Capítulo 15: El Enlace de los Elementos
La brisa salada del océano soplaba con fuerza aquella mañana, mientras las olas golpeaban las rocas de Iskanara con un ritmo constante. La isla parecía estar viva, con su incesante murmullo de aguas y vientos, y hoy, más que nunca, la conexión entre los Väelith, los Arthea, y sus respectivas criaturas elementales se estaba por forjar.
Los hermanos Väelith habían escuchado historias sobre las criaturas marinas que compartían un vínculo con su linaje, seres míticos que habitaban las profundidades de los océanos. Se decía que solo los Väelith con una conexión especial con el agua podían enlazarse con ellas, formando un lazo simbiótico que les otorgaba poderes más allá de su comprensión. Estas criaturas, conocidas como Ithara, eran los guardianes de los mares, con cuerpos translúcidos y brillantes como la bioluminiscencia de los corales. Sus aletas y colas eran finas como las corrientes del océano, y sus ojos, grandes y profundos, reflejaban el vasto misterio del mundo submarino.
Ese día, los Väelith se encontraban reunidos en la orilla, observando el horizonte marino. Calyon, como líder, era el primero en dar un paso hacia el agua. El viento jugaba con su cabello azul oscuro, pero no era eso lo que lo llamaba. Sabía que, de alguna manera, el océano estaba pidiéndole algo. Los Ithara nunca se acercaban sin una razón. La conexión entre los Väelith y esas criaturas marinas era un rito sagrado, algo que requería una fuerza interior inquebrantable, algo más allá de la valentía y la destreza.
Con una respiración profunda, Calyon extendió los brazos hacia el agua. En el instante en que lo hizo, una figura luminosa emergió de las profundidades. Era el Ithara que había estado esperando por él, su cuerpo brillando con tonos de azul y verde, como si el océano mismo fuera parte de ella. La criatura se acercó lentamente, rodeándolo con su presencia. Sus ojos, como dos faros, miraron a Calyon, y sin que él lo pidiera, comenzó a enlazarse con él, una conexión fluida y casi imperceptible que pasaba de la criatura a su cuerpo.
El agua alrededor de Calyon comenzó a moverse en un patrón sincronizado con su respiración. Podía sentir el poder de la criatura corriendo por sus venas, un poder profundo y antiguo que le otorgaba un control total sobre el mar y todo lo que habitaba en él. Una mezcla de fuerza y calma lo invadió, y por un momento, fue uno con el océano.
Naeris, que observaba desde la distancia, no pudo evitar sentir una mezcla de fascinación y envidia. Sabía que él también debía encontrar su propia Ithara, pero el proceso no era fácil. Solo aquellos que se encontraban en paz con el océano podían formar ese vínculo.
Mientras tanto, en otro rincón de la isla, las hermanas Arthea estaban explorando las alturas. Como nómadas del desierto, nunca habían tenido acceso a las maravillas del agua, pero los relatos de los Erysha —criaturas aéreas que solo se enlazaban con los Arthea— les llegaban con frecuencia. Los Erysha eran aves gigantes, con alas tan grandes como montañas, cubiertas por plumas plateadas que reflejaban la luz del sol. Su canto era suave y armonioso, y se decía que su vuelo podía atravesar cualquier tormenta, llevando consigo a aquellos que se enlazaban con ellos a las alturas más inimaginables.
Lioren y Kaelis, quienes siempre habían sentido una conexión especial con el viento y las alturas, estaban decididas a encontrar una de esas criaturas. No era tarea fácil. Los Erysha eran impredecibles y solo se mostraban a aquellos que eran capaces de dejarse llevar por el viento sin miedo, sin necesidad de control.
—El viento... —murmuró Lioren, mientras sus ojos observaban las corrientes ascendentes de aire que se formaban sobre las montañas cercanas. Había algo en el movimiento del aire que le susurraba que estaba cerca.
—Sé lo que estás pensando —dijo Kaelis, con su tono impulsivo pero cargado de emoción—. Los Erysha no van a aparecer solo porque lo deseemos. Necesitamos ganarnos su confianza.
Lioren asintió, sonriendo con esa sonrisa tranquila que siempre la caracterizaba.
—Lo sé, pero siento que ya estamos muy cerca.
El viento comenzó a levantarse alrededor de ellas, como si respondiera a sus palabras. En el instante en que una corriente de aire fuerte pasó por sus cuerpos, ambas sintieron un cambio. De repente, una silueta gigante se apareció sobre ellas, volando con una majestuosidad que les quitó el aliento.
El Erysha se acercó lentamente, sus alas batiendo con una fuerza que parecía mover toda la atmósfera a su alrededor. Su canto resonó en sus oídos, una melodía suave pero llena de poder. Kaelis, que había sido la más impetuosa en su deseo de volar, extendió las manos hacia el cielo, sin miedo, sin control. El Erysha se posó ante ellas, sus ojos, tan profundos como el aire mismo, las miraron fijamente. No necesitaban palabras. Sabían que solo aquellos dispuestos a seguir el viento con el corazón abierto podían volar.
Lioren también extendió las manos, dejando que el viento las envolviera. En ese momento, sintió una conexión que nunca había experimentado antes. El Erysha no solo se enlazó con su cuerpo; se conectó con su alma, llevándola a alturas que solo había soñado. Volar. De verdad.
El lazo entre los Arthea y los Erysha era diferente al de los Väelith y los Ithara. Mientras los primeros obtenían su poder de la tierra y el aire, los segundos sacaban su fuerza del mar. Pero, de alguna manera, ambos tipos de criaturas eran los guardianes de sus respectivos elementos, y ambos pueblos, aunque tan diferentes, compartían la misma necesidad de estar en armonía con lo que les rodeaba.
Los Ithara y los Erysha eran más que simples criaturas. Eran el puente entre los elementos, el vínculo tangible entre los mundos de agua y aire, entre el poder de los Väelith y el espíritu libre de los Arthea.