El aire denso del sótano olía a café fuerte y a la ligera dulzura de las galletas horneadas, un contraste acogedor con el brillo carmesí de las bombillas que teñían las paredes de ladrillo visto. El zumbido bajo de los servidores de Reina se mezclaba con el suave crujido de las pizarras llenas de anotaciones estratégicas, un mapa de venganzas meticulosamente planeadas. En una esquina, el sofá de terciopelo púrpura, con sus cojines mullidos, parecía un rincón de lectura acogedor en cualquier otro lugar, pero aquí, junto a la mesa repleta de migas de galletas y tazas de café a medio beber, era donde se fraguaban las caídas más espectaculares.
Las paredes no eran un simple desorden de ideas; eran un testimonio visual de su ingenio. Flechas de colores conectaban nombres con fechas, fotos de rostros confiados ahora marcados con círculos rojos, y diagramas complejos de planes que parecían sacados de una película de espías. Un estante de metal oxidado sostenía una colección de cajas etiquetadas con nombres enigmáticos: "Operación Confusión," "Humillación Máxima," "El Despertar de la Culpa."
La agencia no era simplemente un negocio; era un movimiento silencioso que se extendía por la ciudad como una red invisible. Las Erinias se dedicaban a restaurar el equilibrio roto, a ayudar a mujeres heridas por la traición y a exponer la hipocresía de los infieles con una mezcla de astucia y teatralidad.
Sus métodos eran tan variados como las ofensas que buscaban vengar, abarcando desde sabotajes elaborados que desestabilizaban vidas enteras hasta ingeniosos juegos psicológicos que desmantelaban egos inflados. Su lema, garabateado con pintura blanca en una de las pizarras, resumía su filosofía: “Si ellos rompen corazones, nosotras rompemos su ego.”
Las protagonistas:
* Valeria, la estratega: Delgada, con la elegancia fría de una pantera a punto de atacar, siempre vestía de manera impecable con trajes sastre de cortes precisos y tacones de aguja que resonaban con autoridad en el suelo de cemento. Sus ojos afilados, del color del ónix pulido, escrutaban cada detalle, anticipando movimientos y calculando riesgos con una precisión milimétrica. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en una coleta pulida que acentuaba la severidad de sus facciones, simbolizando su enfoque metódico y su control inquebrantable. Valeria sostenía el expediente con una mano enguantada de cuero fino, sus ojos oscuros brillaban con una intensidad casi palpable mientras leía, como si pudiera ver a través de las fachadas de sus objetivos. Ella era la arquitecta invisible de cada plan, la mente maestra que tejía las estrategias con la paciencia de una araña.
* Reina, la hacker: Pequeña pero poderosa como un microchip cargado de dinamita, con una melena azul eléctrico que desafiaba cualquier convención y que solía recoger en dos moños despeinados que le daban un aire aniñado y travieso. Sus chaquetas de cuero estaban adornadas con parches de bandas de rock underground y sus jeans rasgados contaban historias de conciertos ruidosos y noches de código sin fin, reflejando su espíritu rebelde y su conexión con el lado más oscuro y fascinante de la tecnología. Reina tecleaba furiosamente en su teclado retroiluminado, sus dedos adornados con anillos plateados moviéndose con la velocidad de un rayo. De vez en cuando, se detenía para morderse el labio inferior, concentrada, antes de volver a sumergirse en el mundo digital, donde los secretos se desvelaban a su antojo y el caos podía ser orquestado con unos pocos clics. Ella era el fantasma en la máquina, la que abría puertas cerradas y convertía la información en el arma más poderosa.
*Isabela, la carismática líder: Alta, con una presencia magnética que atraía todas las miradas como un faro en la noche. Su cabello ondulado, de un color caoba intenso, caía en cascada sobre sus hombros, siempre perfectamente arreglado, como si la brisa misma se peinara al tocarlo. Sus vestidos llamativos, con estampados audaces y colores vivos que irradiaban confianza, eran una extensión de su personalidad vibrante y extrovertida. Complementaba sus atuendos con joyas grandes y brillantes que capturaban la luz y acentuaban sus movimientos elegantes. Isabela entró en el sótano con la gracia de una estrella de cine, su vestido de seda color esmeralda ondeando ligeramente con su movimiento. La luz roja parecía intensificarse a su alrededor, resaltando el brillo de sus pendientes dorados. Ella era la cara visible de Las Erinias, la que tejía redes de contactos con una facilidad asombrosa, la que convencía a las clientas con su empatía genuina y la que negociaba los términos de cada venganza con una sonrisa encantadora y una determinación de acero.
Esa mañana, mientras las tres mujeres planeaban su próximo movimiento, la energía en el sótano era palpable, una mezcla de concentración tensa y camaradería juguetona.
—¿Quién creería que un abogado tan serio, con esa fachada de hombre de familia ejemplar, guardaba fotos de sus escapadas en un sórdido motel… disfrazado de zorro? —comentó Valeria, una comisura de sus labios curvándose en una sonrisa casi imperceptible mientras hojeaba un expediente repleto de pruebas irrefutables: correos electrónicos comprometedores, extractos bancarios sospechosos y, efectivamente, una serie de fotografías bastante explícitas.
Reina dejó escapar una carcajada sonora, inclinándose hacia atrás en su silla mientras sus dedos seguían danzando sobre el teclado. —Se lo merece. Por años engañó a su esposa, una mujer encantadora que lo adoraba, mientras daba discursos sobre ética y familia en el club de golf. ¡Ridículo! La hipocresía en su máxima expresión.