Aeternum

Capítulo 8

Owen.

La gente siempre te hará daño alguna vez por el camino que hay que recorrer llamado vida. Lo importante es saber quién lo hace sin quererlo y quién lo hace sin quererte.

Muy pocas personas consiguen que ese dolor desaparezca, porque sí, aunque sea sin querer siempre duele, pero duele mucho menos si hay un peso mayor que complementa ese dolor. Lo disuade y lo hace desaparecer de una manera totalmente inesperada.

A veces las malas rachas se acaban con buenos recuerdos.

Recuerdos bonitos, que te hagan sentir. Aquellos por los que perduran en la memoria hasta el último de los días. Que hacen que te sientas de alguna manera en casa. Una casa que no hace falta que tenga cuatro paredes para llamarlo hogar.

Esos recuerdos que cuando estás justo tocando fondo son los que quieres que se repitan, deseas rebobinar el tiempo para poder vivir aquel momento y disfrutarlo como nunca. Parar el tiempo y poder decir. Aquí fui feliz.

El amor…una rosa roja llena de espinas. A veces duele, tocas sus espinas y aun sabiendo que duele no apartas la mano porque hay algo que disuade aquel dolor, y es aquella belleza que esconde la flor tras ella. El color rojo que es vívido y que caracteriza a la rosa ahora está cubierto de la sangre que provocan las espinas, aunque a veces solo hace falta que unas gotas de agua caigan sobre ella para limpiarla, para sanar las heridas que te han provocado. Una lluvia reconfortante que hace que la rosa crezca aún más, y sobre todo con mucha más fuerza.

Pero esas cicatrices que te dejan las espinas todavía perduran en ti, a veces no se ven, otras se notan un poco, pero están ahí. Porque una cicatriz tiene dos mensajes:

Aquí dolió, aquí sanó.

Y cuando amas a alguien permanece en tu corazón para siempre. En forma de cicatriz. Aunque pasen un millón de años.




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