Alysa.
Tenía ganas de seguir durmiendo, pero el deber me llamaba. Necesitaba aprobar ese examen sí o sí.
—Estúpido Owen Walker—mascullé mientras me levantaba y bajaba las escaleras.
Mi padre estaba sentado en el sofá mientras veía la tele, al escuchar mis leves pasos su rostro se giró y toda su atención se puso en mí.
—¿Vienes a comer?
—No, de hecho, tengo que ir a...casa de Marlene, tiene que ayudarme con Álgebra—mentí y me pegué una bofetada mental mientras lo decía, no me sentía bien haciéndolo
—Cuídate cariño, no llegues tarde, y no te olvides de comer.
Me preocupaba bastante mi padre, tener una hija adolescente como yo no era nada fácil, es un camino largo y duro en el que debes aprender a escuchar y comprender. Sobre todo, yo, que no era una adolescente muy normal. Sabía que siempre hacía lo que podía y siempre intentaba sacarme una buena sonrisa, lo hacía con todas sus fuerzas y por encima de sus posibilidades solo para mantenerme fuerte y sobre todo feliz. Aunque sabía que detrás de aquella fachada que pretendía tener algo no iba bien.
Porque puedes engañar a los demás, pero nunca podrás engañarte a ti mismo. Es algo que no puedes hacer.
Mi padre se auto engañaba, sabía que él tampoco estaba bien, pero a veces lo ocultaba para que yo no viera nada. Aunque no era muy difícil de deducir cuando días tras día en el silencio de la noche consigues escuchar leves sollozos a través de la pared. Sollozos ahogados en la penumbra y en la oscuridad. Sabía que aún no lo había superado. Porque cosas así nunca se superan, quedan marcadas en ti de por vida.
Yo le di una sonrisa tímida y salí de mi casa cerrando la puerta tras mi paso, dejando caer mi peso en ella y dejar salir un poco de aire por mi boca. Me costaba esta situación. Nunca fue del todo fácil. Porque vivir angustiado no era una manera de vivir, si no de sobrevivir.
Anduve hasta la casa de Owen, no muy lejos de la mía, pero sí en un barrio completamente diferente. Lujoso y adinerado. Nada más entrar a la urbanización pude ver coches de alta gama y casas tan costosas que ni siquiera podía imaginarme todo lo que deberían de costar. Me detuve en la casa número siete y la gran fachada me había desconcertado por completo. Toqué el timbre y solo bastaron dos segundos para que la puerta se abriera de par en par. Owen me había abierto con unos simples pantalones de pijama de cuadros rojos muy… bueno sabéis a lo que me refiero. Quería gritar, ¡tápate por el amor de dios! Pero en cambio me detuve a observar detalladamente su torso, nunca antes lo había visto así, solo sabía que los rumores de que estaba cachas eran ciertos. Yo misma lo acababa de comprobar.
—Ya era hora—apoyó su brazo en el lateral de la puerta—¿Lista para morir?
Yo rodé los ojos.
—Acabemos cuanto antes—mascullé entrando por la puerta.
Me quedé con la boca abierta tras ver el interior de aquella casa, más bien, de aquella mansión. ¡Cómo se lo montan los ricos! Escuché cómo Owen se rascaba la cabeza mientras me miraba detenidamente y se estiraba. Parecía haber estado descansando antes de que yo llegase.
—Si no cierras la boca te acabarán entrando moscas.
Yo le miré desafiante y él me dio paso para ir a su cuarto. Subimos las escaleras y justo en la pared había una foto familiar un poco Creepy. La familia Walker era una familia bastante adinerada, su padre Edel Walker se mudó aquí hace ya bastantes años, vino desde Alemania con su familia para poder ampliar su negocio. Su mujer Eda Walker un icono de belleza en su país que se enamoró perdidamente de su marido en un evento benéfico. Después de años de relación se casaron y tuvieron su primer hijo; Otto Walker: distante, atractivo, frío, listo y actualmente estudia en la universidad para seguir los pasos de su padre y poder ganarse un puesto en la empresa familiar, todo un magnate de la economía.
El mediano era Owen Walker: soberbio, arrogante, odioso y tremendamente guapo, él nunca quiso seguir los pasos de su hermano y desde muy pequeño decidió que estudiar medicina era su pasión. Todo un escándalo para la familia Walker por imponer sus gustos ante su padre.
Desde aquella noticia su rostro fue la portada de la revista de Albury durante un mes entero. Como dije, todo un escándalo.
El más pequeño de todos era Odín Walker: adorable, simpático y cariñoso, lo mandaron a un internado a estudiar fuera de Albury para que siga los pasos de Otto y se una a la empresa de su padre, toda una pena porque era el único que me caía realmente bien.
Cuando crucé por el pasillo todo estaba en silencio, todo era de color blanco y había mucha luz que entraba por todas las direcciones, a través de los ventanales enormes que había por toda la casa. En sus paredes había distintas fotografías que he de reconocer que eran realmente buenas, llaman tu atención con tan solo echarles un vistazo. Fuimos hasta la última puerta y decidió abrirla para dejarme paso. ¿Una palabra para describir lo que veía? Arte. Fotos decoraban todas las paredes de la habitación y una estantería bastante simple pero llena de libros cubría gran parte de una de ellas. No puedo decir que estaba desordenada pero sí que me impactó ver una habitación cargada en comparación a la casa que era sencilla y lujosa, esta habitación era más...una habitación de adolescente promedio quitando que es igual de grande que todo mi salón.
—Vaya—solté sorprendida—no sabía que te gustaba leer.
—Supongo que todos los días uno aprende algo nuevo. Y sí, me gusta leer por raro que parezca.
Me dirigí hasta una de las fotos enmarcadas en un cuadro que justo decoraba la única pared vacía de la habitación, fue la que más me llamó la atención. El mar. Tranquilo y sereno. Olas prácticamente en un movimiento casi imperceptible que me transmitió calma con tan solo verla. Paz. Un sentimiento de paz llegó hasta mí al ver el color azul vibrante del agua que incluso juraría que podía escuchar en mi imaginación el sonido de aquel mar en movimiento.