Jennifer Corredora, 11:24 am:
Entiendo perfectamente la situación, pero podríamos conversarlo.
El dueño está dispuesto a bajar el precio del arriendo a la mitad, así él no tiene que buscar nuevo arrendatario y usted no tiene que pagar la multa por terminar antes el contrato.
Solté una risa ácida al entender que siempre pudieron cobrarme muchísimo menos por esa desgracia de departamento. O quizás no siempre, pero al menos pudieron ofrecerlo cuando vieron que todas las personas estaban comenzando a buscar mejores opciones en el mercado.
Pero no fue así. Esperaron a que al fin me diera cuenta de que había sido una estúpida para dejar de tratarme como a una estúpida.
Aunque, honestamente, me lo merecía. Al menos los últimos meses.
Eda, 11:37 am:
Agradezco la oferta, pero creo que la rebaja no supera lo atractivo que es la otra oferta. Lo siento.
Dejaré el departamento a fin de mes. ¿Podrías recordarme de cuánto era la multa?
Una sensación extraña se instaló en mi pecho cuando noté que mi mensaje había sido leído de inmediato. Y es que la corredora jamás había estado tan pendiente a una de nuestras conversaciones como ahora. Me hubiese gustado que fuera así de atenta cuando tuve filtraciones en el techo que arruinaron mi sofá favorito o cuando se rompió la llave del lavabo y el baño estuvo a punto de inundarse.
Admitía que era un poco cruel de mi parte, pero se sentía inevitablemente satisfactorio ser yo ahora la que pudiera actuar con desinterés después de haberla perseguido durante días para tener una respuesta poco útil a cada problema que fue surgiendo en todo el tiempo que gasté dinero de mi propio bolsillo para solucionar problemas que yo no había provocado.
Si bien sabía que, en el fondo, tampoco era su culpa nada de lo que había pasado antes ni de lo que estaba sucediendo ahora, de todas formas, habría agradecido un poco más de empatía conmigo cuando más lo necesitaba. Sin embargo, también sabía que, aunque hubiese sido la persona más encantadora del planeta en el pasado, nada habría sido capaz de retenerme en esa pequeña y cara prisión con pocas ventanas.
Me estiré y giré sobre la silla un par de veces, demasiado distraída como para seguir trabajando.
—Voy a la cafetería —avisé a Ian, mi eterno y taciturno compañero de oficina, que ni siquiera me miró al asentir con la cabeza y levantar su pulgar.
Guardé el móvil en mi bolsillo y tomé mi tazón, lista para usar lo único bueno que tenía esta empresa: la cafetera.
Los pasillos estaban curiosamente vacíos, encontrándome apenas con un par de personas mientras mis pasos creaban más eco de lo normal a medida que avanzaba. De pronto, se levantó un cuestionamiento sorpresivo y me detuve un par de segundos para mirar a mi alrededor. ¿Me había perdido de algo y hoy podíamos quedarnos en casa?
Volví a avanzar, esta vez un poco más lento, intentando entender qué era lo que me parecía tan extraño en el entorno y pensé que, tal vez, la gente no sólo estaba buscando mejores hogares, sino también mejores trabajos.
¿Eso también era una opción ahora?
Me detuve en seco, quedándome en silencio contra el marco de la puerta al ver las espaldas de Gail y Nico, que parecían enfrascados en una conversación acalorada en la que preferí no meterme.
—¿Por qué los defiendes? —alegó él, con hombros tensos—. ¿Realmente crees que es normal lo que hacen?
—No se trata de si es normal o no —respondió Gail, con voz severa—. No eres quién para decirle a la gente cómo lidiar con su duelo.
—Gail, por favor —dijo Nico, exasperado, golpeando sus muslos junto a una exhalación fuerte—. Es enfermo. No conozco a nadie con un mínimo de cordura que crea que es normal usar sus Intia como si fueran un reemplazo de los que se fueron.
Sentí una profunda vergüenza apoderarse de mi pecho, subiendo rápido hasta mis mejillas y bajando denso hacia mi estómago.
Y sabía que ese era el momento justo para escapar si no quería ser aludida, pero la curiosidad me ganó. Así que me quedé a escuchar lo que la gente podía pensar de mí y mi incapacidad de dejar ir a Dalia.
Aunque yo misma me encontraba un poco loca la mayoría de las veces.
—Bueno, quizás muchas de esas personas se han topado con gente como tú, que prefieren juzgarlas en vez de entenderlas. —Con cada palabra, se acercaba más a él, desafiante, aplastando su índice contra su pecho.
—Puedo entender muchas cosas —gruñó de vuelta—. Pero no puedo entender que le den tan poco valor a la vida humana como para creer que es buena idea remplazarla con una pantalla que sólo sabe simular ser otra persona.
—Hola, Eda —saludó Nina de pronto, sobresaltándome a mí y a las dos personas que estaba observando en silencio, delatándome en el acto.
Dibujé una sonrisa tímida.
—Hola, Nina —respondí suave antes que ella siguiera con su camino.
—Eda —dijo Gail, con ojos tristes, una vez que volvimos a ser tres en la habitación—. ¿Hace cuánto estás aquí?
—Hace poco —respondí vago, acercándome directo a la cafetera y tomándome el tiempo para encontrar la cápsula que me pareciera más interesante. Aunque todas fueran iguales.
Editado: 23.11.2024