Con la verdad de Natalia Ríos expuesta, el aire entre Las Erinias y Los Centinelas cambió. La tensión competitiva no desapareció del todo, pero una nueva capa de respeto, y quizás una curiosidad mutua, comenzó a cernirse. El enemigo común había redefinido las reglas del juego.
Valeria, con su habitual pragmatismo, fue la primera en articular lo que todos pensaban.
—Natalia Ríos es un problema. Un problema que, curiosamente, nos afecta a ambos. Su campaña de desprestigio contra Esteban no solo lo perjudicará a él, sino que también minará la credibilidad de cualquier agencia que se hubiera puesto de su lado. Y seamos honestos, si ella logra salirse con la suya, sentará un precedente peligroso.
Adrián, cuyo rostro solía ser una máscara de calculada indiferencia, mostró un atisbo de asentimiento.
—El objetivo de Natalia no es solo el dinero, es la destrucción. Ella opera con una malevolencia calculada que supera la simple disputa por un divorcio. Necesita ser detenida, y su modus operandi la hace un objetivo común.
Isabela, siempre perspicaz, observó la dinámica entre Valeria y Adrián.
—Una unión de fuerzas… ¿quién lo diría? La dama de la justicia y el caballero de la eficacia. La prensa enloquecería.
Diego, con su mirada aguda, añadió:
—Más allá del circo mediático, hay un valor intrínseco en esta colaboración. Nuestras fortalezas se complementan. Reina es un genio tecnológico, Sebastián tiene una mente estratégica implacable. Valeria tiene una ética de hierro, Adrián sabe cómo moverse en las esferas del poder.
Reina, que ya estaba analizando los nuevos datos enviados por Sebastián, levantó la vista.
—Si combinamos nuestras bases de datos y herramientas, podemos construir un caso hermético contra ella en cuestión de horas. Los movimientos de sus cuentas, sus comunicaciones borradas… todo está ahí, pero disperso. Juntos, podemos hilarlo.
Sebastián sonrió ligeramente.
—Una oportunidad para demostrar que la verdad, cuando se persigue con la suficiente tenacidad, no puede ser sofocada por el engaño.
La decisión se tomó rápidamente, casi sin palabras, una comprensión tácita que flotaba en el ambiente. Por primera vez, las dos agencias más prominentes y rivales de la ciudad unirían sus recursos, no por un cliente, sino por un principio mayor: la integridad de la justicia misma. La alianza era frágil, construida sobre un terreno de rivalidad y respeto mutuo, pero la amenaza de Natalia Ríos era lo suficientemente grande como para hacer que sus diferencias pasaran a un segundo plano.
La estrategia conjunta fue diseñada con una precisión quirúrgica, un golpe maestro que combinaba la astucia legal de Las Erinias con la implacable eficiencia de Los Centinelas. No buscarían un enfrentamiento público abierto, sino una revelación controlada, una serie de filtraciones estratégicas que expondrían la red de engaños de Natalia sin caer en el sensacionalismo barato.
Reina y Sebastián trabajaron codo a codo en una sinergia asombrosa, sus habilidades complementarias. Mientras Reina rastreaba las huellas digitales más sutiles de Natalia, descubriendo correos electrónicos ocultos y registros de llamadas que confirmaban la premeditación de su plan, Sebastián analizaba los flujos de dinero y las transferencias ilícitas, conectando cada punto con una exactitud milimétrica. Juntos, desenterraron pruebas irrefutables de que Natalia no solo había fabricado evidencia de infidelidad de Esteban, sino que había estado manipulando los mercados de valores utilizando información privilegiada obtenida a través de la relación, asegurando una fortuna personal antes de detonar el escándalo del divorcio.
Valeria y Adrián, por su parte, se encargaron de la parte legal y mediática. Prepararon un informe detallado y contundente, no para publicarlo directamente, sino para filtrarlo a periodistas de investigación seleccionados, aquellos conocidos por su integridad y su capacidad para verificar los hechos.
El primer golpe llegó con un artículo en un prestigioso periódico económico. Bajo un titular discreto pero demoledor, se revelaban patrones inusuales en las transacciones bursátiles relacionadas con empresas ligadas a la familia Moncada, todas ellas realizadas por una entidad fantasma vinculada a Natalia Ríos. El rumor se extendió como pólvora, sembrando la duda sobre su papel de "víctima".
Luego, en una cadena de noticias nacional, un analista de ciberseguridad (asesorado por Reina y Sebastián) comentó sobre la facilidad con la que ciertos mensajes "borrados" podían ser recuperados, insinuando que algunas historias de infidelidad eran "convenientemente convenientes".
Sin mencionar nombres, el mensaje era claro para quienes seguían el caso.
La presión sobre Natalia se hizo insostenible. Sus aliados mediáticos comenzaron a dudar, sus abogados empezaron a ver las grietas en su historia. Las pruebas eran innegables. La verdad, aunque orquestada, se abría paso