Espero que sigas ahí cuando
llegue a la última página.
—Ron Israel
Alysa.
6 de septiembre.
Correr por la arena es un riesgo, mucho más cuando intentas bajar una duna enorme que está completamente inclinada. Adrenalina. Subidón. Fuerza. Emoción. Eso era lo que sentía mientras nos encontrábamos descendiendo una de las grandes dunas de la playa seguida de gritos por parte de todos, ni siquiera recuerdo cómo comenzó todo esto, pero estoy completamente segura de que fue una de las apuestas de West.
Cuando llegamos al final todos caímos rendidos al suelo, Dan incluso terminó rodando a lo que Marlene respondió con una risa que nos contagió a todos por completo.
—¡Deberíamos hacer esto más a menudo, ha sido una pasada!—dijo ella eufórica.
Me detuve un momento para recuperar el aire con mi torso flexionado y mis manos sobre mis rodillas.
—En definitiva en este viaje he hecho más deporte que en las clases de gimnasia.
—¡Pero si sólo ha sido una montaña de arena de nada!—exclamó West.
—¡Existimos las personas normales que no están acostumbradas a hacer treinta deportes a la vez!—rebatí yo.
—Parece que lo haces a propósito, lo de sacar de quicio a la gente, es tu mayor talento—respondió Dan.
—Pese a eso me seguís queriendo.
—Tu padre me paga para que esté contigo, yo no lo tendría tan claro.
—¿Qué...?—dijo confundido. Había sido como un balazo en todo el pecho, incluso casi pude escuchar cómo su corazón dejó de latir al instante.
—Es una broma, West—espetó Owen—sois tal para cual—bufó.
—¿Quién ha llegado el último?—preguntó West.
—Creo que ha sido Dan porque se ha tropezado.
West extendió su mano mirando hacia Dan esperando a que le diera algo. Estaba contento. Demasiado de hecho.
—Ahí tienes tu karma, aprende de tus errores.
—Os odio—dijo mientras sacaba de su cartera diez dólares.
Marlene y yo nos reímos a su lado.
Caminamos durante toda la mañana por la playa y luego decidimos ir a comer a la ciudad para poder despedirnos de ella como era debido antes de ir a nuestro último destino. Habíamos estado poco tiempo en Brisbane pero aún así me había encantado poder descubrir el lugar. Me hubiese gustado haberlo explorado aún más, me había dejado con las ganas de volver incluso sin haberme ido, así que sin duda sería un sitio al que volvería.
Después de un largo viaje por fin llegamos a nuestro nuevo destino, una playa totalmente paradisíaca. Si las otras ya me habían dejado con la boca totalmente abierta esta superaba las expectativas a niveles estratosféricas. Whitehaven beach. Una playa de aguas cristalinas a la que tenías acceso si viajabas en barco. Es una pequeña isla ubicada a treinta minutos de Hamilton que tiene la fama de ser una de las mejores playas del mundo, y no lo niego, realmente era un sitio de ensueño. Sus aguas son de un color azul tan cristalinas que conseguías ver todo con tan solo descender tu mirada, una arena sílice realmente fina y suave y un paisaje a su alrededor que era totalmente armonioso, esta combinación era una invitación total al descanso y la relajación con tan solo pisarlo.
No podía ni siquiera expresar ninguna palabra porque me era imposible, me había quedado sin ellas. Miré a Owen que estaba tan contento como un niño pequeño y los demás también estaban tan impactados como nosotros.
—Esto es un jodido paraíso.
Dan fue la primera persona en hablar y expresó exactamente lo que todos estábamos pensando, Marlene iba agarrada de su brazo porque sabía que si se soltaba caería de culo a la arena, ninguna nos esperábamos terminar las vacaciones de esta manera tan maravillosa. No había lugar mejor para hacerlo. Era el sitio perfecto.
Owen sacó su cámara y comenzó a fotografiar todo a su alrededor como un poseso, este sitio al parecer le había inspirado tanto como para no separarse de la cámara ni un segundo. El objetivo de repente apuntaba hacia mí y me dejé llevar al completo, dándome cuenta de que era la primera vez que no me importaba. Este sitio era tan maravilloso como para no tener fotos en él.
Cuando conseguimos volver a la normalidad dejamos todas las cosas amontonadas en la arena y comenzamos a desvestirnos para salir corriendo hasta el agua mientras reíamos y chillábamos de la emoción. Yo con un poco de dificultad me quité el vestido y salí corriendo hasta poder tocar ese agua tan cristalina que teníamos ante nuestros ojos. No entré despacio, sino que me lancé al completo sobre el mar como los demás. El agua era refrescante y estaba totalmente limpia. El sol estaba en su punto más álgido y a pesar de que el verano ya prácticamente había acabado hacía bastante calor.
La playa estaba casi desierta, solo unas pocas personas estaban paseando tranquilamente sobre ella, éramos literalmente los dueños de este lugar.
Reímos cuando salimos a la superficie. El mar se mecía en calma y se escuchaba en sintonía con la leve brisa que había. Nada mejor que ese sonido. Tan calmante y relajante como siempre.