La noticia de una exclusiva subasta de arte privada recorrió los círculos de la alta sociedad de la ciudad como un rumor eléctrico, propagándose a través de susurros confidenciales en cenas elegantes y mensajes encriptados en aplicaciones de mensajería selectas. El evento prometía ser una velada de sofisticación y opulencia, una oportunidad única para contemplar y adquirir piezas de arte excepcionales, pero también un escaparate social donde las figuras más influyentes de la ciudad se congregarían para ver y ser vistas, compitiendo discretamente por los codiciados lotes. Entre los selectos invitados se encontraba Víctor Fernández, un coleccionista de arte con una reputación tan brillante como las joyas que solía lucir su esposa, pero también tan turbia como las aguas de un pantano. Aunque era reconocido en el mundo del arte por su aguda visión para las obras maestras y su pasión aparentemente inagotable por la cultura, también era tristemente famoso por utilizar sus valiosas adquisiciones como moneda de cambio para encubrir sus numerosos escándalos financieros y personales... y en más de una ocasión, había traicionado sin escrúpulos la confianza de mujeres poderosas que, cegadas por su encanto y su aparente sofisticación, habían confiado en él.
Para Las Erinias, este caso representaba una oportunidad dorada. Su cliente, una conocida y respetada galerista llamada Sofía Vargas, había sido víctima de las maquinaciones de Víctor, quien, con una astucia despiadada, había utilizado la colección de arte que ambos habían construido con esfuerzo y dedicación para asegurarse un lugar privilegiado en la élite social, mientras simultáneamente orquestaba una campaña de difamación para destruir la reputación profesional de su socia y apropiarse de su parte del negocio. El objetivo para Valeria, Reina e Isabela era claro y moralmente imperativo: humillar a Víctor Fernández públicamente, exponiendo su hipocresía y su doblez ante toda la sociedad, y asegurarse de que nunca más pudiera manipular ni dañar a otra mujer con sus artimañas.
—La subasta será nuestro escenario perfecto —declaró Valeria, con su mirada afilada recorriendo el plano detallado del lujoso salón donde se celebraría el evento—. Reina, tu misión será infiltrarte en el sistema de sonido del lugar y tener control total sobre los micrófonos. Necesitamos que nuestra verdad resuene en cada rincón de ese salón. Isabela, tú te mantendrás cerca de los invitados, especialmente de aquellos con influencia en los medios y en los círculos sociales donde Víctor se mueve. Asegúrate de que reciba la atención que realmente se merece, una atención que desvele su verdadera catadura moral.
Pero lo que Las Erinias no sabían era que Víctor Fernández, consciente de su precaria situación y temiendo que cualquier desliz pudiera ser utilizado en su contra por sus numerosos enemigos y las mujeres que había agraviado, también había recurrido a los discretos pero eficientes servicios de Los Centinelas para proteger su imagen pública y neutralizar cualquier posible amenaza. Para Adrián y su equipo, este no era simplemente otro caso de relaciones públicas; era una oportunidad estratégica para demostrar su valía y, lo que era aún más importante, para detener a sus escurridizas enemigas antes de que pudieran causar más daño a sus clientes.
Adrián revisó los detalles del evento con su equipo en la atmósfera pulcra y silenciosa de su oficina. La luz tenue de la tarde se filtraba a través de las persianas venecianas, creando sombras geométricas sobre la mesa de cristal.
—Sabemos que estarán ahí. Reina seguramente intentará hackear los sistemas del lugar, y Valeria tendrá algún plan estratégico elaborado con su habitual meticulosidad. Necesitamos estar preparados para cualquier movimiento que hagan. Diego, tu tarea será mantenerte cerca de Víctor en todo momento, actuando como su sombra discreta. Sebastián, asegúrate de tener bajo control todos los sistemas digitales del evento; cualquier anomalía debe ser detectada y neutralizada de inmediato.
El enfrentamiento
La subasta comenzó puntualmente a las ocho de la noche, impregnada de una atmósfera de elegancia estudiada y glamour ostentoso. Las luces cálidas y estratégicamente colocadas realzaban la belleza de las valiosas piezas de arte expuestas sobre pedestales iluminados, mientras los invitados, ataviados con sus mejores galas y luciendo joyas deslumbrantes, disfrutaban de copas de champán espumoso y entablaban conversaciones superficiales sobre arte, negocios y los últimos cotilleos de la sociedad. Pero debajo de esta fachada de sofisticación, en las sombras y los pasillos discretos, ambas agencias estaban trabajando activamente, cada una moviendo sus piezas en un intrincado juego de ajedrez invisible, intentando anticiparse y frustrar los movimientos de la otra.
Reina, oculta en una sala de control improvisada en el sótano del edificio, con su laptop como centro de operaciones y sus dedos danzando ágilmente sobre el teclado, comenzó a manipular el sistema de sonido del salón principal. Con una precisión milimétrica, interrumpió el discurso inicial del anfitrión, un reconocido experto en arte con una voz engolada, con mensajes sutilmente editados que insinuaban las oscuras traiciones y la doble moral de Víctor Fernández, sembrando una semilla de duda y sospecha entre los asistentes.
—Perfecto. La curiosidad está sembrada. Ahora todos empezarán a mirar a Víctor con otros ojos —murmuró para sí misma, con una sonrisa de satisfacción mientras ajustaba los parámetros de su software de intrusión.
Sebastián, desde su centro de mando móvil ubicado en una furgoneta discretamente estacionada en una calle lateral, detectó el ataque cibernético casi de inmediato. Con una rapidez impresionante, contraatacó, restaurando el control del sistema de sonido y enviando una señal encriptada que bloqueó temporalmente los dispositivos de Reina, frustrando su intento de causar un caos mayor.