Alysa.
Tú eres la única…
Mis ojos se abrieron de par en par. Estaba aún apoyada en el torso desnudo de Owen.
Levanté despacio mi mirada y su brazo todavía me tenía agarrada por completo. Mi oreja, en su pecho y el roce de mi piel con la suya hizo que fuera enloquecedor y quería que ese momento fuera para siempre.
El móvil de Owen vibró una y otra y otra vez y me sobresalté un poco al instante. ¿Quién sería a esta hora? Me preguntaba desconcertada al ver que eran las siete de la mañana.
El sol que entraba por la ventana de la habitación había sido el causante por el cual mis ojos se abrieron. Ese rayo de luz que alumbró el lugar. Estaba amaneciendo en tonos dorados que se reflejaban por todo el cuarto. Manteniendo una perfecta luz cálida que era más que satisfactoria. Las motas de polvo volaban por el lugar y el cantar de los pájaros nos había acogido.
Owen movió un poco su cuerpo mientras suspiraba. Se había despertado y estaba tratando de estirarse.
—Buenos días, manchitas.
Yo le respondí con un buenos días y sin decir nada me pegué a su pecho aún más, tratando de pasar la mayor parte del tiempo a su lado antes de tener que levantarme.
Owen agarró su móvil y comenzó a ver sus mensajes.
—Joder—masculló al revisarlo.
Yo me pregunté, ¿quién sería la persona que le estaba mandando esos mensajes?
Se levantó de un sobresalto, un poco enfadado y con un poco de malhumor. Suspiró mientras no quitaba la vista de su móvil y antes de salir por la puerta me miró.
—Puedes darte una ducha si quieres.
Yo asentí, y es que necesitaba darme una ducha para que mis pensamientos hacia Owen disiparan un poco. Porque tener a Owen tan cerca...no era nada bueno. Conseguía que mis músculos se tensaran al instante, que mi vista se nublara, que mis piernas se aflojaran, que mi pulso se acelerara, que quedara sin habla y un sinfín de cosas más...
—Coge la ropa que quieras, ahí tienes el armario—Señaló el armario marrón de la pared y luego sin decir nada más salió por la puerta.
Me quedé un poco confusa al principio. Luego comencé a preocuparme cuando escuché algunos gritos. Parecía estar peleándose con alguien, y no parecía ser nada bueno. Owen no era de esas personas que tenían poca paciencia y me sorprendía verle llegar hasta esos niveles de enfado. Muy pocas veces lo había visto así, y casi siempre fueron por temas familiares.
Agarré una camiseta de Owen lo suficientemente larga como para usarla de vestido y me metí a la ducha para intentar relajarme y empezar el día con buen pie.
Cuando salí, Owen estaba de nuevo en la habitación. Parecía mucho más calmado y tranquilo que antes. Estaba sentado en la cama con sus manos frotando sus ojos y su cabeza agachada. Su postura delataba inquietud y sobre todo preocupación.
—¿Todo bien?—pregunté mientras me acercaba hacia él y ponía una de mis manos sobre su espalda. Él me miró.
—Sí, no te preocupes. Todo va bien.
Y de repente todo había parecido esfumarse al instante. Su rostro cambió por completo. Como cuando le das a un botón de encendido y apagado y la luz se hace paso ante la oscuridad. Exactamente como eso.
Una sonrisa se arqueó en su boca. Y su cuerpo se giró levemente hacia el mío.
Ahí supe que estaba mintiéndome. No estaba bien. Y me molestaba que lo fingiera. No conmigo. Conmigo podía confiar. Su sonrisa era forzada y su mirada no transmitía ese brillo característico de sus ojos. Estaba preocupado.
Pero, supongo que debe de haber una razón obvia por la cual Owen no quiera contarme realmente qué le ocurre. Necesitaba confianza, pero prefería que estuviera preparado para contarme cualquier cosa. Quería que fuera transparente conmigo, justo como ayer. Nada de mentiras. Nada de medias verdades. Nada de nada.
Acaricié levemente su pómulo tratando de mejorar el momento. Owen estaba apagado. Y yo iba a hacer todo lo que estuviera en mi mano para poder volver a sacar la luz que su interior emanaba.
Porque supongo que así son las cosas, mutuamente debemos apoyarnos en los peores momentos, tratando de hacerlos lo menos doloroso posible. E intentar buscar una solución. Juntos. Aunque cueste la vida.
Ayer cuando pasamos la noche acostados en la hierba bajo las estrellas y la luz blanquecina de la luna fue un momento lleno de sensaciones que explotaban a nuestro alrededor. Era como los fuegos artificiales. Que suben hasta el cielo y explotan en la parte alta. Brillan. Tienen colores. Y son mágicos.
Pasamos toda la noche en vela, contando qué fue de nosotros tras nuestra separación. Hablamos de la vida en general. Pero sobre todo acabamos teniendo esas charlas profundas que ni siquiera sabéis cómo habéis llegado hasta ese punto. Esas capaces de hacerte replantearte incluso tu propia existencia.
Y luego volvimos al silencio profundo. Nos sumamos en la oscuridad de la noche mientras disfrutamos de ella. En esa tranquilidad serena y constante que tenía el estar alejados del mundo. Me gustaba eso que Owen y yo teníamos. Podíamos hablar sin la necesidad de usar las palabras. Un simple gesto bastaba para saber qué le ocurría al otro. Owen me besaba. Me abrazaba. Y conseguía que mis problemas fueran inexistentes a su lado. Simplemente con eso. Con el calor de su cuerpo. El sabor de sus labios. Y el roce de sus dedos.