Aeternum

Epílogo

Hoy hace dos años y medio desde la muerte de Owen, he venido cada día desde entonces al cementerio para poder poner en su lápida una rosa roja, de aquellas que le gustaba regalarme, de esas con las que sin decir ni una palabra era claramente una intención de amor. Un amor tan bonito como real que me hacía sentir que era la persona más especial del universo, un amor verdadero, un amor que te hace sentir que estás flotando sobre las nubes, un amor sincero que nunca dolió hasta el día de su muerte. El 7 de septiembre mi vida llegó a su fin, el amor se fue junto a él, ya no estaría más a mi lado y yo debía seguir adelante, pero esta vez no iba a ser Owen quien me diera la mano para poder guiarme por el sendero, por un camino que habíamos decidido continuar nosotros hasta el final. Ahora el camino que yo tomaba para estar a su lado solo me tomaba media hora andando desde mi casa, el cementerio de Albury se había convertido en mi lugar seguro, donde me podía quedar horas expresando mis sentimientos, mi dolor y mi eterna agonía. Donde venía a llorar cada vez que me derrumbaba para poder desahogarme como es debido. Me gusta ir a aquel rincón, a su lápida, que está junto a la de nuestras madres en un precioso césped decorado de tulipanes y lirios, aunque nada tan bonito les hace justicia, cada vez que me detengo en su lápida de alguna manera siento que sigue junto a mí y eso me reconforta, siento que me escucha y que cada vez que llego él está ahí esperándome con la sonrisa más perfecta que nunca antes había visto y con los brazos abiertos para intentar consolarme.

Ya apenas lloro su muerte, he llorado tanto que he temido quedarme sin lágrimas, días y noches en vela sin poder dormir, angustiada, con el pecho pendiente de un hilo, ahogándome con mis propios sentimientos, con una respiración casi inexistente que te frena, que te hace sentir que estás en un sueño, más bien una pesadilla, que te detiene y que te ahoga. Ahora todo es un poco diferente, el dolor todavía no se ha ido por completo porque no es algo fácil de llevar, mucho menos de superar, sobre todo cuando sentías que a su lado todo mejoraba. Ahora me encuentro un poco mejor y sé que por mucho que me lamente nada le volverá a traer a la vida, prefiero recordar los buenos momentos que pasé a su lado, aquellos que han sido maravillosos desde el primer segundo hasta el último, no quiero pensar en aquellos que podrían haber sido, sino en los que realmente fueron. Quizás así sea menos difícil de sobrellevar.

Mi vida desde entonces ha sido un completo caos.

Papá y Clarise se casaron hace un mes, la boda fue preciosa, como la de una película romántica en la que todos acaban emocionados por los recién casados, en la que los discursos finales hicieron llorar a todos los invitados por las palabras que salían desde el corazón con toda la sinceridad del mundo. Fue en el lago de Albury y sin duda fue muy emotiva, vi por primera vez en años a mi padre volver a sonreír de aquella manera en la que lo hacía mientras miraba a Clarise, de la misma manera en la que miraba a mi madre, ella siempre ha sido una mujer maravillosa que desde entonces me ha ayudado cuanto ha podido, no ha dejado que me caiga y siempre ha intentado que me levante. No puedo negar que eché de menos que Owen estuviera a mi lado acompañándome en ese día tan importante para mí, me habría gustado compartir momentos así con él, que estuviese a mi lado, secando mis lágrimas, haciendo que el día se convierta en algo mucho más especial, bailando conmigo una de las canciones lentas que tanto me gustaban...ojalá todo hubiese acabado de otra forma, y daría mi propia vida por ello, por un final feliz, y aunque no creyese en ellos al menos quería que lo nuestro fuera la excepción.

Los chicos estuvieron ahí conmigo en todo momento para apoyarme como lo habían hecho desde que él ya no estaba, no querían volverme a ver hundida aunque tras su muerte toda mi vida se había paralizado al instante, apenas podía vivir con el dolor, sentí lo que mi padre sintió durante años, y sé con certeza lo que es que el tiempo se detenga, que tus días se vuelvan iguales, tristes, sombríos, apagados y que la vida pierda el sentido.

El amor me había destruido de la forma más dolorosa posible.

Ahora vivimos en otro barrio, nos mudamos los tres para dejar un poco atrás todo y empezar de cero con una nueva vida pero aún así eso siempre lo llevaré conmigo vaya a donde vaya, no es algo de lo que pueda escapar, es algo que me define.

Marlene y Dan se mudaron a Sídney cuando comenzaron la universidad, ¿quién lo diría? Se les ve muy felices juntos y me alegro por ellos, Marlene ha dejado de ser tan insegura con los chicos y al parecer ha perdido el miedo a que le rompan el corazón, Dan nunca le haría daño, eso estaba más que claro porque su amor hacia ella es verdadero, realmente se quieren y aunque a veces discuten por cualquier tontería siempre lo arreglan, porque el amor también es saber perdonar—aunque hay cosas imperdonables—, ahora parece ser que sus planes van viento en popa, ¡van a tener un bebé! Me enteré hace dos semanas de que Marlene estaba embarazada de un mes y no puedo estar más contenta, por fin seré tita, aunque todavía tendremos que esperar para saber cuál será el sexo del bebé, pero algo me dice que será una chica...no sé, pura intuición. Aunque le querré igual sea lo que sea. Estoy deseando poder ver ya su carita y poder tenerle entre mi brazos.

West sigue viviendo en Albury, pero se mudó a vivir solo en un piso del centro porque quería ser algo mucho más independiente, aunque todos sabemos que él no puede vivir solo, así que la mayoría del tiempo está en casa de sus padres y de sus nuevos amigos, no le gusta la soledad, mucho menos sentirse solo, sin nadie a su alrededor, necesita el cariño de la gente, sentirse querido, estar con alguien…




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