Aeternum

Capítulo 24

Llevaba dentro de ella varias lunas rotas,

una por cada noche solitaria que ha tenido que soportar.

—Ron Israel.

Alysa.

Eran las dos de la mañana y no conseguía pegar ojo. Me encontraba en medio de un mar de pensamientos. Mi cabeza estaba inundada y las mareas azotaban fuertemente contra ella.

Estaba escuchando música mientras dejaba pasar la noche y que mis ojos pidieran cerrarse, aunque lo tenía demasiado complicado ya que mi cerebro inconscientemente no dejaba de pensar en todo lo que mi vida había cambiado en un suspiro.

Estaba hecha un lío. Me senté en la silla de mi escritorio y con mis cascos enredados mientras escuchaba "Don't give up on me" y la melodía me había transportado a otro lugar, cerré mis ojos con mi cabeza echada hacia atrás y solté una bocanada de aire. ¿Y si mi monotonía se basaba en ese bache con el que me tropezaba seguidamente?

Mi vida no era nada fuera de lo común, me había criado con mi familia en Albury desde que nací y sí que es cierto que nunca tuve amigos aparte de Marlene y Owen. Fue una infancia sin más, ni muy bonita ni muy dura. A veces las olas llegaban hasta ti y te arrastraban hasta la orilla y acababan zarandeándote como si no hubiera un mañana, haciendo que te ahogues lentamente porque esas olas no te dejaban salir a respirar al menos ese segundo vital para no morir. Otras veces el mar estaba en calma, justo ese equilibrio de paz y felicidad que daba la estabilidad de la marea y que era necesario.

No puedo decir que las cosas no acabaran pasándome factura, he tenido que vivir cosas desde muy niña que me han hecho abrir los ojos y darme cuenta de que la vida son idas y venidas, y que puedes estar en lo más profundo pero puede que sea simplemente una mala racha, a veces se convierte en una mala temporada e incluso pueden llegar a ser unos malos años.

Solo tú eres capaz de que la vida cambie de perspectiva.

Recuerdo cuando el accidente de mamá ocurrió. Estaba desolada y la vida se me iba en llorar. No quería ver a nadie, no quería mantener contacto con el mundo. Me encerraba en mi habitación para dejar pasar las horas sin darme cuenta de que había caído en una rutina horrible. En esa monotonía a la que estaba y estoy sometida. No quieres hacer absolutamente nada, solo tumbarte y que el tiempo pasara velozmente sin darte cuenta.

Simplemente era vivir sin quererlo.

Mamá era ese mar en calma que llegaba después de la tormenta, que conseguía mantener todo a raya de una manera tan sencilla que parecía incluso fácil. Ella fue la que después de aquellos años en los que me insultaban, me pegaban y me quitaban el bocadillo en el recreo estuvo ahí. Para mí. Cuando mi vida se había convertido en un infierno.

Por aquel entonces Marlene ni siquiera vivía aquí, su familia se mudó a París cuando ella tenía cinco porque a su padre le habían asignado allí un puesto de trabajo, pero volvieron cuando llegó a la edad de once, sí, justo en el momento en el que todo el desastre de mi vida acababa de tener su auge.

Owen fue ese niño que me salvó por primera vez de aquellos matones que no me dejaban apenas salir a la superficie para poder respirar, aquel día abrió las puertas hacia un nuevo mundo dentro de mí. Encontré alguien en quien apoyarme cuando todo iba mal. Owen me enseñó a que hay luz en un camino oscuro, solamente que debes aprender a buscarla, ya que no se encuentra tan fácil.

Los Müller acababan de mudarse el mismo día en el que Owen me ayudó. Estaba en el colegio para matricularse y mientras se dirigía hacia el despacho de la directora se topó conmigo cuando los gritos que salían desde el baño habían captado su atención. Era un niño intimidante por aquel entonces e incluso no parecía tener doce recién cumplidos, él siempre se veía mayor que los demás y también tenía un cuerpo bastante tonificado por hacer deportes, eso hizo que aquellos chicos salieran corriendo al verle. Ahí fue cuando nuestra amistad comenzó. Hablaron con la directora e informaron a mis padres de todo el altercado. Mi madre se puso como una histérica al saber lo que estaba ocurriendo en mi vida y que no fuera capaz de contárselo ya que decía que la comunicación era lo más importante. Pero yo simplemente no podía, supongo que lo que tenía era miedo.

Mi familia agradeció muchísimo el gesto de Owen e invitó a cenar a los Müller a nuestra casa. Esa fue la primera de muchas, Eda y mi madre eran prácticamente iguales y se hicieron íntimas amigas, tanto que nuestras familias eran prácticamente una sola. Todos los domingos nos juntábamos para comer. La comida de los domingos era sagrada. Eran comidas para nada formales, más bien eran para charlar y pasárnoslo bien. Nos encantaba pasar tiempo juntos.

Recuerdo cuando una vez quisieron hacer un karaoke y acabamos toda la familia cantando canciones de Disney como locos porque nuestros padres habían bebido un poco más de vino de la cuenta y estaban demasiado felices. Fue genial. Nunca antes había estado tan bien en mi vida. Fue como algo inesperado que ocurre cuando menos te lo esperas, y los Müller habían conseguido que me olvidara de aquello por lo que vivía aterrada, supongo que por eso tampoco me gustaba ir mucho al colegio, se había convertido en algo aterrador.

Toda mi vida parecía haberse tornado a un color más vibrante durante esa etapa, encontré el sentido de la vida, y es que Owen me había ayudado a hacerlo ya que era de los únicos que realmente se preocupaba por mi y que se empeñaba día tras día a que tuviera una sonrisa en mi rostro. Él y yo éramos como uña y carne, siempre estábamos juntos. Éramos inseparables. Juntos éramos invencibles.




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