Alonso despertó sintiéndose mejor, con las energías recuperadas. Todas sus heridas cerraron sin dejar cicatrices visibles, agradecía que no hubieran usado plata pues no habría soportado tanto tiempo peleando. Ahí seguía Thenrion, a un lado de los barrotes, mirando hacia afuera, como si esperara algo. Alonso se incorporó, llamando la atención del de la cicatriz. Alonso se sentó en la orilla de la cama, mirando hacia afuera. Directo a las cortinas que debían dar con Gabriel «¿Lo habían encerrado ahí a propósito?» Tal vez solo era una coincidencia, por lo que no debía darle mucha importancia.
—Al fin despiertas —Le dijo Thenrion volviendo la vista al moreno—. Pensé que estabas en coma.
—Lo siento, anoche estuve en una fiesta y no dormí nada —respondió Alonso estirando su cuerpo—. ¿Y bien? ¿Cómo salimos de aquí?
Golpes metálicos empezaron a hacer eco por todos lados, Alonso supuso que, al igual que en las películas, había un guardia golpeando los barrotes de las celdas con una macana, pero por el ruido se imaginó algún arma metálica. Thenrion se puso de pie antes de que el ruido estuviera con ellos. Se preparó, arremangando sus mangas y sacudiendo su camisa.
—Nadie sale de aquí, chico —Le respondió Thenrion estirando los brazos—. Al menos no sin su permiso.
Un hombre, de gran tamaño, calvo y con barba roja pasó por enfrente, golpeando su lanza contra las rejas, un segundo después estas se levantaron, dándoles oportunidad de escapar, sin embargo, un par de esposas llegaron volando, se les aferraron a las muñecas y jalaron de él. Otro par entró en busca del moreno.
Alonso salió a jalones de la celda, a un corredor que daba la vuelta al edificio donde fue encerrado. Una fila de personas andaba en una sola fila detrás del hombre de la barba rojiza con las esposas guiándolos, cosa que descubrió al dejar su cuerpo a merced de ellas. Pasaron a un lado de un jardín en el que tenían fuentes con esculturas de Gabriel. Caminaron hasta pasar por un túnel, donde más prisioneros se unieron a lo que Alonso quiso ver como una fila de conga interminable.
Salieron a una enorme plaza hecha de piedra labrada. Los acomodaron en filas de quince personas, dejando a Alonso en las de en medio. A su lado estaba Thenrion, mirando, al igual que todos los demás, hacia adelante, en una posición firme. Las esposas se soltaron en el mismo orden que los acomodaron. Estas volaron en lo alto hasta perderse detrás de unos techos. Alonso miró a su alrededor, estaba rodeado solo de hombres. Todos tan desaliñados como su compañero de celda. «¿Cuánto tiempo llevaban atrapados en aquel lugar?»
El suelo tembló con fuerza, casi sacando de equilibrio al moreno. Enfrente de ellos se levantó una nube de humo, seguido de fuegos artificiales, que en ese atardecer se hicieron ver hermosos. Alonso quedó impresionado. Un escenario salió del mismo lugar que los fuegos artificiales, aquel momento le recordó con gran emoción la noche del festival al que Mike lo invitó justo antes de su secuestro.
Una torre se levantó detrás del escenario. En ella colgaba un balcón bañado en oro. Los enormes adornos en forma de leones brillaron con los últimos rayos de sol. Alrededor de los chicos encendieron farolas, y enormes proyectores los iluminaron desde todas partes. Gabriel salió de dentro de la torre, vistiendo unas largas prendas color violeta y rojo, con franjas doradas por los bordes. Extendió sus brazos, causando los aplausos de los guardias, hombres con armaduras medievales que Alonso novio hasta ese momento, le recordaban al ejército de Ryanace.
—¿Qué está pasando? —preguntó Alonso sin dejar de ver a Gabriel mientras caminaba a un enorme trono, donde reposó unos instantes, mirando a todos con superioridad.
—Una vez al día hace esto —respondió Thenrion mirando con resentimiento a Gabriel, misma mirada que compartía con todos los presentes.
—Les ha llegado la hora excelente —habló Gabriel haciéndose escuchar por todos—. Tienen el privilegio de inclinarse ante mi amo Dunkel… y ante mí. Así que no pierdan el tiempo y arrodíllense —Gabriel aplaudió dos veces. De los costados de la plataforma comenzaron a salir guardias, soldados acorazados, llevando consigo a decenas de personas con ellos. Todas atadas y amordazadas que obligaron a arrodillarse en el escenario con la mirada baja. Nadie dudó en ese momento en obedecer. Inclinaron su rostro y, con toda la impotencia del mundo, se arrodillaron. Todos, menos uno.
—¿Qué haces? —Le gruñó Thenrion a Alonso—. Arrodíllate ahora mismo.
—¿Por qué haces esto? —preguntó Alonso a Gabriel a todo pulmón. Miró las caras de todas las personas, desde el escenario hasta su alrededor; impotentes, asustados y desesperados por ser libres.
—Alonso, arrodíllate ahora —dijo Gabriel levantándose de su trono—. ¡ARRODILLATE!
—¡¿Dónde está Andrea?! —gritó el muchacho.
—Cierto, cierto —El jefe recobró la compostura. Acomodó su largo cabello hacia atrás y sonrió al moreno con malicia—. Ella está teniendo un trato… preferencial si gustas llamarle. Por eso no puedes verla.
—Devuélvela, Gabriel.
—No estás en posición de exigirme nada —gritó enojado—. Ni tú, ni ninguno de estos miserables.
—Si Andrea no está aquí yo no tengo porque obedecerte.
—Chico —dijo alguien detrás de Alonso—. Harás que nos maten a todos, empezando por ellas, detente.