Aelys

8

El rugido del combate aún resonaba en el aire cuando Vanya cayó. La lanza de un Threx la había alcanzado en el costado y su pierna, su sangre manchando las aguas cristalinas de Iskanara. Su cuerpo se desplomó como una flor arrastrada por la corriente, sus ojos violetas abiertos en un atisbo de incredulidad antes de que la inconsciencia la reclamara.

—¡VANYA!— El grito desgarrador de Kaelis rompió el caos de la batalla.

Siria y Lioren reaccionaron al instante, sus movimientos tan sincronizados como los latidos de su corazón. Se abrieron paso entre los combatientes, esquivando ataques y empujando enemigos con una ferocidad que solo el miedo puede otorgar.

Zayren, quien hasta entonces se había mantenido en la retaguardia, sintió que algo dentro de él se desgarraba al verla caer. Sus hermanos también lo vieron. Calyon frunció el ceño, sus manos apretando con más fuerza la empuñadura de su tridente. Naeris, que normalmente se mantenía distante de las emociones humanas, sintió una inquietud en su pecho. Varion, el más despreocupado de todos, apretó los dientes.

Zayren reaccionó antes de poder pensarlo. Se deslizó entre las olas, su agilidad superando incluso la de los Threx que intentaban interceptarlo. Su corazón golpeaba como un tambor frenético en su pecho. Cuando finalmente llegó hasta Vanya, sus manos se cerraron alrededor de su frágil cuerpo, sintiéndolo más liviano de lo que había imaginado.

—Siria, lárgate de aquí con ella —dijo Zayren, su voz firme, pero con una nota de urgencia que nadie le había escuchado antes.

Siria lo miró con desconfianza, pero no perdió el tiempo en discutir. Con un gesto, Lioren y Kaelis la ayudaron a cargar a Vanya fuera del campo de batalla. Naeris y Varion les abrieron camino, mientras Calyon dirigía a los guerreros para contener la embestida de los Threx.

El enfrentamiento continuó, pero algo había cambiado. La caída de Vanya había encendido una furia latente en los Arthea y los Väelith. Lo que antes era una alianza forzada ahora se convertía en una lucha desesperada por proteger algo que, aunque no querían admitirlo, ya consideraban suyo.

En la cueva donde Siria y Lioren habían refugiado a su hermana menor, la atmósfera era sofocante. Kaelis presionaba con telas improvisadas la herida de Vanya, su expresión endurecida, pero con los ojos brillando de lágrimas contenidas.

—No puede morir —susurró Kaelis con desesperación.

Siria le tomó la mano, su propia rabia suavizada por el temor.

—No lo hará. No mientras estemos aquí.

En ese instante, la sombra de Zayren se proyectó sobre ellas. Su rostro, normalmente inexpresivo, mostraba una mezcla de ansiedad y determinación. Sin pedir permiso, se arrodilló junto a Vanya y posó una mano sobre su frente. Un leve resplandor azul emanó de sus dedos, provocando un jadeo ahogado en Kaelis.

—¿Qué estás haciendo?— exigió Lioren.

Zayren no respondió de inmediato. Cerró los ojos, concentrándose. La conexión que tenía con el océano le permitía percibir los flujos de energía en el agua, y ahora intentaba hacer lo mismo con Vanya. Su pulso era débil, su respiración irregular. Pero había algo más... algo que latía dentro de ella con una fuerza apenas perceptible.

—Todavía está aquí —murmuró.

Por primera vez, las tres hermanas vieron a Zayren no como un enemigo, sino como alguien que también temía perder a Vanya.

Horas pasaron. Los gritos de la batalla se fueron apagando hasta que solo quedó el sonido rítmico de las olas golpeando la roca. Los Väelith y los Arthea regresaron con heridas, pero con la victoria asegurada.

Calyon se acercó a la cueva, encontrando a su hermano menor todavía junto a Vanya, su mano aferrando la de ella como si soltarla significara perderla para siempre.

—Los Threx han sido repelidos —informó, su voz grave.

Nadie respondió. La atención seguía fija en el rostro pálido de Vanya.

Entonces, cuando la esperanza comenzaba a desvanecerse, un suave gemido escapó de sus labios. Sus párpados temblaron antes de abrirse, revelando la profundidad de su mirada violeta.

Zayren sintió que algo en su pecho se aflojaba.

—Vanya...— su voz, que siempre había sido tranquila, se quebró por primera vez.

Las lágrimas de Kaelis fueron instantáneas. Lioren exhaló con alivio, y Siria cerró los ojos un momento, agradeciendo en silencio.

Vanya intentó hablar, pero su voz apenas era un susurro.

—E-estoy... aquí...

Su sonrisa débil fue suficiente para hacer que todos sintieran que, por más diferencias que tuvieran, habían compartido algo inquebrantable.

Los Väelith y los Arthea ya no eran solo enemigos obligados a convivir. Eran sobrevivientes de una batalla, y en ese instante, eran familia.



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En el texto hay: fantasia, romance, magia

Editado: 22.05.2025

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