Las luces titilaban, cambiando momentáneamente su color de rojo a azul oscuro, de azul a blanco y de blanco nuevamente a rojo. Dejando un segundo de total oscuridad con cada parpadeo.
Pero la música, oh dulce melodía, era tan fluida y tan embriagadora, que por un instante Catherine imagino estar en algún lugar fuera de la realidad.
Por más dulces que sean los sueños, tarde o temprano siempre habrá que despertar.
Catherine golpeo la puerta y grito y grito, más fue en vano, nadie la escucharía por encima del alboroto que sucedía afuera.
Finalmente se agoto, y camino dentro del salón en busca de otra salida.
Una ventana abierta hacia un balcón llamo inmediatamente su atención, al acercarse a ella el aire frío de la noche la recibió haciendola castañear y congelarse hasta los huesos.
Afuera, la Luna ya se había empezado a alzar en el cielo con sus fieles estrellas centelinas y más a lo lejos pudo ver una franja color anaranjado, el último vestigio del sol y su atardecer.
Catherine se imagino estando en la cañada, en la que nunca se podía decir si era de día o de noche. pero no con las hermanas, se imagino haya con Jest. Estando entre sus brazos y disfrutando de sus delicadas caricias y apasionados besos...
Algo entro volando por la ventana, haciendo que Cath volviera de pronto a la realidad.
En el centro del salón había una pequeña ave de color negro revoloteando en círculos.
–¿¡Cuervo!?– grito Cath un poco confundida al ver a este – ¿eres tú? Pensé que no ibas a venir...– Cath se calló de pronto, cuando observo a la criatura cambiar de forma; pero en lugar de la enorme y corpulenta figura que sabía que era cuervo, se encontró con un chico delgado y alto completamente vestido de negro.
Sabía quien era incluso antes de que se diera la vuelta y sus miradas se reencontraran después de tantos años.
–...Jest– susurro.