El mayor exponente arquitectónico y científico del mundo era el Olimpo, un complejo de nueve ciudades sobre una Isla tropical que flotaba a gran altura de lo que, años atrás se consideró la montaña más alta del mundo. Cinco potentes generadores electromagnéticos se sincronizaron en la base de la montaña para hacer volar la parte superior. Un capricho de dos generaciones anteriores a los Altos actuales. Obligaron a los científicos más reconocidos del mundo a crear, antes de que incluso fuera imaginado, la tecnología necesaria para realizar aquella maravilla. Hombres que, tras haber logrado lo imposible, fueron ejecutados para que nadie lo replicara en un futuro.
Ocho ciudades que apuntaban a cada punto cardinal eran dirigidas por su respectivo miembro. La ciudad central era la más valorada, pues ahí residía el Alto que nunca fue visto, encargado de un solo trabajo, preparar todo para el regreso de cierto hombre. El complejo central consistía en un teatro al aire libre donde los Altos realizaban sus ceremonias más sagradas, los sacrificios de las personas más detestables y espectáculos para entretenerse. También había una sala privada donde se encontraba el trono del superior, uno que no había sido tocado por nadie en siglos, y que esperaba junto a las otras maravillosas construcciones su regreso.
En la parte superior del edificio principal existía un jardín lleno de vegetación verde, la cual se enredaba en las columnas de mármol y rodeaba el balcón. En el centro había trece sillas de piedra tallada rodeando una enorme mesa, a la que le faltaban cuatro asientos para llenar.
Ese día se llevó a cabo una importante reunión. Los Altos Mandos hablaban acaloradamente de lo sucedido el día anterior, no podía permitir que la muerte de un Alto fuera algo que pasaran a la ligera.
—¡Deberíamos exterminarlos de una vez por todas! —dijo el Alto del Suroeste clavando su espada en la mesa. Un hombre de gran bigote arremolinado similar a sus cejas que vestía un par de tirantes sobre su camisa blanca arremangada. En su cabeza llevaba una corona con siete cruces.
—No todo se arregla con las ejecuciones —interrumpióel Alto del Noroeste. Un sujeto de muy baja estatura, queportaba el traje gris de los Altos, sin embargo, su saco le quedaba grande, lo arrastraba cada que caminaba. Su corona tenía seis cruces a diferencia de su semejante—. Deberíamos extorsionarlos con esto, dejarlos en la quiebra, pero entonces ya nadie cuidaría nuestro dinero, a menos que hagamos que paguen sus deudas trabajando para nosotros.
—En ese caso esclavízalos de una vez —dijo la mujer de cabello oscuro y piel morena que portaba la corona de cuatro cruces. Dejó su botella de vino a medio beber en la mesa y encendió un cigarrillo, mismo que apagó sobre la frente del esclavo en el que estaba sentada—. No sirven para otra cosa.
—Sur, te pido por favor que uses tu asiento —Le pidió el Alto del Sureste mientras dejaba caer su enorme libro sobre la mesa. El sujeto tomó del bolsillo de su saco el monóculo y comenzó a citar—. «El uso de los asientos reales es obligatorio en todo momento mientras estemos en la mesa del trato». Usos de las instalaciones articulo catorce, subsección dos, punto dos —acomodó la corona de cinco cruces al terminar de citar de su libro.
—Lo importante no es el dinero, la esclavitud o la ejecución —respondió el Alto del Este. El sujeto de cabello castaño y ojos azules que portaba la corona de tres cruces—.Lo importante es que cualquiera de ellos seria buen candidato a mis experimentos.
—Son una amenaza —El Alto del Noreste se levantóexaltado, golpeo la mesa abruptamente y dejó su corona de dos cruces en la mesa. Era alto y fornido, de piel color canela y cabello oscuro que caía libremente detrás de su espalda—.Debemos acabar con toda su organización, terminar el trabajo que Gabriel no pudo.
—Todos tienen razón —Por último, el Alto del norte se levantó tratando de calmar a todos. Portaba la corona de una cruz. Su cabellos rubios ondulados y ojos grisáceos lo hacían aún más apuesto a las miradas—. Sin embargo, solo podemos tomar una decisión. Y creo que la más importante es la de nuestra querida Central, por favor, maestra, díganos que hacer.
—Gracias, Norte —Sanit estaba sentada en uno de los cuatro tronos más sobresalientes, el cual tenía un par de gárgolas sobre el respaldo, observando siempre al cielo. La mujer portaba su ya gastada mascara con dibujo de mariposa y un largo vestido azul celeste de una sola pieza—. Es una lástima que Gabriel no haya podido unírsenos como miembro del Tridente de Dunkel, pero al menos nos ha dado una ventaja, la ASC esta desprotegida, con menos personal y además hay un dragón en medio de la ciudad que no han podido retirar.
—¿Qué tiene en mente, maestra? —preguntó Norte volviendo a su asiento.
—Ellos han ofrecido traer a Gabriel y al asesino de Oeste, su líder los traerá. Aceptemos su ofrenda.
—Eso sería mostrar debilidad —respondió Suroeste levantándose de su asiento.
—Toma asiento por favor Suroeste —pidió Norte señalando el trono del hombre—. Por favor prosiga.
—Gracias, esto es lo que haremos, mostraremos que somos piadosos —dijo la maestra—. Daremos una buena imagen, sin embargo, enviaremos a un candidato a Tridente que sea capaz de acabar con ellos de una vez por todas.
—Ya veo —Sureste pasó de páginas en su gran libro hasta detenerse—. El Articulo sesentaiocho en su sección catorce, punto dos, punto cinco. «En caso de presentarse una amenaza publica, se dará pie a la ejecución discreta».