Los fuertes vientos provocados por la explosión derribaron a Alonso y Andrea. Ambos quedaron en el suelo aturdidos. Alonso escuchó un terrible zumbido en su cabeza. Levantó la mirada, buscando a su compañera. Miró a Tocino dar vueltas como loco alrededor de Andrea mientras ella se ponía de pie a toda prisa, su cara mostraba preocupación, volteó en la dirección de dónde surgió la explosión, cosa que Alonso no pasó por alto, pues ahí se encontraba la mansión.
—Levántate —ordenó Andrea mientras ayudaba al chico a ponerse de pie—. Tenemos que regresar, rápido.
—Espera.
Andrea no pudo hacerlo, su preocupación por sus niños consumía su capacidad de pensar casi por completo. Adelantó unos pasos entre los árboles hasta topar con una pared invisible y caer de nuevo. En esta ocasión fue Alonso quien le dio una mano. Ambos se miraron incrédulos, eso que la detuvo resultó familiar. Extendieron su mano para poder tocarlo. El contacto provocó que varias ondas se dispersaran a través de la translucida pared, revelando un color ambarino. «Marla» se dijeron al mismo tiempo. Dos púas provenientes del campo de fuerza atravesaron sus manos. Andrea bramó del dolor, tan fuerte que provocó un enorme escalofrió en Alonso.
—Tranquila —dijo Alonso tomándola de la mano. Se quitó su mochila y buscó su kit de emergencia, desinfectó la herida y la vendó tan rápido como pudo. Había olvidado que Andrea no era tan fuerte como los demás, estaba tan acostumbrado a convivir con personas anormales que había olvidado que ella solo era una humana.
—¿Qué está pasando? —preguntó Andrea aguantando el dolor en la mano—. Ese es un campo de Marla ¿Por qué nos atacó?
—No lo sé, pero tenemos que encontrar a Marla y averiguarlo —El moreno se puso de pie, olfateando el aire—. Ella no haría estas cosas, mucho menos si se trata de ti.
—Entonces tenemos que apresurarnos y regresar, averiguar porque pasó esto y que sucedió con los chicos, si esa fue la mansión entonces debemos ver que estén bien.
—Lo sé, tranquilízate un poco —pidió al verla tan alterada. Tomó una roca del suelo y la arrojó al campo de fuerza, creando ondas dentro de él—, mientras esté eso ahí, no podemos pasar.
—¿Y si lo destruyes? —preguntó Andrea—. Puedes derribarlo y así escaparemos.
—No es mala idea —El moreno se preparó. Extendió sus garras, concentró toda su fuerza en la zarpa y arremetió contra el campo de fuerza, pero en el último segundo retrocedió. Nuevamente salieron púas del campo de fuerza—. Bueno, supongo que si lo es.
—¿Qué haremos entonces? —preguntó Andrea.
—Encontrar otro camino —Alonso echó su mochila al hombro y observó.
Se puso enfrente del campo de fuerza. Arrojó otra roca creando las ondas, las siguió hasta donde estas dejaron de verse y arrojó otra. Siguió así hasta darse cuenta de que casi terminaba donde empezó. Casi, pues dio con una abertura que seguía de largo.
—No tenemos otra opción —dijo volteando a todos lados buscando alternativas—. Sigamos por aquí.
—¿Pero y los demás? —preguntó Andrea viendo hacia donde el humo se levantaba.
—Ya los encontraremos —El moreno avanzó por el pasillo precavido, pues en cualquier momento podrían verse atacados por los picos que salían de las paredes.
—¿Y si no? —Andrea lo siguió de cerca, entraron en un espacio reducido, causándole miedo.
—¿De verdad dudas de ellos? —preguntó Alonso con una gran sonrisa—. Son tus niños, tú sabes que son como la hierba mala.
—«De ninguna manera» —escuchó gritar a Tocino atrás—. «Me niego a ir por ese camino y convertirme en brocheta»
—Vamos, Tocino —insistió Alonso—. Al menos no terminarás envolviendo una salchicha.
—No le digas esas cosas —Andrea tomó al puerquito en brazos, que, aunque se resistió en un inicio, terminó sometiéndose a Andrea. Caminaron por el pasillo ambarino durante un rato. Andrea no pudo dejar de ver a Alonso—. De verdad has cambiado —dijo ella mirando con orgullo a Alonso—. Antes habrías destrozado esa pared, aunque perdieras tus manos con tal de llegar a ellos.
—Todavía lo haría —contestó el chico volteando a verla—, pero apuesto que será más divertido ir por este camino.
Andrea confió en el instinto de Alonso. Era cierto, se veía distinto, su porte mostraba seguridad y no el fingido desinterés que tenía al andar con anterioridad. Incluso su manera de hablar se notaba más seria. Ese año lejos cambió a su niño, y Andrea estaba esperanzada en que ese cambio fuera para bien.
El camino los llevó al interior del bosque, a la dirección donde se presentaron las anomalías que Aya le mostró a Alonso. Siguieron las ondas ambarinas hasta llegar a un claro, un lugar sin mucha vegetación a su alrededor y donde el suelo parecía incendiado por alguna clase de explosión. Los campos de fuerza desaparecieron, eran libres «¿Por qué?» Alonso olfateó el ambiente, un olor a tierra mojada y otro a cenizas, ambos envueltos en el aroma de la muerte llenaron su nariz.
—¿Qué pasa? —quiso saber Andrea volteando a todos lados.
—Es que… —El moreno dejó su mochila de lado—. Huelo a Santiago y a Marla cerca, pero…
—¿Están aquí? Espero que estén bien —Andrea dio un paso adelante, escuchó el crujir de una rama y volteó.