Me gustaría decir que todo siguió como antes, que nada cambio, pero, en definitiva, la vida estaba obsesionada conmigo.
Después del día sangriento (así le digo yo) en donde mi nariz quiso ser la protagonista de una película de terror, todo se fue de picada.
Mi hermanito se estaba convirtiendo en un dolor de cabeza agudo para nosotras, en la escuela nos llamaban seguido para decirnos que se metió en problemas, que golpeo algún compañero o simplemente para decirnos que no quería hacer nada en clases y que no llevaba los deberes. Si lo sé, todo un niño problema, pero, es que cada uno lidiaba con el color de maneras diferentes y sumándole el hecho de que no contaba con figuras paternas en todo el día, solo mi presencia, de verdad que se estaba volviendo difícil lidiar con él.
Mi mamá trataba de solucionar las cosas conversando con el tranquilamente, pero, parecía que a él le entraba por un oído las palabras de mamá y salían por la otra, porque, al día siguiente llegaba una llamada del colegio nuevamente. Las cosas a veces se salían de control, y lo golpeaba; pero, parecía que eso le daba más alas para su etapa de rebeldía, no la apaciguaba.
Las cosas en casa estaban tensas, parecía que en cualquier momento iba a explotar una bomba y acabaría con todo, mi querido hermanito eclipsando todo el mundo de mamá.
Para mí esto ya no era vida, era una simple rutina, despertar y bum algo malo sucedía.
En el colegio era otro cuento, después de aquel incidente, todos se burlaban de lo que paso y me señalaban; por esta razón encontré un escondite en el colegio, estaba apartado de todos, en una terraza que tenía una vista de la calle principal, me la pasaba todos los recreos y horas libres allí, pensando en lo difícil que es vivir, ser feliz y amar.
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Editado: 01.09.2019