Aya se volvió la recluta más joven que alguna vez tuvo la ASC a sus trece años. Tenía un gran intelecto, a su edad ya había superado por mucho la vida de muchas personas en cuanto a conocimiento, pero no iba a desperdiciarlo en hacerse millonaria, ella quería ayudar a las personas, por eso decidió, en contra de la voluntad de sus padres, unirse a la agencia de seguridad más importante de todas. Le costó caro esa decisión, pero nunca se arrepintió.
Recordaba cómo fue su primer día como novata, aunque se enlistó para ser científica, se exigía a todos los que querían entrar, pasar por un entrenamiento básico de defensa personal y manejo de armas. Para ella sonaba bastante lógico que se buscara gente capacitada y si no se tenía, capacitarla para cualquier riesgo que se pudiera presentarse al estar dentro de una organización en constante amenaza.
Fue parte del último escuadrón, con solo cinco integrantes. Andrea estaba en ese grupo, quien fue la primera que conoció. Una chica hermosa, con su mayoría de edad apenas cumplida. No tardaron en congeniar y volverse muy buenas amigas. En su grupo también estaban tres chicos, uno de ellos, el más joven, era un muchacho con una sonrisa carismática, y la actitud más amable de todas. Lawrence, quien más tarde se revelaría como un asesino. Por otro lado, estaba un hombre muy serio, siempre meditando en silencio aparte de todos, Meg. Un hombre asiático entregado en su totalidad a su misión, y por otra parte quien resplandecía sobre todos era Angel.
Un chico de miradas pesadas, pero con un gran corazón. Era joven, apenas sobrepasando los veinte años. Su cabellera negra resaltaba por aquel extraño mechón blanco que caía sobre su cara. Gozaron de uno de los mayores anhelos que cualquier novato pudo soñar, el líder de su escuadrón fue uno de los tres fundadores de la ASC, Gabriel.
Al principio todo fue difícil, como siempre lo era, pero eso no desanimó a Aya. Solo debía aguantar un año como un soldado cualquiera y entonces entraría a las especialidades de ingeniería y medicina, donde pronto tomaría el control, en cualquier caso, a ella le emocionaba estar ahí. Todo iba bien, los chicos fueron amables con ella desde un inicio, todos terminaron integrándose al grupo, incluso Meegwun que, aunque seguía siendo más reservado, se abrió un poco más, mostrando un temperamento potente.
El año de entrenamiento pasó volando, no se dieron cuenta hasta que les asignaron su primera misión como agentes de la ASC. Su desempeño fue excelente, obteniendo siempre una victoria frente a las amenazas. Angel destacó entre todos, pues no había dudado en usar sus poderes cuando fue necesario salvar a más de uno, aunque siempre trató de mantenerlo oculto al público, pues sabía que los Dobles no eran muy bien recibidos en ningún lado.
Todo parecía ir bien, que nada los detendría, tras casi seis meses de servicio activo, estaban listos para recibir nuevas asignaciones dentro de la ASC. Entonces les fue asignada una misión, aquella que lo cambió todo para la ASC. Gabriel llegó tenso, en sus manos tenía la información. Los reunió a todos en el campo de entrenamiento que estaba a las afueras de la ciudad, una de las tantas instalaciones que poseía la ASC, y que dejó de ser utilizada tiempo después.
—Escúchenme —Les dijo Gabriel a todos—. Esta será nuestra última misión como equipo en mucho tiempo. A partir de aquí cada uno será asignado a sus respectivos departamentos. Nuestra misión es simple. Hace cinco horas secuestraron al hijo de uno de los funcionarios del Alto Mando. Debemos rescatarlo antes de que sea demasiado tarde para él. ¿Alguna pregunta?
—¿Por qué estamos perdiendo el tiempo aquí, señor? —gritó Angel. El chico era un amante de la justicia, por eso se enlistó en la ASC, para defender a quienes no tenían la capacidad de hacerlo. Eso le pareció encantador, pues ella pensaba igual—. Hablar en este lugar solo es una pérdida de tiempo.
—Cupido tiene razón. ¿Por qué siguen aquí parados? Apresúrense, nos vemos aquí en tres minutos.
Angel salió disparado a las barracas, seguido a su lado por Lawrence. Esos dos adoptaron una extraña obsesión por competir, y casi siempre era el chico del mechón blanco el que ganaba. Regresaron en el tiempo asignado, un helicóptero descendió en su posición. Los chicos subieron rápido y partieron. El trayecto duró una eternidad, o eso le pareció a Aya por los nervios. Nunca le gustaron las alturas, la mareaban, pero sobre pasó su debilidad y aguantó hasta el final.
—Bien, voy a descender aquí —dijo Lawrence por el radio. Desde un inicio mostró sus habilidades sobresalientes en el pilotaje, en la navegación y conducción, en más de una ocasión eso los salvó a todos.
—Escúchenme nos dividiremos a partir de aquí —dio instrucciones Gabriel—. Fosforito y Sabueso rodearan la ciudad por la derecha mientras que Daniel-san y Rum Rum por la izquierda. Pichón, tú me acompañaras por el centro. Cuando estemos en posición nosotros entraremos a la aldea y buscaremos hacer el trato con ellos. Si las cosas pintan mal ustedes tendrán que actuar, recuerden nuestro objetivo es rescatar al hijo del funcionario, concéntrense en eso exclusivamente. Es muy importante que no descubran nuestra ubicación en ningún momento, no sabemos qué tan armados están estos sujetos. Sepárense ahora, no mueran o no habrá filete en la cena.
Todos asintieron al mismo tiempo y actuaron de inmediato. Caminaron largos minutos ocultándose cada veinte metros para no ser descubiertos. Limpiaban la zona con la mirada y seguían adelante, todo estaba demasiado tranquilo.