Las voces no paraban de hablar en su cabeza, lo que antes eran solo unas cuantas personas ahora era toda una multitud. No dejaban de hablar, parecían una parvada de periquitos en primavera llamándose unos a otros. Los detestaba a todos, no lo dejaban dormir. Deseaba cerrar sus ojos y dejar de sentir...
—¿Que hacemos ahora? —decían.
—¿Y si lo dejamos morir y lo convertimos en uno de nosotros?
—Cierren la boca —escuchó decir a Thul. Zeth intentó abrir sus ojos, pero su cuerpo no respondía. No lo sentía—. Él es portador del anillo. Saben cuál es nuestro deber.
—No le va a gustar nada, Thul —dijo Ezequiel entre risas—. Cuando se dé cuenta estará muy molesto.
—Lo sé, pero entenderá. Además, no es por voluntad nuestra. Así que empecemos.
De pronto, Zeth sintió un cosquilleo en todo el cuerpo, una sensación lejana en algunos puntos. Podía sentir sus piernas, sus manos y muchas otras partes de su cuerpo. Todas arrastradas a un mismo punto como por arte de un imán. Los murmullos se hicieron más cercanos, los escuchaba en su cabeza dentro de ella. Un frio, distinto al que se sentía por la nevada que cubrió la ciudad, envolvió su ser. Sin que pudiera notarlo los ojos de aquel anillo que le había regalado Steve resplandecieron.
Tras la explosión los soldados del Ejército de la Paz aparecieron uno detrás de otro en medio de la avenida, portaban sus enterizos blancos con delgadas líneas negras en las costuras y el gran símbolo de los Altos en la espalda, una montaña sobre las nubes. Portaban sus rifles de asalto colgados del hombro por una gruesa correa mientras que escaneaban la zona a través del visor negro, de sus blancos cascos de cabeza completa, impidiendo ver hacia dentro del traje.
Los soldados se desplegaron en todo el perímetro de la explosión, bloquearon el acceso a los medios de comunicación que llegaron tan pronto ubicaron el lugar de los hechos. Los soldados buscaron sobrevivientes rebeldes. Capturaron a un par de ellos para interrogatorio, mientras que al resto lo ejecutaban en el lugar de los hechos.
Desde el techo del edificio delantero, los chicos miraron horrorizados como aquellos hombres actuaban sin piedad. No se movieron en toda la noche hasta que, de la misma manera en que apareció el Ejercito de la Paz, se fue, dejando a las autoridades locales, y a la ASC, hacerse cargo del resto.
—Los… mataron… —dijo Marey, estaba sin palabras. Con la impotencia a flor de piel y el cuerpo ardiéndole. Si no se controlaba explotaría.
—Debimos hacer algo —Le siguió Santiago «¿Cómo habían podido permitir eso?».
—Si, lamentablemente no había mucho que pudiéramos hacer —respondió Andrea con un tono de voz serio—. Jamás debemos interferir en los asuntos de los Altos, nos podría costar la vida. Vayamos a apoyar chicos, es nuestro trabajo.
Bajaron y después de una larga noche buscando sobrevivientes se dieron por vencidos. No encontraron ningún cuerpo con vida entre todos esos escombros. Los noticieros daban la gran noticia de la muerte del Alto, Iván Kefir tras el ataque terrorista de un grupo rebelde. Andrea escuchó las intenciones de señalar a quienes provocaron la explosión como unos desalmados. Y aunque sus actos no fueron los correctos, ella entendía lo que sentían.
—¿Que hacemos ahora? —preguntó Santiago mientras se sentaba en un montón de escombros. Se le veía algo consternado después de ver el cuerpo de Iván ser desenterrado—. No creo que alguien haya podido sobrevivir a esto.
—¿Crees que haya podido escapar con los demás, Andrea? —preguntó Marey mirando a su alrededor—. Podría haberse escapado de nuestra vista.
—No sabemos ni siquiera quien es, ¿cómo puede escaparse de nuestra vista? —Le cuestionó Santiago.
—Bueno, yo solo me refiero a que tal vez pudo pasar.
—No pasó, Santi tiene razón —respondió Andrea sin emoción—. No lo vimos salir en ningún momento... Será mejor que nos vayamos.
—Está bien, pero pasemos a un lugar donde desayunar primero, por favor.
—¿Solo piensas en comer, Santi? —preguntó Marey tratando de imitar la confianza que Andrea le tenía.
Dieron unos cuantos pasos fuera de la zona del desastre cuando escucharon un débil quejido. Santiago se detuvo al sentir las vibraciones del suelo y volteó. Andrea y Marey lo imitaron al verlo detenerse. Una mano salió de entre los pedazos de concreto carbonizados y otra más, iluminada por un resplandor carmesí. Andrea le pidió a Santiago que levantara un muro entre ellos y los reporteros, quienes no se dieron cuenta de lo que sucedía.
Zeth se levantó de entre los escombros con su cuerpo reconstruyéndose poco a poco. Su vestimenta también parecía tener vida propia, se arrastraba con los pedazos de piel hasta su lugar de origen. Lo primero que Zeth hizo fue verse ambas manos, sorprendido también por el resplandor del anillo. No estaba entendiendo que sucedía, él debería estar muerto después de la explosión.
—Thul... Ezequiel... —dijo con una risa nerviosa—. ¿Qué demonios está pasándome? —La gran sombra de Thul se levantó enfrente suyo—. Dime porque estoy vivo. ¡Hazlo!
—Cierra el pico si quieres que te explique maldita basura —respondió el mal humorado hombre. Zeth notó algo extraño en él, estaba completo. Podía ver su imagen de pies a cabeza, no como antes que solo los veía de la cintura hacia arriba. Ezequiel flotó encima suyo como de costumbre, simulando un nado de espaldas—. Desde ahora en adelante has sido bendecido con inmortalidad.
Editado: 23.05.2022