Agencia de Seguridad Civil: Infiltración

Capítulo 8: Olimpo

Rafael tenía que ser inteligente, al día siguiente partiría hacia el Olimpo, así que debía dejar a cargo a sus mejores hombres en caso de alguna emergencia. El escuadrón de Andrea resultaba ser el más capacitado para la protección de la ciudad y la guardia al dragón, al que debían trasladar lo antes posible a una zona segura, lejos de donde pudiera hacerlesdaño a las personas. Por desgracia no habían vuelto de la última asignación que Andrea les dio y eso le preocupaba, sin mencionar que estarían exhaustos.

Pensó muchas veces en pedir ayuda, pero las condiciones en todo el mundo eran iguales. Ciudades como Bogat despertaron el sentido de la rebelión causando que hasta lospueblos más pequeños se levantaran contra los agentes y se vieran obligados a permanecer dentro de las instalaciones. Todo era un desastre y una constante presión que sentía que le apretaba el cuello. Sin embargo, debía preocuparse por llevar a Gabriel con los Altos.

Sabia a la perfección que podía ser una trampa y que la vida de él y de sus escuadrones estaban en riesgo. Por eso llevaría solo a aquellos que más confianza les tenía y dejaría instrucciones claras en caso de su fallecimiento. Por último, trataría una última vez de sacarle información a Gabriel, y debía ser inteligente, hacer las preguntas correctas y no perder el control.

Entró en una sala adaptada para la recuperación del antiguo líder de la ASC. Gabriel leía una revista, entregada por un agente sin dudar de su petición. Era difícil arrancar la lealtad de alguien, aunque hubiera cometido errores. Gabriel bajó la revista y la acomodó sobre su abdomen con toda la calma del mundo.

—¿Cómo estás? —preguntó Rafael apoyándose en el marco de la puerta.

—La última vez que me hiciste esa pregunta fue la primera vez que me quedé sin piernas —respondió Gabriel recordando aquellos dias de unidad—. En aquella ocasión te respondí que me sentía peor que una basura, hoy te respondo lo mismo.

—En esa ocasión también estabas en esta habitación, leyendo la misma revista —siguió hablando Rafael.

—En aquel tiempo hablaba de lo bien que nos iba —Gabriel soltó la revista al suelo—. Es increíble lo rápido que todo se acaba.

—Demasiado rápido —Rafael suspiró, lamentaba mucho el destino de su compañero—. Mañana partimos.

—Imaginé que no faltaba mucho —Gabriel sonrió con la misma cara de victoria que había tenido siempre.

—Gabriel, necesito que me digas que le hiciste a Meegwun —pidió Rafael ignorando la burla de su compañero.

—¿Yo? Yo no le hice nada —respondió el hombre—. No te aseguro nada por parte de mi maestra, le gusta jugar rudo.

—¿Dónde lo tienen?

—No importa donde lo tengan, es muy tarde para que lo rescaten —dijo Gabriel acomodándose en su lugar.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo dándole la espalda a tu gente? —preguntó Rafael con la furia contenida—. Ellos confiaron en ti por años. Meegwun más que nadie fue leal a tu idea de proteger a las personas.

—Por eso va a morir —Gabriel apartó la mirada de Rafael, no le gustaba como lo juzgaba con ella—. Hay que adaptarse o morir, Rafael. Yo acepté que el camino correcto para salvarnos era seguir a Dunkel, mi deseo solo se transformó.

—No te adaptaste, Gabriel —Rafael negó con la cabeza, no le sacaría información, estaba tan absorto en su nuevo ideal que sería imposible. Tenía esperanza de encontrar a Meegwun algún día y que no fuera muy tarde—. Te rendiste.

El líder de la ASC dio vuelta y salió de la habitación, dejando atrás a su viejo amigo a quien le esperaba un trágico desenlace. Regresó a la oficina y siguió con los preparativos de su partida. Tenía que mantener su mente ocupada, no dejar que los pensamientos negativos y la tristeza por perder a sus dos grandes amigos lo hiciera flaquear, no quería ser como ellos.

En solo un par de dias los rebeldes lograron construir una nave con el equipo necesario para la incursión, todo con la ayuda remota de Aya quien no despegó un solo ojo de los planos y envió la programación de la nave para que, en el momento justo, todo resultara sencillo. Estuvo día y noche haciendo cálculos y simulaciones en su laboratorio, asistida como siempre por Adrian, quien a pesar de la solicitud de Aya porque descasara, no lo hizo, recalcándole más de una vez que ese era el trabajo de un asistente.

Supo que no pudo encontrar un asistente mejor, Adrian se tomó las molestias necesarias para poder complacerla como jefa y eso le gustaba. Era un gran compañero, que, aunque causaba problemas y hacia sus absurdos experimentos a sus espaldas, le alegraba tener siempre cerca. Sentía que aquella fue la semana que más trabajó en su vida, porque, mientras gestionaba los trabajos de excavación para trasladar al dragón, atendió no solo la nave, ayudó a Rolan con su dispositivo para la inyección del suero y estuvo atenta a los avances de los chicos con las armas.

Pero aquella tarde de invierno, en la que la lluvia golpeteaba el cristal y entraba por el agujero en el techo del edificio, supo que había llegado a su límite. Cerró los ojos sin querer, después de tantas horas de trabajo, siempre preocupada por los resultados de la misión y deseando que todo saliera bien. No quería volver a perder a Santiago, aun menos si erapara siempre.

Santiago estaba sentado en medio de los campos de cultivo mirando el cielo, esperaba que Aya se comunicara con él. Se encontraba lejos de ella y eso lo hacía sentir mal. Acababan de empezar su relación de manera formal y él no estaba ahí, decidió ir a la misión más riesgosa del mundo y no es que se lamentara, porque quería ayudar a sus compañeros y no dejarlos solos.




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