Agencia de venganza

Epílogo: El Juramento y el Llamado Ineludible

Años después del resonante caso de Natalia Ríos, la bulliciosa capital fue testigo de una serie de eventos poco comunes, pero profundamente significativos para aquellos que habitaban en el submundo de la verdad y la intriga legal. Las alianzas forjadas bajo la presión de un enemigo común habían evolucionado, transformándose en algo más profundo y personal para los miembros de Las Erinias y Los Centinelas.

El día elegido para las bodas fue un sábado soleado. La Catedral de la Concordia, una imponente edificación que dominaba el centro de la ciudad, fue el escenario de estas inusuales uniones. Primero, Valeria y Adrián, con la majestuosa arquitectura como telón de fondo, se preparaban para pronunciar sus votos. Ella, radiante en un vestido de seda marfil, representaba la justicia inquebrantable; él, impecable en un traje de gala, proyectaba una presencia de calculada fuerza. En un salón contiguo de la misma catedral, Isabela y Diego aguardaban su turno. Isabela, elegante y serena, con un vestido que realzaba su aplomo, y Diego, con una sonrisa tranquila pero expectante. Finalmente, en un ala más íntima, lejos de los grandes salones, pero conectada por los mismos pasillos históricos, Reina y Sebastián se encontraban. Ella, con un vestido moderno y chic que incluía toques tecnológicos sutiles, y él, sorprendentemente cómodo en su traje, compartiendo una sonrisa cómplice que solo ellos entendían. La improbable confluencia de estas dos agencias rivales en un día tan íntimo llenaba el aire con una mezcla de sorpresa y celebración.

Las ceremonias transcurrieron con la solemnidad y el júbilo esperados. Las miradas intercambiadas entre Valeria y Adrián, la discreta complicidad entre Isabela y Diego, y la chispa intelectualmente juguetona entre Reina y Sebastián, sellaban no solo uniones personales sino también una tácita reconciliación entre las filosofías que sus agencias representaban. Cuando las palabras "Sí, acepto" resonaron por la nave central para las primeras parejas, y luego en los salones adyacentes para la tercera, los aplausos llenaron el aire, un eco de la nueva era que amanecía para estos profesionales del desentraño de la verdad.

Justo cuando los recién casados se disponían a salir para la recepción y la esperada sesión de fotos, un sonido agudo y persistente rompió la atmósfera festiva. No era la alarma de un coche, sino la notificación encriptada que solo los miembros de Las Erinias y Los Centinelas reconocían como una señal de emergencia de máxima prioridad. Un nuevo caso, de una complejidad evidentemente abrumadora, acababa de aterrizar en sus sistemas.

Adrián fue el primero en revisar su reloj inteligente, su expresión de felicidad transformándose en una de concentración inmediata. Valeria, al ver la misma notificación en su propio dispositivo, se acercó, el velo aún sobre su rostro. Isabela y Diego también la habían recibido, y la urgencia del llamado era innegable. Un instante después, Reina y Sebastián emergieron del ala lateral, sus ojos clavados en las pantallas de sus propios dispositivos, la misma urgencia reflejada en sus rostros.

—Es del Fiscal General —murmuró Adrián, su voz grave—. Un asunto de seguridad nacional. Parece que un consorcio tecnológico ha sido hackeado y la información que robaron podría desestabilizar la infraestructura crítica de la ciudad.

Valeria asintió con una determinación inquebrantable, ajustándose el velo con una mano.

—No podemos esperar. Las ramificaciones de esto son demasiado graves.

Sin mediar palabra, y con un asentimiento mutuo, los seis se dirigieron hacia la salida lateral de la catedral. Sus familiares e invitados, atónitos, observaban cómo los novios, aún con sus atuendos nupciales, se movían con una velocidad sorprendente. Adrián se volvió hacia Valeria, la tomó del rostro y la besó con una intensidad que prometía volver. Diego, sonriendo a Isabela, la abrazó y le dio un beso profundo y seguro. Reina, con una sonrisa enigmática, permitió que Sebastián la tomara por la cintura, y él la besó con una mezcla de ternura y la promesa de futuros desafíos compartidos.

—Disculpen las molestias —dijo Adrián, ofreciendo una disculpa general a sus atónitos familiares y amigos antes de subir a un vehículo que ya los esperaba, conducido por un discreto miembro del equipo de seguridad.

Valeria, con el dobladillo de su vestido de novia ligeramente levantado para facilitar el paso, ocupó el asiento del copiloto. Isabela y Diego les siguieron, sus rostros reflejando la misma seriedad profesional. Reina y Sebastián, ya discutiendo los primeros pasos de un plan de ataque cibernético, se subieron al tercer vehículo. En cuestión de segundos, los coches se alejaron, dejando atrás el confeti, las flores y los rostros perplejos de sus seres queridos.

Mientras los vehículos se abrían paso por las calles de la capital, alejándose de la celebración y sumergiéndose en el pulso de la ciudad que nunca duerme para sus protectores silenciosos, la lógica impecable de Reina ya había comenzado a diagramar las primeras líneas de código necesarias para la investigación. En su laboratorio remoto, Sebastián ya analizaba los patrones de ataque. Los seis profesionales, unidos ahora no solo por lazos personales sino por un compromiso inquebrantable con la verdad y la seguridad de la ciudad, se lanzaban a su nuevo desafío.

Vestidos de novios, con los ecos del "Sí, acepto" aún resonando en sus mentes, Valeria, Adrián, Isabela, Diego, Reina y Sebastián demostraron que para Las Erinias y Los Centinelas, la verdadera unión no era solo matrimonial, sino un pacto ineludible con la justicia, un llamado que siempre sería respondido, sin importar el momento, ni el lugar, ni el atuendo. La capital podía dormir tranquila; sus protectores, aunque recién casados, estaban listos para la acción.




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