Agencia de venganza

Capítulo 6: Más allá de las máscaras

El sol de la mañana, aunque brillante, aún no lograba disipar la persistente neblina que se aferraba a las estrechas calles adoquinadas del viejo barrio de la ciudad. El aire vibraba con el bullicio constante del tráfico, el eco lejano de las sirenas y las conversaciones animadas de los transeúntes. Pero dentro del pequeño apartamento de Reina, ubicado en un edificio de ladrillo desgastado con una escalera de incendios oxidada que daba a un callejón trasero, un silencio casi monástico reinaba. Su espacio vital era un reflejo caótico, pero entrañable de su compleja personalidad: paredes cubiertas casi por completo con pósters descoloridos de bandas de rock legendarias, estanterías repletas de libros de programación, novelas de misterio con tapas arrugadas y cómics de culto, y una mesa de escritorio de madera maciza atestada de circuitos electrónicos a medio montar, cables sueltos como enredaderas metálicas y una laptop con la pantalla siempre encendida, mostrando líneas interminables de código. Aunque Reina disfrutaba enormemente de la descarga de adrenalina que le proporcionaba su trabajo con Las Erinias, esos momentos de soledad introspectiva eran esenciales para reconectar con la mujer que se escondía detrás de la hacker rebelde: una joven apasionada que luchaba contra su propio caos interno.

Esa tarde, mientras ajustaba los parámetros de un intrincado programa diseñado para una operación próxima, su mirada, habitualmente enfocada en la pantalla, se desvió hacia una caja de cartón polvorienta apilada en una esquina del cuarto, casi oculta tras una pila de amplificadores viejos. Dentro yacían fotografías descoloridas, instantáneas congeladas en el tiempo que evocaban recuerdos de su vida antes de unirse a la agencia de venganza. En una de las fotos, capturada en un día soleado de primavera, aparecía ella con su hermana mayor, Elena, ambas sonriendo despreocupadamente bajo la sombra de un árbol centenario cuyas ramas estaban adornadas con una explosión de flores rosadas. Fue Elena, con su espíritu indomable y su trágica historia de traición amorosa, quien había inspirado en Reina la profunda necesidad de luchar por las mujeres que habían sido heridas y humilladas por hombres sin escrúpulos. Aunque la propia Reina había experimentado el amargo sabor del desamor en carne propia, la injusticia sufrida por su hermana la había marcado de una manera mucho más profunda. Por eso se aseguraba, con una determinación casi obsesiva, de que ninguna otra mujer tuviera que soportar el mismo dolor y la misma sensación de impotencia que Elena había vivido.

Sin embargo, Reina no estaba sola en su mundo de tecnología, códigos y rebelión silenciosa. Al otro lado de la ciudad, en un contraste casi perfecto con el apartamento de Reina, Sebastián Vega se encontraba en su impecable oficina en la torre de cristal de Los Centinelas, revisando una serie de documentos financieros con la misma precisión milimétrica que lo caracterizaba en todos los aspectos de su vida. A diferencia del desorden apasionado de Reina, el entorno de Sebastián era la personificación del orden y la eficiencia: paredes blancas inmaculadas adornadas con sobrias obras de arte abstracto, un escritorio de cristal despejado donde solo reposaban los documentos esenciales perfectamente alineados y una vista panorámica de la ciudad que parecía reflejar la frialdad calculada de su mente. Sus días comenzaban y terminaban con una rutina casi ritual, pero detrás de su fachada de hombre serio, imperturbable y pragmático, latía una frustración profunda y persistente con un sistema que, en su opinión, había permitido que su propia vida personal se desmoronara estrepitosamente años atrás, dejándolo marcado por la cicatriz de una traición inesperada.

Aquella tarde, mientras la luz del sol comenzaba a declinar tiñendo el cielo de tonos naranjas y morados, una notificación discreta apareció en la esquina inferior derecha de la pantalla de Sebastián: un nuevo informe de inteligencia relacionado directamente con las actividades de Las Erinias. Su mirada se endureció ligeramente al leer los detalles concisos pero alarmantes. La agencia rival estaba planeando algo de gran envergadura, y todo indicaba que su objetivo principal era un complejo sistema financiero que él mismo había diseñado e implementado para uno de los clientes más importantes de Los Centinelas.

—Parece que estas mujeres tienen habilidades mucho más sofisticadas de lo que inicialmente habíamos supuesto —murmuró para sí mismo, con un tono que denotaba una mezcla de respeto y creciente preocupación.

Pero lo que Sebastián aún no sabía era que aquella operación en particular, la que él estaba analizando con tanta atención, sería un punto de quiebre inesperado en su relación profesional, y quizás personal, con Reina. Quien, en ese mismo instante, desde la relativa seguridad de su apartamento lleno de recuerdos y cables, estaba finalizando los preparativos para lanzar un ataque directo y audaz a los sistemas que él vigilaba con tanta diligencia.

El encuentro inesperado

Horas más tarde, cuando la ciudad ya se había rendido al manto oscuro de la noche, Reina, ataviada con un uniforme de empleada de soporte técnico que le quedaba ligeramente grande y con una identificación falsa colgando de su cuello, logró ingresar al imponente edificio de oficinas donde Sebastián trabajaba. Su objetivo era claro y preciso: acceder al sistema de vigilancia de la empresa para obtener evidencia crucial contra un cliente infiel y poderoso que Las Erinias estaban investigando. Se movía con sigilo por los pasillos silenciosos, sus pasos amortiguados por las suelas de goma de sus zapatos, hasta que finalmente llegó a la puerta de la sala de servidores, el corazón digital del edificio. Pero justo cuando estaba a punto de insertar su llave maestra falsificada en la cerradura, la puerta se abrió, revelando la figura alta y familiar de Sebastián, quien ya había detectado su presencia a través de los sistemas de seguridad.




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