Un nuevo comienzo
Las nuevas cosas asustan mucho…
pero son necesarias para crecer
Gabriela
Un cambio, de nuevo... otra vez... pasar por lo mismo. Creo que era una situación igual a la anterior y aun así asustaba. Mi papá siempre me ha recalcado que la vida está llena de cambios y que de eso se trata o si no, no tendría sentido vivir. Dice que no podemos conformarnos en un solo lugar, que no podemos acostumbrarnos a lo mismo, que siempre debemos aspirar a más, mucho más, porque entonces no podremos crecer como la vida nos lo pide para poder sobrevivir día con día, porque el mundo es cruel, y en él andamos.
El mundo no esperará a que estés listo porque en realidad nunca lo estarás.
Pero... ¿por qué lo romantizan? ¿por qué hablan del cambio como si fuera algo fácil?
Como por ejemplo... dejar ese trabajo que no te gusta...
Empezar otra carrera cuando ya estás a mitad de terminar otra... que no te gusta...
Terminar la relación con esa persona que... no te hace nada bien, pero qué crees que podrá cambiar...
«Los cambios siempre deben beneficiarte». Eso dice él, dice que siempre debemos buscar los cambios para mejorar... Aunque creo que a veces simplemente hay algunos para empeorar.
Pero por muy pequeño que sea, el cambio da mucho miedo, tanto que te nubla los sentidos y te impide ver más allá que el problema de lo que el cambio significa. No te permite ver los beneficios, solo las dificultades que traerá.
Como yo los veo justo ahora...
Estreché el empaste del cuaderno contra la hoja, tan duro que mi palma ardió. La campana incitó a mis pies inquietos repiquetear en el piso por la prisa de..., no sé, no quería ir a casa, no quería irme del colegio, pero al menos si quería irme de esta clase.
No quería saber más de ecuaciones y perímetros.
Todo se resumía a una sola persona: Aurelio Baldor. Admito que lo envidiaba un poco, solo un poco, haber sido unas de las personas que más aportó en el descubrimiento de las matemáticas, no debió haber sido fácil. Pero, luego recuerdo cada clase y la envidia se transforma en odio puro.
Achiné mis ojos por la desesperante sensación, la hormona del cortisol de burlaba de mí desde adentro, podía sentir a la muy maldita. Estaba tan estresada, más de lo acostumbrado. Un gran dolor de cabeza acompañó toda la hijueputa clase, me palpitaba en la parte baja de mi nuca y se extendía por toda mi sien.
Y, tras del hecho estaba con que menos es más y más es menos.
Hijueputa ley de signos.
¿Qué es esa mierda? ¿Por qué putas no podían dejar los signos como lo que significaban y ya? ¿Qué putas ganas de cambiarlos? No tiene sentido.
¿Las ecuaciones lineales de qué me servirían en la vida? Deberían enseñar algo que sea más productivo y no solo por protocolo. Claro, en mi opinión, lástima que el colegio no consulte conmigo a la hora de determinar qué asignaturas se dictarán.
Hoy traté de mantenerme positiva, sonriente, tratar de engañar al cerebro y sentir mi humor arrastrarse por el suelo iba a ser un impedimento para cumplir con eso hoy, porque no tenía la más mínima intención de recogerlo. Ahí se iba a quedar, hasta que mis papás me dijeran que todo era una estúpida broma, o al menos hasta que tuviera algo dulce en mi boca, capaz de borrar toda amargura de pensamientos negativos.
Las ideas nocivas perforaron mi mente con una violencia perturbadora hasta el punto de sentir una punzada en la frente. Desde que recibí la noticia una grieta se abrió en mi corazón.
¿Tal vez estoy exagerando? ¿Estaré siendo muy dramática?
Todos mis compañeros siempre hablan de lo genial que sería irse de aquí y hacer sus vidas en otro lugar, donde haya mejor tecnología, edificios que toquen el cielo y te lleven a ver la curvatura del planeta, cosas de ese estilo.
Pero eso piensan ellos, yo no. Yo no quiero irme de aquí. Amo mi país, aunque la corrupción sea la que reine y el peligro siempre esté al asecho en busca de robarte tu celular o cualquier cosa de valor que tengas.
No podía creer que mi hermano no rechistó ni para decir un «no». Tan fácil que es decir un simple «no». La decepción y la ira se introdujeron en mí en ese momento, no ser apoyada para no dejar Colombia fue como una traición.
¿Acaso no les dolía dejar su hogar? ¿Su tierrita? ¿Nuestra familia? ¡¿La comida?!
Escenarios catastróficos sobre lo que conlleva eso se formularon en mí al entender el gran peso de lo que significan las palabras: Nos mudaremos a Los ángeles.
Me rehusaba a dejar todo a lo que estaba acostumbrada: mis arepitas con queso en las mañanas, las visitas a la casa de mis abuelos, ir al Chorro de Quevedo a tomarte una buena chicha.
Eran muchas las cosas que me harían falta.
Creo que por eso mi corazón dolió, por no ver la más mínima mueca de mis hermanos para objetar.
Embutí las cosas de mala gana en mi maleta. Apreté la quijada con fuerza cuando no cupo todo y tuve que volver a sacarlo y meterlo, de nuevo. Esta vez, de forma decente para que todo cupiera o si no, botaría la hijueputa maleta por la ventana.