El amanecer bañaba la ciudad con una luz pálida, como si el sol mismo dudara en iluminar por completo aquel lugar marcado por el dolor. Antonio y Daniela caminaban lentamente entre las calles reconstruidas, donde las cicatrices del pasado persistían en los detalles: el mármol demasiado nuevo en los edificios, los árboles replantados que aún no alcanzaban la altura de los derribados, ese silencio peculiar que se cernía sobre el lugar donde la tragedia había ocurrido.
Fue entonces cuando la brisa matutina se espesó, tomando forma humana entre las sombras. Caroline emergió como un recuerdo hecho realidad, su figura fluctuante como llama al viento, sin la solidez de un cuerpo verdadero, pero con la presencia innegable de quien se niega a desaparecer. No era la Guardiana altiva de antaño, ni la manipuladora que había urdido la tragedia, sino algo más triste: un fantasma de sus propias decisiones, condenada a existir en los márgenes de la realidad.
Daniela sintió el puño del rencor apretarse en su pecho al verla, pero la ira se disolvió tan rápido como había llegado. La Caroline que tenía ante sí no era digna de odio, sino de lástima. La mujer que había movido los hilos del destino ahora apenas podía sostener su propia forma en el mundo material.
Antonio la observó con una calma que sorprendió incluso a Daniela. No había rastro de resentimiento en sus ojos, solo una comprensión serena. —Veo que elegiste quedarte aquí—, dijo con voz tan clara como cuando aún era Guardián.
—Aetheris ya no me reconoce—, respondió Caroline, y su voz, aunque desprovista de su antiguo poder, conservaba ese tono característico que hacía difícil discernir si bromeaba o hablaba en serio. —Prefiero ser un espectro en este mundo que un prisionero en el mío—.
El silencio que siguió fue tan denso que por un momento pareció que incluso los pájaros habían dejado de cantar. —Supongo que esto es un adiós—, murmuró Antonio finalmente.
Caroline esbozó una sonrisa que no alcanzó sus ojos. —Puede que no tenga cuerpo, pero aún puedo visitarte. Un fantasma tiene sus privilegios—.
Antonio negó con la cabeza, un gesto lleno de una ternura que Daniela no esperaba. —Será mejor que no. Si los Guardianes descubren que interfieres, te obligarán a regresar—.
—¿Oh? ¿Te preocupas por mí? — Caroline rio, y por un instante pareció la de antes, vivaz y provocadora. —Sabía que todavía me amabas, y no a esta... ¿cómo dicen aquí? 'Zarrapastrosa'—. La palabra sonó extraña en su boca, como un juguete nuevo que aún no sabía usar del todo.
Antonio no respondió a la provocación. Solo sonrió, ese mismo gesto paciente que había calmado tantas tormentas, y tomó la mano de Daniela. Cuando cruzaron la calle, justo antes de doblar la esquina, Antonio miró sobre su hombro por última vez.
El lugar donde Caroline había estado estaba vacío. Solo quedaba un remolino de hojas secas danzando en el viento, como si el mundo mismo se hubiera encargado de borrar todo rastro de su presencia.
El tiempo fluyó como un río sereno tras los exámenes parciales. Antonio, privado de sus dones celestiales, pero no de su aguda mente, sorprendió a todos al obtener calificaciones perfectas. Daniela, cuya dedicación había sido incansable, brilló con igual intensidad. Sus amigas July y Andrea, aunque con notas menos espectaculares, celebraban sus aprobaciones con la alegría despreocupada de quien sabe que ha dado su mejor esfuerzo.
—¡Esto merece una doble celebración! —, anunció July con entusiasmo mientras agitaba sus papeles con las notas. —Primero, que sobrevivimos al curso más difícil de la carrera, y segundo... — Hizo una pausa dramática antes de sacar un pequeño pastel con velitas. —¡Que hoy cumplo veintiún años! —
Daniela rio, extendiendo su mano izquierda donde un sencillo anillo brillaba bajo la luz del aula. —Te faltó el tercer motivo, July. Oficialmente ahora somos pareja—, dijo, mirando a Antonio con una sonrisa que iluminaba más que cualquier poder de Guardián.
—¡Uy, señorita! ¿Y cuándo será la boda? —, bromeó Andrea, haciendo un gesto exagerado de sorpresa.
—Todavía nos falta mucho para eso—, respondió Daniela mientras entrelazaba sus dedos con los de Antonio, —pero desde hoy, esto es oficial. Nada ni nadie nos separará—.
July abrazó a su amiga con efusividad. —Me alegra tanto por ustedes... aunque si fuera tú—, añadió en voz baja pero deliberadamente audible, —no confiaría tanto en esa “antigua amiga” de tu novio—. La carcajada que siguió llenó el pasillo universitario.
La celebración se trasladó al pequeño departamento de July, donde luces de colores y globos transformaban el espacio en un refugio festivo. Lo extraordinario de la noche fue la presencia de Manuel, el antiguo guía de Antonio, cuyo rostro marcado por siglos de sabiduría parecía fuera de lugar entre los jóvenes universitarios, y, sin embargo, allí estaba, brindando con jugo de uva como uno más.
—Tomaste la decisión correcta, muchacho—, murmuró Manuel en un momento de calma, su voz estaba cargada de una melancolía que solo otro Guardián podría comprender. —Aunque lamento el precio que pagaste... al menos vives como elegiste—. Sus ojos, que aún conservaban un tenue brillo dorado, se nublaron. —No puedo decir lo mismo por Caroline. Prefirió vagar como espectro antes que enfrentar su encierro en Aetheris... lejos incluso de sus propios padres—.
Antonio siguió la mirada de Manuel hacia la ventana, donde por un instante pareció vislumbrarse una silueta translúcida que desapareció al parpadear. —No la abandonaré completamente—, respondió con firmeza. —Sé lo que significa existir entre mundos, sin pertenecer a ninguno. Ella que tanto amaba la paz de Aetheris... —
Manuel lo interrumpió con una palmada en el hombro. —Basta de sombras, expósito mío. Esta noche es de luz—, dijo, recuperando su tono jovial. —Ve a bailar con tu humana... digo, con tu prometida—, corrigió con una risa que hizo eco de su error intencional.