Agencia de venganza

Capítulo 12: Enemigos Oportunos

Los hilos invisibles de sus respectivas investigaciones tejieron un destino compartido para Las Erinias y Los Centinelas, guiándolos hacia el epicentro de la vida social de la élite política y empresarial: un club nocturno exclusivo, cuyo brillo opulento ocultaba negociaciones secretas y alianzas estratégicas. Era allí, en medio del murmullo sofisticado y el tintineo de copas, donde Esteban Moncada y sus influyentes socios celebraban la culminación de un acuerdo político trascendental.

Sin embargo, el azar, o quizás la ironía del destino, tenía reservada una sorpresa para ambos equipos de expertos en desentrañar verdades ocultas: la confrontación inesperada con su némesis recurrente, la sombra competitiva que siempre acechaba en los márgenes de sus casos.

Valeria, con su instinto agudo para detectar presencias significativas en una multitud, divisó la figura inconfundible de Adrián apoyado en una columna, su porte elegante destacando incluso en aquel ambiente de distinción. Antes de que él pudiera percatarse de su presencia, una expresión de sorpresa matizada por una cautelosa evaluación se dibujó en su rostro.

—Vaya, vaya… el universo parece empeñado en que nuestros caminos se crucen —murmuró para sí misma, con un brillo de curiosidad en sus ojos oscuros.

En otro rincón del club, donde la luz tenue creaba juegos de sombras seductores, Diego ya había localizado a Isabela, elegantemente vestida y bebiendo un cóctel con una serenidad estudiada en la barra. Con su habitual sonrisa tranquila, que a menudo ocultaba una mente astuta, se acercó a ella.

—Isabela. Qué coincidencia… o quizás no tanto. ¿A qué debemos el placer de tu presencia en este… particular santuario?

Isabela tomó un sorbo pausado de su bebida, sus ojos felinos fijos en los de Diego, sin perder ni una pizca de su aplomo característico.

—Trabajo, Diego. Una actividad que, si no me equivoco, también te resulta familiar. ¿O acaso estás aquí disfrutando de la celebración ajena?

Mientras la tensión palpable comenzaba a tejerse entre sus colegas, Reina, desde una ubicación discreta, intentaba infiltrarse en el sistema de seguridad del club, buscando accesos a grabaciones o registros que pudieran arrojar luz sobre el comportamiento de Esteban Moncada. Frustración cruzó su rostro al ver que los protocolos, habitualmente vulnerables a su ingenio, se mantenían inexpugnables.

—Maldición… alguien ha reforzado las defensas. Esto huele a interferencia deliberada —susurró con fastidio, sus dedos danzando sobre el teclado con una velocidad furiosa.

En la sala de control de seguridad del club, un espacio normalmente reservado para ojos internos, Sebastián observaba los sutiles pero persistentes intentos de intrusión digital con una leve sonrisa de reconocimiento.

—Reina… tan persistente como siempre. Parece que la palabra ‘rendirse’ no figura en su vocabulario.

Algún día aprenderá que ciertos muros son infranqueables.

El inevitable choque de sus investigaciones paralelas se materializó cuando ambos equipos, moviéndose con la precisión de depredadores en territorio conocido, comprendieron que sus presas eran las mismas, aunque sus percepciones de quién era el cazador y quién la víctima fueran radicalmente opuestas.

Adrián, acercándose a Valeria con una calma tensa que contrastaba con la electricidad que flotaba en el aire, planteó la pregunta crucial.

—Valeria. ¿Las acusaciones de tu clienta se sostienen sobre pruebas concretas, verificables? ¿O simplemente estás actuando impulsada por su testimonio, por la narrativa que ella te ha presentado?

Valeria cruzó los brazos sobre el pecho, su postura reflejando una firmeza inquebrantable.

—En Las Erinias, la diligencia es un principio fundamental. Siempre verificamos, investigamos a fondo antes de emitir juicios o tomar acciones. Y tú, Adrián… ¿estás protegiendo a este hombre porque genuinamente crees en su inocencia, o simplemente estás cumpliendo con un contrato, defendiendo una imagen a cambio de una generosa suma?

En ese instante, la pantalla del teléfono de Valeria vibró, seguida por los de Isabela y Reina. Sebastián, con su impecable sentido de la oportunidad, les había enviado un paquete de datos conciso y revelador: extractos de comunicaciones electrónicas, registros de transferencias financieras y un análisis forense digital que apuntaban inequívocamente a la manipulación orquestada por Natalia Ríos.

Reina, con los ojos fijos en la pantalla, dejó escapar un suspiro apenas audible.

—Maldita sea… odio cuando la lógica fría de los datos contradice la calidez de una historia de agravio. Pero esto… esto encaja de una manera escalofriante.

Valeria intercambió una mirada significativa con Isabela y Reina, la comprensión silenciosa fluyendo entre ellas. La lealtad a la verdad, el principio rector de su agencia, pesaba más que cualquier compromiso inicial. Con una resolución palpable, Valeria se dirigió a Adrián.

—En Las Erinias, tenemos una política inquebrantable: no somos escudo de mentirosos, ni cómplices de la manipulación.

Por primera vez, la rivalidad constante entre Las Erinias y Los Centinelas se desvaneció en un segundo plano. No estaban alineados, pero tampoco enfrentados. Ambos se encontraban en la incómoda posición de reconocer que sus percepciones iniciales podrían haber sido sesgadas por la habilidad de un tercero para tejer una elaborada red de engaño. En ese momento, la figura de Natalia Ríos se erigió como un adversario común, un enemigo oportuno que, paradójicamente, había logrado unirlos en una búsqueda compartida de la verdad, más allá de las lealtades iniciales y las rivalidades profesionales.




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