—Entonces ¿Qué pasó? —preguntó la pequeña niña de ojos azul eléctrico, Alonso le había contado una historia tan fascinante que la dejó con ganas de escuchar más.
—Desperté —respondió con simpleza el chico de la piel morena. Levantándose del montón de paja sobre el que estaba recostado.
Alonso era un chico alto y delgado, de cabello corto, casi al ras, pero lo suficientemente largo en la parte superior como para peinárselo hacia un lado. Era conocido por todos los miembros de la tribu como el que algún día los guiaría, el próximo Neft’Ali. El chico vivía en un lugar alejado de la civilización, en las profundidades del gran bosque. Aquel que, desde hace milesde años, se extendía por todas todo el continente Central.
—Alonso —Le habló con dureza un anciano desde la lejanía. Se le veía enojado, tenía el ceño fruncido
Alonso levantó la mirada, viendo al mayor, de gran barba blanca y tatuajes en su rostro, llamándole desde el otro lado del establo. Alonso descansó toda la mañana, detestaba tener que levantarse y seguir las instrucciones de aquel hombre, obligado a tomar sus clases para llegar a ser el mejor de los líderes, según él. No era que detestara formar parte de la tribu, simplemente no sentía que ser líder fuera lo suyo.
—Hola, abuelo —respondió sin pena, poniendo una sonrisa en su rostro, más no una de burla. Simplemente sonreía como lo más natural del mundo que era.
El hombre se acercó a Alonso con un paso firme, era un hombre grande y a pesar de su edad aún estaba en forma. Su torso desnudo dejaba a la vista de todos, los distintos tatuajes que, recorriéndole desde la espalda hasta el pecho, parecían un par de serpientes que se deslizaban por todo su cuerpo. El más sobresaliente se encontraba en la parte izquierda del pecho, encima del corazón, un lobo aullando a la luna.
—Ve por tus cosas, nos vemos afuera en dos minutos —fue todo lo que le dijo. Entonces volteó a ver a la niña. Su cara seria pasó a formar una gran y calurosa sonrisa. Acaricio sus cabellos castaños—. Ve con tus padres, Nicole. Te están buscando.
—Si, abuelo. Nos vemos, Alonso —dijo la niña antes de salir corriendo.
Dos minutos exactos después Alonso y su abuelo comenzaron a rondar por el territorio de la tribu. El lugar era maravilloso, en la cima de una enorme montaña. Desde donde podía verse la longitud del bosque. A la lejanía, casi donde se perdía la vista, se distinguía la silueta de un par de ciudades, toda la conexión que existía entre ellos y las personas normales.
"La tribu del lobo" se repitió por enésima vez al ver el campamento con hombres y mujeres llenas de vitalidad, trabajando sin parar. Niños jugando por todas partes y los animales rondando sin miedo entre ellos. El lugar al cual se vio atado, incluso antes de que naciera. según tenía entendido. Era una tribu, de entre muchas otras en los extensos territorios del busque, con chozas para unas veinte familias. Todas colocadas en lugares estratégicos. El anciano caminó sin esperar a su nieto, saludó a todas las personas que encontró en el camino. Era una persona bastante amable, siempre que podía le ayudaba a los demás con sus trabajos o platicaba con ellas. Lo cual le agradaba a Alonso que le seguía muy de cerca asemejando sus pasos.
—Alonso, debes recordar... —interrumpió el abuelo ese silencio que ya llevaba minutos entre ellos.
—Sí, sí. Soy el hombre de la familia, pero no entiendo ¿Qué familia? —Cuestionó casi de inmediato.
—Toda la tribu es tu familia —respondió el abuelo con alegría—. Míralos, nos quieren, nos apoyan y nosotros a ellos. Eso es una familia.
—Lo sé, pero sabes bien a que me refiero. Llevo poco más de nueve años sin ver a mis padres. No sé nada de ellos.
—Idiota —El anciano le golpeó en la boca del estómago con fuerza—. Ellos han evitado toda comunicación contigo para que puedas concentrarte en tu entrenamiento. Es importante que aprendas a ser un gran líder, lo que toda esta gente necesita —El abuelo alzó las manos haciéndole ver su alrededor. Las chozas de madera, la tienda al final de la pequeña comunidad y a las personas que ahí habitaban.
—Si, si, el próximo Neft’Ali ¿Y si no quisiera ser un líder? —Aquellas palabras llamaron la atención del abuelo, en sus ojos se veía la decepción que le causaba Alonso. Bajó las manos con calma—. ¿Y si solo quisiera tener una familia?
—Veras, hijo. Dentro de nuestra tribu sabes que hay tradiciones que nunca se han movido, por ejemplo, la herencia del primogénito —El abuelo agarró a su nieto del hombro, explicándole mientras tomaba tanto aire como podía—. Tú como mi primer varón, deberás tomar el control de esta tribu algún día. Para eso debes ser fuerte, valiente y decidido, con la capacidad de tomar las mejores decisiones para el pueblo y de sacrificarte por ellos, pero te falta mucho para eso. Por eso tu madre se fue, para que mejoraras.
—Mi madre se fue porque no le gustaba estar aquí —respondió Alonso—. Ella pasó por alto las tradiciones.
—Puede ser, pero si te dejó aquí es por algo. Porque sabía que tu debes tomar ese papel cuando yo muera.
—Me dejó aquí por ser un monstruo.
—¿Monstruo? —El abuelo se cruzó de brazos, pensando en la verdadera definición de un monstruo—. Sígueme, veremos lo que es un verdadero monstruo.
El abuelo los introdujo al bosque. Caminaron entre los ancestrales arboles alejándose de la tribu. Alonso conocía esos senderos. Las cacerías solían hacerse por ahí. Cruzaron el rio Tormenta, nombrado así por su potente estruendo que causaba la cascada al final del camino. Se escondieron entre los arbustos, mirando una cosa viscosa y regordeta arrastrarse por el bosque. Parecía un gusano, pero con cientos de patas peludas, cubiertas de la misma baba que dejaba al arrastrarse. En su cabeza tenía un enorme ojo violeta y dos antenas con un ojo cada una.
Editado: 23.05.2022