Alonso cayó desde el techo haciendo que el sujeto que llevaba viviendo ahí desde hace varias semanas se sobresaltara por su abrupta aparición. Dio varias vueltas en la dura cama de metal antes de poder enfocar a quien lo acompañaba. Se trataba de un sujeto unos cuantos años mayor a Alonso, vestía lo que alguna vez fue una camisa blanca de vestir, pero que la tierra dejó de un sucio color café, junto a un pantalón de vestir negro y un par zapatos. El muchacho se acercó a donde el moreno, miró las heridas en su cuerpo, cortes tan profundos que harían desangrar a cualquiera, pero que en este caso sanaban de forma sobre humana.
—Adivino ¿Te venció un psicópata envuelto en hojalata? —molestó a Alonso antes de apartarse de él hacia la entrada de su celda.
—¿Es muy obvio? —preguntó el moreno tratando de incorporarse. Miró al chico, asombrándose por la enorme cicatriz que bajaba desde su mejilla hasta dentro de su camisa.
—Todos hemos pasado por lo mismo —respondió él volteando la mirada.
—Soy Alonso. ¿Y tú? —quiso saber el moreno. Se encontraba en una celda hecha de piedra, rocas que fueron apiladas hasta crear la estructura.
—Me llamo Thenrion —Se presentó el joven extendiéndole la mano.
—¿Dónde estamos? —preguntó el chico lobo apoyándose en los barrotes de la celda.
—Nadie lo sabe —dijo el de la cicatriz—. Todos llegamos aquí de la misma forma que tú, sin saber nada.
—¿Todos? —Alonso volteó afuera tratando de ver a alguien más, pero la vista solo daba a una explanada con algunas fuentes decorativas con la forma de Gabriel.
—Si —Thenrion volteó a ver a Alonso, le sorprendía lo calmado que se mantenía—. En este lugar hay cientos de personas prisioneras como nosotros, amenazados con sus seres queridos, obligándolos a pelear entre ellos sin fin con tal de rescatarlos.
—¿A quién te quitaron? —quiso saber el moreno.
—A mi hermana —respondió el otro con un largo suspiro—. Ellos tienen a mi hermana desde hace un par de semanas. Tengo que recuperarla —Thenrion se tensó. Parecía que la mandíbula se le dislocaría en cualquier momento por la presión que este ejercía.
—Salvaremos a tu hermana —aseguro Alonso con una gran sonrisa. Alonso se volteó y cerró los ojos, el sueño le fue ganando y de un momento a otro se quedó dormido.
Thenrion viajó la mirada al adormilado chico. Hacía ya varios años que no escuchaba a alguien decir esas palabras con tanta confianza «¿o despreocupación?» Se alegró, esas palabras lo hacían recordar el lugar de donde venía, y le daban seguridad. Levantó al moreno del suelo y lo acomodó en la cama de la celda. El chico tenía espíritu, un espíritu que muy pocas personas poseían.
Se hizo medio día para cuando llegaron a la ASC. No consiguieron ni un solo taxi o transporte público que se detuviera. Tuvieron que caminar a toda prisa para llegar a la agencia lo antes posible, pues la vida de Esteban estaba en peligro. Santiago se ofreció en llevar a Aya sobre su espalda, para sorpresa de todos no tuvo dificultad al cargarla por las eternas calles de la ciudad, unas que se vaciaron en cuestión de minutos. Por una razón que ellos no comprendían la ciudad se quedó sin vida apenas iniciando el día.
Llegaron exhaustos a la ASC, donde Zeth los estaba esperando en la entrada, recostado sobre uno de los maceteros de concreto mientras jugaba con un bolígrafo entre sus dedos. Su expresión estaba más seria de lo normal, como si desentrañara los misterios de la vida. Al verlos se puso de pie y corrió hasta ellos.
—Tardaron demasiado —Les regañó.
—No nos culpes, no pasó ningún solo camión o taxi —Le respondió Marey de la misma forma.
—¿Cómo esta, Esteban? —preguntó Aya sin detenerse.
—Lo dejé en urgencias, en este momento se encuentra en un estado crítico, pero creo que tenemos un problema mayor —respondió el no-muerto dándoles libertad de entrar a la agencia—. No se van a creer lo que hay ahí adentro.
—¿Qué es? —preguntó Kevin emocionado—. ¿Al fin hicieron una estatua mía ahí adentro?
—Ojalá así fuera.
—Tiene que ser algo serio en ese caso —gritó Kevin espantado.
—No tenemos tiempo para esto, vamos —Les dijo Marey atravesando las puertas automáticas.
Los agentes iban de un lado al otro cargando sus pertenencias en cajas de archivo, había fila para entrar al elevador. La cafetería había cerrado y la recepción era atendida ahora por un sujeto ya entrado en años que mostraba una simpática sonrisa. Los chicos pasaron de largo, y esperaron al elevador por largos minutos, hasta que finalmente pudieron llegar a la oficina de Andrea.
Al abrirse las puertas se toparon con los agentes yendo y viniendo. Movían cosas por todos lados, derrumbaban los muros que conformaban el piso para expandir la, ya de por sí, gran oficina de Andrea. Cerca del ventanal donde Andrea solía mirar la ciudad se levantaba una figura.
Mientras más se acercaban se daban cuenta de que algo cubría el cuerpo de la persona. Una capa metálica en forma de vertebras que descendía por toda su columna y rodeaba su torso. Los brazos también estaban recubiertos por una capa metálica junto a sus piernas en una estructura demasiado aparatosa.
Aya se quedó petrificada. Se llevó un susto al verlo de pie sin los cuidados pertinentes, pareciendo que la operación no significara nada para su cuerpo. Santiago volteó a verla, su expresión lo decía todo, algo estaba mal en lo que veían. El chico le tomó la mano, sacándola de su trance y dándole más seguridad, pero no fue un sentimiento que durara mucho. Soltó a Santiago y se dirigió hacia Gabriel.