Agencia de venganza

Capítulo 8: Juegos Peligrosos

El día amanecía en la ciudad con la promesa de una calma engañosa, una suave brisa matutina danzando entre los edificios y acariciando las calles aún medio dormidas. Isabela, con su energía radiante que parecía desafiar incluso al sol naciente, estaba sentada en una mesa de mármol de una elegante cafetería boutique, ubicada en el corazón del distrito financiero. El aroma embriagador del café recién hecho y la dulce fragancia de los croissants recién horneados llenaban el aire mientras ajustaba meticulosamente los detalles de su próximo plan para Las Erinias. Frente a ella, sobre la impecable superficie de la mesa, reposaba el expediente de su nuevo cliente: una empresaria exitosa y sofisticada que había descubierto, con una mezcla de incredulidad y furia, que su esposo, un hombre de negocios aparentemente devoto, estaba utilizando descaradamente el dinero que ella había generado con tanto esfuerzo para mantener a una amante joven y ambiciosa. El objetivo para Las Erinias era cristalino: hacer que el infiel esposo entendiera, de la manera más pública y humillante posible, el verdadero significado de ser expuesto y ridiculizado ante sus pares.

Isabela tomó un sorbo de su cappuccino, la espuma cremosa dejando un ligero bigote blanco sobre sus labios pintados de un rojo carmesí. Mientras tanto, sus dedos ágiles danzaban sobre la pantalla de su tableta, escribiendo una lista de ideas creativas y audaces para ejecutar el plan de venganza.

—Un evento de caridad de alto perfil podría ser el escenario perfecto para nuestra obra maestra —murmuró para sí misma, sus ojos verdes brillando con una chispa traviesa mientras una sonrisa llena de picardía se formaba lentamente en sus labios—. Las cámaras de televisión, los invitados influyentes, y él, creyéndose el centro de atención por las razones equivocadas... será un espectáculo inolvidable.

Lo que Isabela no sabía en ese momento era que Los Centinelas también estaban al tanto de este caso. Diego Marín había recibido una llamada telefónica desesperada del esposo traicionado, un hombre influyente y bien conectado que buscaba frenéticamente proteger su reputación antes de que fuera hecha trizas por las revelaciones que su esposa planeaba hacer públicas. Para Diego, este caso no era simplemente otra misión rutinaria; era un juego personal, una oportunidad tentadora para enfrentarse directamente a Las Erinias y, más específicamente, a la carismática e impredecible Isabela. La idea de un nuevo encuentro con ella, bajo circunstancias tan opuestas, despertaba en él una mezcla de anticipación y una competitividad juguetona.

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La noche del evento benéfico, una elegante gala celebrada en un lujoso salón de baile adornado con lámparas de cristal y arreglos florales exquisitos, llegó rápidamente. Isabela, deslumbrante con un llamativo vestido rojo de seda que parecía capturar y reflejar cada haz de luz, destacaba entre la multitud de invitados como una flor exótica en un jardín bien cuidado. Caminaba por el salón con una seguridad y un porte que no podían pasar desapercibidos, su sonrisa brillante y su conversación animada atrayendo la atención de quienes la rodeaban. Su objetivo era claro: acercarse al esposo infiel, el centro de la controversia, y asegurarse de que todos los presentes, incluyendo los medios de comunicación, fueran testigos de la verdad sobre sus acciones.

Mientras tanto, Diego, impecable en un esmoquin negro que realzaba su figura atlética, observaba todo desde una esquina estratégica del salón, su característica sonrisa despreocupada adornando su rostro mientras sus ojos avellana seguían cada movimiento de Isabela. Cuando la vio deslizarse con gracia entre la multitud, acercándose cada vez más a su objetivo, supo que era el momento de hacer su jugada.

Se acercó a ella con una desenvoltura natural justo en el instante en que Isabela estaba a punto de iniciar una conversación con el esposo, interponiéndose en su camino con una sonrisa encantadora y una mirada que prometía diversión.

—Vaya, Isabela. Esto sí que es una sorpresa inesperada. No esperaba encontrarte aquí esta noche —dijo Diego, fingiendo una sorpresa que no sentía en absoluto mientras la miraba directamente a los ojos, su voz impregnada de un tono suave y ligeramente burlón.

Isabela no perdió ni por un segundo su compostura, aunque una chispa de desafío encendió el verde esmeralda de sus ojos.

—«¿Sorpresa?» Por favor, Diego. Ambos sabemos que ninguno de los dos cree en las coincidencias, especialmente cuando se trata de nuestros... intereses profesionales.

Diego rió entre dientes, disfrutando visiblemente del intercambio de palabras.

—Culpable, lo admito. Aunque me parece que tú tampoco eres una gran creyente en el azar cuando se trata de este tipo de eventos, ¿verdad?

Por unos segundos, ambos se quedaron en silencio, sus miradas entrelazadas en un duelo silencioso, midiendo el terreno y sabiendo que el próximo movimiento de cualquiera de los dos podría cambiar por completo el curso de la noche. Diego rompió el silencio primero, con un tono de voz que mezclaba una sinceridad juguetona con una clara invitación al desafío.

—¿Por qué no hacemos esto un poco más interesante, Isabela? Tú intentas sabotear a mi cliente y exponer sus... digamos, debilidades. Yo, por mi parte, haré todo lo posible por proteger su reputación y evitar cualquier escándalo. Veamos quién es mejor en lo que hace. ¿Qué te parece?

Isabela sonrió lentamente, una curva elegante y peligrosa que revelaba su entusiasmo ante el desafío. Sintió la chispa de la rivalidad encenderse en su interior. —Un juego peligroso, Diego, pero me encantan los riesgos. Acepto tu propuesta. Aunque, en el fondo, ambos sabemos quién terminará ganando esta partida.




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