Alysa.
No hay nada mejor en el mundo que sentir que tienes toda tu vida encaminada correctamente, que sientes por fin que hay un rumbo que seguir y que a veces incluso tú mismo diriges pero en el que la mayoría del tiempo este te dirige a ti. No hay nada más gratificante que sentir cómo las grietas que te construyen están arreglándose poco a poco. Toda mi vida había estado compuesta por sufrimiento y dolor, y ahora que todo lo oscuro había desaparecido solo quedaban sonrisas en mi rostro, solo deseaba que siguiera así durante mucho tiempo y que las sonrisas fueran algo más que un gesto de felicidad, quería que fuera un estilo de vida.
Estábamos de nuevo disfrutando del camino ya que habíamos dejado atrás la ciudad de Melbourne para ir a Sídney, esta vez sí sabía a dónde nos dirigíamos, me había costado mucho esfuerzo que me lo contara, había tenido que sacar todas mis armas secretas para que me dijera el siguiente sitio al que nos estábamos dirigiendo. Tuve que utilizar toda la artillería pesada para seducirle y provocarle, y justo en ese momento en el que sabía que explotaría por no poder aguantarse las ganas era en ese preciso instante en el que paraba y me salía con la mía. Me encantó verle de aquella manera, rendido ante mí, sabía en ese preciso instante que tenía todo el poder sobre él, al igual que él lo tenía sobre mí, pero de vez en cuando me gustaba tomar las riendas, no era habitual en mí, yo siempre solía dejarme llevar, pero ahora con Owen todo era posible, aparte de que le encantaba cuando lo hacía, disfrutaba cuando yo le seducía aunque fuera inconscientemente. Lo notaba en sus ojos que se volvían intensos y oscuros, también en cómo me miraba detallandome al completo, en cómo todo su cuerpo estaba tenso ante mí y en cómo relamía sus labios de una manera sensual.
Después de la visita a Lume todo iba viento en popa entre nosotros, aquel sitio fue una de las mejores cosas que puedo llevarme de Melbourne, todo estuvo lleno de sensaciones basadas en colores y texturas y mis sentimientos habían florecido como si nada, aquel sitio me hizo recordar lo mucho que eres capaz de sentir con tan solo algo visual, aunque Owen había hecho ese momento mucho más perfecto, aquella galería de arte era algo simplemente mágico.
Recuerdo que le pregunté a Owen porqué no había nadie junto a nosotros apreciando las obras de Van Gogh, me resultaba más que extraño que un lugar tan especial como ese estuviera completamente vacío, y su respuesta hizo que me quedara sin aire al instante, «No hay nadie porque quería que solo estuviéramos tú y yo, disfrutando de nosotros, cuando el dinero te sobra hay cosas como estos pequeños momentos que ni todo el dinero del mundo podría pagar, son esos momentos que recuerdas durante toda tu vida, y eso no tiene precio cuando tú felicidad es la única cosa que me importa en este mundo, porque la felicidad es algo que no se puede comprar, y el tiempo tampoco»
Cada día que pasaba me daba cuenta de lo enormemente enamorada de Owen que estaba. Era algo inevitable, porque después de todo siempre ha sido el único capaz de hacer que la palabra amor tuviera sentido, al que era capaz de contarle cualquier cosa sin tener miedo a que lo utilizaran en mi contra—cosa que Marc había hecho conmigo y supongo que desde ahí el miedo a volver a sentir una traición seguía presente—, el que estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por mí...y estaba más que segura de que era el único capaz de cuidarme como nadie antes lo había hecho. Y sobre todo, porque la vida duele un poco menos cuando estoy con él. Era como si esa palabra apenas existiera ya que por una vez en mi vida un sentimiento positivo predominaba en ella y hacía que el dolor fuera inexistente.
Su mano se fue directa hacia el volumen de la radio y lo subió tanto que incluso pegué un salto del susto con la melodía de "Pillowtalk" de fondo mientras que con la otra mano que tenía en el volante daba golpecitos suaves a este marcando el ritmo. Comencé a reírme mientras sentía como el ritmo de la canción llegaba a mis venas y recorría todo mi cuerpo de una manera única y fluida. No sé cómo ni cuándo comenzamos a tararear y a cantar la canción a todo pulmón, sintiéndola al completo. Yo no dejaba de mirarle y él tampoco, era como si ese gesto fuera algo mecánico entre nosotros. Un movimiento involuntario que nuestros cuerpos ya tenían más que aprendidos. Cuando la canción estaba llegando a su punto más álgido se quedó mirándome al menos más de dos segundos, manteniendo una sonrisa amplia. Lo hacía intensamente y noté cómo me había quedado sin respiración, ni siquiera me di cuenta de cuando dejé de respirar y todo se había vuelto a cámara lenta a mi alrededor. Era como estar viviendo en una película que incluso el viento que entraba por el pequeño espacio que tenía la ventanilla iba despacio y nos daba sutilmente en el rostro. Su mano viajó lentamente del volante hacia mi pierna mientras yo miraba su trayectoria y la detuvo ahí. La posó en mi muslo y yo me estremecí al contacto, fue inesperado. Era como tener la certeza de que iba a estar conmigo por siempre a mi lado ayudándome. Era ese recordatorio de que el contacto nunca se perdía entre nosotros bajo ningún concepto.
Después de varias horas en camino el sol se estaba poniendo por el horizonte, ya era casi de noche y Owen se mostraba un poco cansado. Estaba un poco más pálido de lo normal y tenía leves ojeras debajo de aquellos ojos tan preciosos, pero aun así era capaz de verse realmente atractivo. Definitivamente Dios tiene favoritos.
—Deberíamos parar a descansar—dije concentrando mi mirada en la suya—Estás cansado, necesitas dormir.
—Puedo aguantar un poco más.