ganarse el respeto de los Väelith. El desafío se había vuelto inevitable, y las hermanas sabían que la única forma de demostrar su valía era enfrentarse directamente a ellos.
"¡Siria!" La voz de Calyon retumbó sobre el viento. Ella, entrenando junto a su hermana Kaelis, se giró con rapidez, reconociendo la autoridad de la voz al instante. Calyon la miraba con una mezcla de desprecio y curiosidad, como si la considerara una especie de insecto que, por alguna razón, había logrado sobrevivir hasta ese momento.
"¿Qué quieres, Väelith?" respondió Siria, sin abandonar su postura de combate. Estaba lista para enfrentarlo, a pesar de la rabia que sentía al ver esa mirada llena de superioridad.
"Hoy será el día en que demuestres si realmente eres tan fuerte como te crees," dijo Calyon, su tono implacable y lleno de desafío. "Si sobrevives a este enfrentamiento, tal vez los demás te den un poco de respeto. Pero no te hagas ilusiones. No eres bienvenida aquí."
Siria apretó los puños, su corazón acelerado. Los Väelith nunca la habían respetado, y cada palabra de Calyon solo confirmaba que la única forma de ganarse su lugar en Iskanara era a través de la lucha. De alguna manera, ella había esperado este momento, aunque siempre había deseado que las cosas fueran diferentes.
"Muy bien," dijo Siria, con voz firme. "Te demostraré que soy capaz de mucho más de lo que piensas."
La tensión entre ambos se podía cortar con un cuchillo, y todos los ojos de los Väelith y Arthea estaban fijos en la escena. Lioren, Kaelis, y Vanya observaban desde lejos, mientras los otros hermanos Väelith se mantenían en silencio, expectantes.
Calyon se adelantó, y con un gesto rápido y preciso, desenvainó su daga, la cual brillaba bajo la luz del sol. Su habilidad con las armas era innegable; se movía con una gracia peligrosa, como si su cuerpo fuera una extensión de la espada misma.
Siria, por otro lado, no llevaba ninguna arma. Pero su entrenamiento en los desiertos de Zaerith le había enseñado a utilizar su propio cuerpo como una herramienta de supervivencia. El viento movía su largo cabello platinado mientras se preparaba, concentrada en cada movimiento de Calyon.
El primer ataque de Calyon fue veloz, pero Siria lo esquivó con agilidad. Saltó hacia atrás, evitando la cuchillada, y aprovechó el espacio para lanzar un puño directo a su abdomen. Calyon, sorprendido por la rapidez de su movimiento, apenas tuvo tiempo de bloquear con su brazo. El choque resonó en el aire, y aunque no hubo daño, la fuerza de Siria le había dado la primera ventaja.
"Interesante," murmuró Calyon, observando con más atención a la joven Arthea. "No esperaba que fueras tan rápida."
Siria no respondió. No era tiempo de hablar, solo de actuar. Se lanzó nuevamente hacia él, esta vez con una combinación de patadas y golpes que desbordaban energía. Pero Calyon estaba preparado. Su mirada fría no cambiaba, y su defensa era tan sólida como una muralla.
El combate continuó con rapidez, ambos luchadores demostrando habilidades excepcionales. Cada uno intentaba adivinar el siguiente movimiento del otro, buscando un resquicio en la defensa que pudiera ser aprovechado.
Sin embargo, mientras luchaba, Siria no podía evitar pensar en el desprecio que Calyon sentía por ella y por su gente. Si ganaba, no solo se ganaría el respeto de los Väelith, sino que demostraría que su pueblo no era tan débil como ellos creían.
Finalmente, en un giro rápido, Calyon logró desarmarla, tirando su cuerpo al suelo con una habilidad feroz. Siria quedó inmovilizada, su respiración agitada. El viento se llevó sus palabras frustradas, pero no se rindió. Sabía que este era solo el comienzo.
"El combate ha terminado," dijo Calyon, su voz grave y algo despectiva. "Eres fuerte, pero no suficiente."
Siria, aunque herida en su orgullo, no se dio por vencida. "Esto no ha acabado, Väelith," respondió, con el rostro cubierto de sudor y determinación.
Calyon, observando su actitud, no pudo evitar sentir una punzada de admiración. A pesar de su derrota, la joven Arthea no había mostrado miedo ni debilidad. En ese momento, algo en su interior cambió. Aunque no lo admitiría nunca, se dio cuenta de que las hermanas Arthea no solo eran una amenaza para su gente, sino que podían ser aliados valiosos en el futuro.
Los otros Väelith, que habían observado todo en silencio, empezaron a murmurar entre ellos. Varion, en particular, parecía más pensativo que nunca. ¿Era posible que los Arthea no fueran tan distintos de ellos?
La batalla, aunque breve, había sembrado las semillas de algo mucho más grande: la posibilidad de una alianza inesperada, nacida del respeto y la necesidad.
Y así, en ese momento de tensión, Siria se levantó del suelo, mirando a Calyon con una nueva resolución. Aunque su derrota era evidente, su determinación era más fuerte que nunca. Iskanara cambiaría, aunque solo fuera para que ella pudiera ganarse un lugar en su nuevo mundo.