No era capaz de dormir al escuchar los angustiantes gritos de sus compañeros, tapó sus oídos para no escucharlos, pues eran un reflejo de su futura desgracia. Se arrinconó en una esquina de su fría celda, las heladas corrientes de aire entraban por pequeñasventanas enrejadas pegadas al techo, lejos de su alcance. Estaba cansado, llevaba días sin pegar el ojo, su estomagó retumbó haciendo eco entre las celdas. Se hizo aún más pequeño en su lugar, acomodando los rastros de su destrozada camisa para cubrir su cuerpo. Toda una vida sufriendo y hacía mucho que había perdido la esperanza de que eso cambiara.
Era un simple esclavo más de aquella gran mansión. Humillado hasta la medula por los propietarios de la casa. Siempre que se le ordenaba hacer algo terminaba mal, le ponían las cosas difíciles solo para darle un castigo y divertirse un rato. Vivía entre los caprichos de dos gemelas y un sujeto, que a sus treinta años, seguía siendo mimado por sus padres. Mirarlos le causaba nauseas, pero cuando escuchaba a la madre, no era capaz de controlar su cuerpo. Tendía a temblar como una gelatina y bajar la mirada más de lo normal.
Las horas de aquel día pasaron como las de cualquier otro y cuando menos pensó ya era la hora de la cena. Un par deesclavos como él, fueron hasta su celda, lo levantaron del suelo y lo arrastraron por el viejo y frio "Basurero", como solía llamar su amo al lugar donde vivían. Lo dejaron dentro del cuarto de preparación donde se vistió como mesero, acto seguido se dirigió al gran comedor. Una habitación tan grande que al mismo Mike le costaba entender donde se encontró una mesa tan larga para llenarla. Los integrantes de la familia se reunieron alrededor de la enorme mesa de mármol.
Las gemelas se dedicaban a peinar sus extensas cabelleras al mismo ritmo. A pesar de que eran insoportables, Mike no podía evitar pensar que eran bellas. Sus ojos eran de un color ámbar brillante. Su piel era clara y aquellas facciones delicadasestaban bien cuidadas. La única manera de diferenciarlas era por su color de cabello, Ellie, la mayor, tenía una coloración oscura. Mientras que Emma, la menor, brillaba con su rubio natural heredado de su madre.
—Madre —dijo la rubia—, por favor corrige a mi hermana. El día de hoy ha dicho que quisiera quedarse con este esclavo como mascota —Se refirió a Mike, quien les servía su sopa en esos momentos.
—Por dios, Hija —respondió la mujer asqueada. Miró con desprecio al joven Mike—. ¿Por qué quisieras tú un esclavo tan miserable como... este?
Mike tenía que soportarlo, si abría la boca seria castigado. La primera vez que respondió a sus insultos fue sometido a una tortura que duró un día entero. Su cuerpo fue rasgado con un látigo de cuero que tenía unas filosas garras de metal en sus extremos. Podía escuchar aun el viento cortarse al igual que el ardor en su espalda. Además de eso no dejaba de recordar las carcajadas del hijo. Y aun con sus heridas al rojo vivo aquel sujeto le arrojó dentro de un ataúd de láminas donde pasó todo un día. Lamentándose de haber nacido.
—Vamos, que no ven que aterran al niño —El hijo era despreciable, grosero, agresivo y caprichoso, siempre buscaba la manera de divertirse con el dolor de los esclavos—. ¿Por qué no le preguntan a él que quiere? Vamos, di que quisieras tú, no seas tímido.
—E-este... y-yo... —Mike no sabía qué hacer, si respondía seria castigado de verdad, pero si se quedaba callado también pasaría eso.
—Lo ven, lo han dejado sin palabras —Se burló el hombre mientras Mike le servía la cena.
—Basta ya de eso, Maximus —La madre tenía la última palabra en esa casa cuando el dueño no estaba. Era una mujer de grandes proporciones, con un uso excesivo de maquillaje y siempre vistiendo cosas anticuadas. Según lo que Mike veía no le importaba nadie, solo ella, siempre hacia menos a las personas que no tuvieran la misma cantidad de dinero de su esposo, que claro casi nadie tenía—. Nadie en esta casa se quedará con un esclavo. Recuerden las reglas que su padre ha impuesto —Era molesto su tono de voz, bastante chillante y con ese intento de acento inglés—. Nada de esclavos inútiles en esta casa. Y... está muy claro que este es el caso de uno —dijo con repudio hacia Mike.
Siempre era igual, nada a complacía y, aunque el chico no trató hacerlo nunca, se sentía mal al tener que soportar sus insultos que le decían cuanto se equivocaba y lo poco que servía en ese hogar. Deseaba con toda su alma desaparecer de ese lugar. No quería soportar más a esa familia, deseaba ser libre, dejar que las heridas que le habían provocado a lo largo de los años cerraran.
Las pesadas puertas de roble se abrieron a las espaldas de Mike, la piel se le puso de gallina. Sus piernas comenzaron a temblar y un sudor frio recorrió su espalda al saber había llegadoel hombre a quien más miedo le tenía en el mundo. Dirigió su mirada a la puerta. Era aterrador, tenía un tamaño descomunal, con una gran cabeza y una barba ceniza. Portaba un gran número de anillos de oro con incrustaciones de diamantes en sus dedos. Su mirada era dura y seria, que no mostraba ninguna señal de misericordia.
Mike bajó la mirada lo antes posible, el miedo lo doblegó. Esperó a escuchar la silla al final de la mesa, aquella de madera tallada que asemejaba un trono. Se quedó detrás de todos, parado a un lado de la puerta que daba a la cocina. El padre tenía su propio mesero, alguien a quien nunca cambiaba y siempre llevaba a su lado, uno de los esclavos más viejos de la mansión, incluso parecía ser tratado mejor que todos los demás.
Editado: 23.05.2022