Aetheris: El Reino de los Guardianes del Pacto

CAPITULO XIX: Entre Libros y Sentimientos

Al amanecer, Antonio se despertó muy emocionado, recordó la decisión que había tomado. No sería un espectador distante, un Guardián tras el velo de lo eterno. Si quería entender a los humanos su fragilidad, su terco resplandor, debía sumergirse en sus corrientes. Respirar el mismo aire, sudar bajo el mismo sol. Y así, usando su nombre real y una historia tejida a medias, cruzó las puertas de la academia donde Daniela estudiaba.

Los trámites burocráticos lo desconcertaron. ¿Qué era un "código de matrícula" frente a las runas de Aetheris? ¿Por qué los humanos necesitaban tantos papeles para probar que existían? Daniela y sus amigas lo guiaron con paciencia, riéndose de su torpeza al llenar formularios, sin sospechar que sus manos habían moldeado energía divina con suma destreza.

Cuando por fin le asignaron un aula, el destino —o acaso el Dios Absoluto, jugando con los hilos del azar— lo llevó justo donde anhelaba estar.

La vio antes de entrar.

Daniela estaba allí, reclinada sobre su pupitre, la luz del mediodía le iluminaba los hombros mientras reía con sus amigas. El salón olía a tiza y ambición, a sudor juvenil y sueños por estrenar. En las paredes, diagramas del cuerpo humano se desplegaban como mapas de un territorio que Antonio conocía demasiado bien: venas que eran ríos de cristal, órganos que latían al compás de una melodía divina. Medicina. La ciencia que estos mortales usaban para desafiar a la muerte, día tras día, con solo agujas y palabras.

—¡Miren! ¡Es el chico que no sabía ni firmar! —exclamó una de las amigas, señalándolo con un bolígrafo.

Daniela alzó la vista. Sus ojos —tan marrones como la tierra que Antonio había aprendido a labrar— brillaron con curiosidad.

—¿Antonio? —dijo, como si comprobara que no era un espejismo—. ¿Tú aquí?

Él esbozó una sonrisa que le ardía en los labios. Si supieras cuánto he caminado para estar a tu lado...

—¿Y qué? ¿También quieres ser médico? —preguntó July, la más inquieta del grupo, mordisqueando la tapa de su cuaderno.

—Quiero entender —respondió Antonio, midiendo cada palabra— cómo ven ustedes la vida... y la muerte.

Daniela lo estudió con esa mirada que siempre parecía atravesarlo.

—No cuadras —musitó, jugueteando con un mechón de pelo—. No tienes esa obsesión de los demás. Los que estudian medicina suelen llegar con heridas que cerrar... o miedo a tenerlas.

Antonio apretó los puños bajo la mesa. —¿Y si te digo que he visto ciudades caer? ¿Que conozco el peso de un alma en mis palmas? Pensó, pero solo asintió, dejando que el silencio hablara por él.

Tomó asiento cerca de ellas, sintiendo el peso de su doble vida como un manto invisible. Los cuadernos se abrieron, el profesor comenzó su clase, y Antonio —el Guardián— se convirtió en un alumno más.

Por primera vez en siglos, no estaba observando.

Estaba viviendo.

Los días fluyeron como un río sereno, y Antonio encontró su lugar en el grupo con una naturalidad que sorprendía incluso a sí mismo.

Al principio, todo fue un torbellino de confusión. Los términos médicos —palabras como "epitelio" o "sistema linfático"— le sonaban a lenguas arcanas, muy distintas a las runas sagradas que había estudiado en Aetheris. Los exámenes simulados, con sus preguntas de opción múltiple y sus tiempos límite, lo desconcertaban. ¿Por qué tanta prisa? En el Santuario, el conocimiento se meditaba durante meses. Los profesores, con sus voces autoritarias y sus miradas escrutadoras, lo observaban con curiosidad. Algunos sospechaban que había algo distinto en él, pero ninguno podía precisar qué.

Sin embargo, Antonio tenía una ventaja: una mente forjada en la eternidad.

En cuestión de semanas, dominó lo que a sus compañeros les tomaba meses. Las estructuras óseas, las funciones celulares, los intrincados caminos de los neurotransmisores... Todo lo absorbía con una facilidad asombrosa. Sus respuestas en clase eran precisas, casi inquietantemente exactas. Pronto, murmullos comenzaron a seguirle: "¿En serio no había estudiado esto antes?"

—Eres increíble, Antonio —le dijo Daniela una tarde, mientras recogían sus cuadernos al salir de clase. Su voz era cálida, pero sus ojos brillaban con algo más que admiración. Curiosidad. Intriga. — ¿Cómo aprendes tan rápido? —

Él esbozó una sonrisa enigmática.

—Digamos que tengo buena memoria.

No mentía. Pero tampoco decía toda la verdad.

La amistad entre ellos floreció, como esas plantas humanas que crecían contra todo pronóstico en grietas de cemento. Los fines de semana, el grupo se aventuraba en los rituales terrenales de la juventud: parques donde la hierba se doblaba bajo sus pies, cafeterías perfumadas con granos tostados, cines donde las luces se apagaban para dar paso a mundos imaginarios. Para Antonio, cada experiencia era un descubrimiento. Y cada descubrimiento, un recordatorio de su propia otredad.

A veces, su desconocimiento lo traicionaba.

—¡Antonio! —exclamó uno de sus amigos, riendo mientras señalaba la botella de refresco que él sostenía con gesto expectante—. ¿Por qué estás esperando que te sirvan? ¡Esto no es un palacio!

Antonio miró la mesa, confundido. En Aetheris, las copas se llenaban solas, obedientes a la voluntad de los Guardianes.

—¿No es así como funciona?

Daniela se rio, pero no con burla. Tomó su vaso y lo llenó hasta el borde, derramando un poco de líquido burbujeante sobre la mesa.

—Aquí lo servimos nosotros —explicó, empujando el vaso hacia él—. No hay magia.

—Ah… —murmuró Antonio, sintiendo ese familiar peso de no pertenecer.

Esos pequeños errores se repetían: confundir monedas, preguntar por costumbres que todos daban por sentadas, mirar demasiado tiempo cosas que los humanos ignoraban. Pero Daniela nunca se burlaba. En lugar de eso, le explicaba con paciencia, como si intuyera que, bajo su fachada de estudiante, había algo más. Algo que ni siquiera él entendía del todo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.