Aethelgard: El códice de los sueños

Página 1: El libro Olvidado

El universo de Edda era del tamaño de una habitación. A sus diecisiete años, el mundo para ella se había reducido a los muros de un pequeño apartamento, el mismo que había compartido con sus padres hasta que una carretera mojada y un auto descontrolado los había vuelto una estadística más. Ahora, las noches se estiraban en un silencio que se le metía en los huesos y los días eran una sucesión de clases en la universidad donde se sentía como una espectadora más, observando a la gente reír y hablar de planes que ella nunca entendería. No es que no tuviera a nadie; un par de amigos se acercaban a ella, pero se sentían más como extraños intentando descifrar un idioma que ella ya no quería hablar.

Su refugio era el desorden de su biblioteca, un rincón de la casa donde el polvo y el olor a papel viejo eran sus únicos compañeros. Un día, mientras buscaba un manual aburrido para su clase de literatura, su mano tropezó con un libro olvidado, escondido detrás de una hilera de tomos de historia. Era un libro antiguo, con la tapa de cuero gastada y páginas que parecían susurrar secretos al tacto. Se notaba que era viejo, tan viejo que casi podía sentir el peso de los siglos en sus manos. El título, escrito con una caligrafía dorada y extraña, decía: "El Códice de los Sueños".

Edda lo llevó a su cama y se acurrucó bajo las sábanas, sintiéndose reconfortada por el peso del libro. Lo abrió y su mundo se detuvo. Las páginas no hablaban de personajes imaginarios o leyendas; hablaban de seres que coexistían con los humanos en un plano distinto, invisibles para la mayoría. Hablaban de hadas con alas de cristal, de duendes que tejían los sueños y de sirenas que cantaban en lagos escondidos. El libro explicaba que la magia y esos seres existían, pero se mantenían ocultos para protegerse del egoísmo y la destrucción de la humanidad. El corazón de Edda se aceleró al leer una última frase que le revolvió el estómago: "Solo aquellos con el alma más pura y el corazón más roto, pueden ver la verdad más allá del velo".

La fatiga, mezclada con la revelación, la venció. Las letras del libro comenzaron a bailar ante sus ojos y un calor suave la envolvió. Dejó que sus párpados se cerraran y, por primera vez en mucho tiempo, no sintió el peso de la tristeza, sino la ligereza de una inminente aventura. Su respiración se hizo lenta y profunda, y el libro cayó suavemente de sus manos.

Cuando Edda se durmió, no fue un sueño común.




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