Catherine miro la sala, uno a uno, cada habitante de corazones salía de la sala, Cada persona, pajarillo y conejo. Todos, excepto Mary Ann, su antigua sirvienta.
La joven avanzó hacia la reina. No le tenía miedo, pues a pesar de todo, era quizás la única persona en todo Corazónes que realmente la conocía, era quizás la última.
–Se lo que estás pensando, Caht– dijo Mary Ann.
–¿Lo sabes?– respondió Catherine con un toque de amargura y sarcasmo en su voz.
–Es... Es solo una niña, Cath, déjala ir. Solo olvidalo...–
–calla, ¡CÁLLATE! ¡Y no vuelvas a llamarme Cath, Para ti, y para todos, Yo soy La Reina– Catherine se acercó a Mary Ann y la tomo del rostro, obligándola a mirarla a los ojos – ¿Lo entiendes?–
–Si, Mi Reina– Mary Ann se escabullo de la mano cruel de Catherine y se alejó de ella.
Antes de salir volteo la mirada hacia su vieja amiga, ¡Oh, como la extrañaba! Si tan solo las cosas hubiesen sido diferentes.
–Jest... el no hubiese querido nada de esto. ¿Lo has olvidado a el también?–
Cath deseaba gritarle que jamás, nunca más en su vida, pronunciará ese nombre, pero Mary Ann ya se había ido.
¿Porque, aún sin un corazón, el nombre de Jest le seguía provocando un vuelco en su memoria?
Cerro los ojos con fuerza, y removió el amargo sabor a arena que sentía en la boca. Ojalá pudiese llorar, pero eso tampoco volvería a suceder.