Agencia de Seguridad Civil: Los Reclutados

Capítulo 2: Leah

Los primeros rayos de sol ponían de pie a Santiago. Después de arreglar su desordenado cabello y cepillar sus dientes salía a buscar alguna manera de conseguir sus alimentos. Algunas veces buscaba en el monte platas comestibles, otras veces ayudaba a las personas en la ciudad y estas lo recompensaban con comida. Hasta aquel día, mientras ayudaba en la construcción de un hogar, pensó por primera vez en algo que Andrea mencionó. Él era un Doble, el único en su ciudad.

Jamás había tenido problemas por eso, todo el mundo en San Juan lo trataba demasiado bien, pero sabía por las noticias que los Dobles eran famosos por causar grandes destrozos cuando aparecían. Por eso la ASC había aparecido frente a él pidiendo ayuda. Recordó a Andrea, ya no estaba furioso, pero sentía cierto rechazo hacia ella.

Decidió no darle más vueltas al asunto y regresar su concentración a su trabajo. Al medio día regresó a su hogar, agotado por el esfuerzo físico que implicó el trabajo. Comió algo mientras jugaba con su consola portátil. Pasaron los minutos, no lograba concentrarse en el juego, lo cerró y arrojó sobre la cama.

Ahí mismo reposaba el libro que Leah había estado leyendo el día anterior. Lo tomó con mucho cuidado, tenía muchos recuerdos sobre él, era un libro que desde pequeños leyeron una y otra vez. La leyenda que contaba dentro ilusionaba a Leah como una niña.

La historia hablaba de un grupo de jóvenes que, al verse envueltos en las garras de la muerte, Isa, la diosa del mundo, les dio una segunda oportunidad entregándoles a cada uno de ellos un pequeño regalo. Los chicos decidieron separarse por el mundo manteniendo el equilibrio a lo largo de los siglos. Al final de este libro decía una frase que recordaban muy bien:

—“Algún día Isa, con todo su esplendor, regresará a la tierra y unirá a sus, ahora nombrados, hijos” —Santiago se sobresaltó al oírla, no la esperaba tan temprano. Su mirada resplandecía más que otros dias, transmitía emoción y alegría.

—Leah —alcanzó a decir Santiago.

—Buenos días, Santi —Ella se acercó despacio, como si tuviera vergüenza alguna. Nunca se comportó así. Se caracterizaba por ser más enérgica en su presencia—. Siempre me ha encantado este libro... Tú más que nadie lo sabe. Si quieres... puedes quedártelo...

—¿En serio? —El chico se quedó mirando la portada del libro, una luna blanca, en su fase menguante.

Se acercó a Santiago, tocó con su mano al libro, rozando la punta de los dedos de Santiago. Se vieron a los ojos, sintiendo una vez más como sus cuerpos actuaban solos. El ritmo de sus corazones marcó el final de la espera, ninguno soportó más. Dejaron el objeto en la cama y entrelazaron sus manos, Santiago inclinó el rostro hasta estar junto al de ella.

Sus labios rozaron juguetonamente, demostrando que aunhabía miedo en su actuar, pero eso no los hizo detenerse, al contrario, marcaron su amor por primera vez en un dulce y gentil beso. Detuvieron el tiempo, el ruido de sus corazones era el único sonido a su alrededor. Desearon por mucho tiempo poder besarse y finalmente lo habían conseguido. El amor y la euforia que consiguieron los hizo aumentar de a poco la intensidad hasta dejarse llevar por sus instintos.

El tiempo retomo su curso, y recuperó el tiempo que se detuvo. Acabaron sobre la cama de Santiago, Leah se mantuvo recostada sobre el brazo derecho de Santi, mientras lo abrazaba con cariño. El deseo de abrazarlo y acariciarlo era insoportable, era como tener delante un oso de peluche gigante que te brindaba todo su amor.

—Isa... —murmuró ella llamando la atención de Santiago—. ¿No sería extraño que esa chica fuera Isa? Tu serias uno de sus hijos —soltó una pequeña risa mientras jugueteaba con el cabello de Santiago—. Seria grandioso que así fuera, tú fuiste bendecido como los jóvenes en la historia.

—No creo que sea igual —respondió Santiago, cada vez que Andrea pasaba por su mente lo hacía enfurecer—. Ella no es una diosa, solo es una chica loca.

—Tienes razón —dijo ella después de una risa—. Mi padre quiere que asistas hoy a cenar a casa.

—¿Yo para qué? —la miró extrañado. Él le había brindado muchas cosas que nunca sabría cómo pagarle, pero no era normal que lo invitara a pasar la tarde en su casa.

—Me dijo que hay algo importante de lo que quiere hablar contigo, y me envió temprano a avisarte, pero... —una risa traviesa salió de ella, le dio un beso fugaz que causo confusión en la mente de Santiago—. Creo que se me olvidó. No llegues tarde no te lo perdonaría.

Leah saltó de la cama y fue a la salida. Giró un momento mostrando su enorme sonrisa ¿Cómo podía negarse? Aun con todo su miedo hacia su padre iría, comida era comida y nadie se la regalaría. Además de que ahí estaría ella. La podría mirar toda la tarde y parte de la noche. Lo que sería día perfecto.

Después de que Leah se fuera, Santiago se recostó en la cama y sin quererlo entró en un largo sueño. Despertó asustado, reviso el reloj de pared de gatitos de su refugio para darse cuenta de que iba tarde a la cena. Tras un baño en el rio y el cambio de ropa más rápido de su vida, corrió con todas sus fuerzas hacia la casa de Leah. Tomó el camino más corto, esperando llegar no más de diez minutos tarde.

Sintió durante su correr una extraña preocupación que le comenzó a oprimir el pecho. ¿Qué sucedía? Llegó a la entrada de la casa de Leah, su respiración era agitada y su cuerpo se llenó de rasguños durante su marcha. Llamó a la puerta, sus golpes casi la derribaban. Estaba alterado, algo iba mal y no sabía el que era, nunca se sintió tan preocupado o nervioso. La puerta se abrió, su padre estaba ahí, con una cara de confusión.



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En el texto hay: accion, aventura, poderes

Editado: 23.05.2022

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