Las nuevas cosas asustan mucho…
pero son necesarias para crecer
Gabriela
Observé los ojos verdes de Julián, cargados de esperanza y en especial de ese cariño que siempre me transmitían.
Recorrió mi rostro, impaciente de una respuesta. Pero al igual que todas sus propuestas anteriores la respuesta seguía siendo la misma.
—Perdón, Julián, pero…
—¿Por qué no? —me interrumpió con un suspiro cansino—. ¿No me crees? No es juego.
Rasqué mi ceja con dureza, incapaz de seguir viéndolo a los ojos.
—En serio me gustas mucho; me encanta tu forma de ser, de tratar a los demás, eres graciosa y gentil. —Mordió su labio con timidez—. Me encantas, Gabriela. Eres preciosa y… y me encanta tu cuerpo y…
Acalló por mis cejas contraídas. ¿Se supone que eso último era un halago?
—No quise sonar… —Se pasó una mano por la cara—. Perdón, es que me pongo nervioso.
Nerviosa yo también, subí la mirada para verlo mejor. Fue peor. La culpa me carcomía como miles de termitas insatisfechas.
—Julián, no puedo ser tu novia —dije despacio—. Me halagas mucho y eres un gran chico…
Las palabras se desvanecieron en la boca por su expresión. Él sabía a dónde se dirigía esto.
Bajo un parpadeo oculté la incomodidad que me provocaba la situación.
Julián fue uno de los pocos que me agradó cuando apenas llegué a esta escuela de niños riquitos. Él era becado, cosa que siempre contribuyó de alguna forma a su humildad. Me caía tan bien. Teníamos muchas cosas en común.
Solo había un problema: yo le gustaba. Y durante los últimos tres años no se daba por vencido.
—No quiero hacerte sentir mal ni dañar nuestra amistad, pero… no me gustas. Y no puedo estar con alguien que no me gusta, te estaría utilizando y jugando con tus sentimientos…
El pasillo empezó a hacerse más pequeño, como si me asfixiara.
—Ya sé, ya sé. Me lo has dicho muchas veces.
Sus ojos se tornaron oscuros y sus cejas fruncidas me expusieron lo molesto que estaba.
—Perdóname. Pero tú también sabes lo que pienso al respecto. ¿Para que una relación en este momento? Debemos concentrarnos en el estudio… —Viró los ojos con tedio—. Literalmente somos unos niños, no estamos para relaciones. No pueden los adultos mucho menos unos adolescentes inmaduros…
—Así me lo repitas mil veces. —Encogió un hombro—. Me vas a seguir gustando.
Mis labios se curvaron hacia arriba por la timidez oculta tras esa confesión.
—Ah, ¿sí? ¿Hasta cuándo? Hay muchas chicas más hermosas y dispuestas. Locas por salir conti…
—Además de que eso no es cierto; ninguna de ellas me interesa. Te quiero a ti, Gabriela.
Tuve que escarbar en mi mente para darle una excusa que me asegurara de no romperle el corazón, como la última vez que me aseguró que ya lo había hecho. No hallé ninguna.
—Perdóname. —Bajé la mirada—. Perdón por no poder corresponderte.
Julián miró el chocolate en mi mano, —que me había dado hace unos minutos—, y expulsó en un suspiro toda su frustración.
Yo también lo estaba un poco, en combinación con algo de enojo. Rápido me llegó el rumor de que él estaba diciendo que yo era una creída, y antipática, todo por no corresponderle sabiendo que lleva años pidiéndome que sea su novia.
¿Acaso cree que no le correspondía para herirlo? Nada de esto era apropósito.
—Estoy cansado de rogarte.
No respondí. Estaba pensando en una respuesta que fuera de su agrado. Pero me harté. He tenido que lidiar con lo mismo durante tres años.
¿Por qué tengo que seguir aguantando sus enfados estúpidos? Ya no más.
—Estás enojado y cansado de insistirme. Lo sé. —Ante mis ojos ya no estaba mi amigo—. ¿Pero por eso tenías que ponerme en ridículo en frente de todos?
Arrugó el ceño, haciéndose el inocente.
—No te hagas el tonto. Estás molesto, pero no tienes por qué decir cosas que no son. Siempre cuando estás con tus amiguitos te sientes grande, ¿no? ¿Quieres que sea completamente sincera? —Apreté la quijada, dubitativa en hablar—. Por eso no me gustas, porque no tienes personalidad.
Su expresión fue de incredibilidad total.
—Conmigo eres un chico estupendo, solo conmigo, pero cuando estás con otros me molestas con cosas que sabes que odio, no me respetas y no eres un buen amigo. Siempre he tratado de no hacerte sentir mal, de ser honesta contigo, pero no grosera, de no herir tus sentimientos, pero tú, lo has hecho muchas veces conmigo. Y eso no lo hace un buen amigo. Cuando estás con ellos eres uno y cuando estás conmigo eres otro. Yo quiero a alguien transparente. Y tú vives tanto del que dirán que no te importa arrastrarte por otros y moldearte a su gusto.
Sé que lo lastimé. Lo vi en sus ojos. A mí también me dolió decirle eso. Pero desgraciadamente era verdad. Era un chico que se avergonzaba por no venir de clase alta y hacía de todo por complacer a los demás para tapar ese pequeño «defecto» que él consideraba imperdonable.