Agrio y Dulce Amor

Capítulo 2. Circulo vicioso

Circulo vicioso

El silencio es un arma muy poderosa

solo para el que la sabe usar

Ethan

Mamá salió colérica por el estruendoso ruido de algo romperse y como consecuencia me aventó lo primero que tuvo en mano: Un maldito plato de madera.

De un movimiento instintivo pude esquivarlo antes de que me quedara clavado en la frente o que me atravesara la cabeza. Mis ojos no perdieron el vuelo de aquel plato hasta quedar estrellado en el piso, junto con los trozos de…

Mierda.

Su jarrón favorito.

—Fue un accidente —me excusé al ver la ira fluyendo de sus ojos, fluctuando en el jarrón destrozado en el piso y mi rostro.

Levanté con cautela el plato, temiendo de que no tuviera otro guardado y me lo arrojara.

—¡Me asustaste! ¡Creí que era un ladrón! —chilló, enfurecida.

—¿Por qué estás despierta a esta hora?

Ojalá que la fingida tranquilidad de mi voz le diera buena señal y se fuera a dormir sin antes regañarme. Era pasada la medianoche, a esta hora ella jamás estaba despierta.

—¿En dónde estab…? —remplazó las palabras por un jadeo que cubrió con su mano.

Tal vez fue porque me acerqué un poco más y dejé ver mi rostro por completo de la oscuridad de la sala.

—Es tarde, deberías…

—¿Sabes la hora que es? —me interrumpió con hosquedad—. ¿Dónde estabas?

Su postura tensa era invitación a una larga charla para hacerme «recapacitar».

—Por favor, vete a…

—¡Respóndeme! —gritó acercando un paso amenazante.

La molestia me cubrió la boca, la cerré de golpe en una mueca que expresaba fastidio. Ni si quiera me dejaba hablar.

¡¿Cómo quería que le respondiera?!

—Mamá… —traté de decir, pero me quedé sin palabras, de nuevo, ella me las arrebató con la mirada. La ira estaba empezando a rasguñarme el pecho.

—Es que no entiendo —susurró, sus ojos se aguaron un poco—. Mira tu rostro. ¿Quién te hizo esto?

Se acercó a mí, sus nudillos fríos contrastaron con el calor de mis pómulos, acarició con suavidad esa zona, como si fuera algo delicado. Puse una mueca de dolor ante el tacto.

—¿En dónde estabas? —el murmullo se me clavó en los oídos, tocando fibra de mi conciencia. Su cara era la estampa de la preocupación—. Mírate las manos. Siempre es lo mismo contigo, Ethan.

Las tomó entre sus manos, las quité de un tirón por el pinchazo de dolor que me martilló los nudillos rasgados.

—¿Qué es lo que estás haciendo? ¿Qué es lo que haces para andar con la cara así? —siguió hablando, esta vez con más calma, lo que me dio un poco a mí.

Su mirada acusatoria aumentó de escaneo, aun así, mi boca se mantuvo cerrada y firme.

—Nada.

Un poco de seguridad en lo que decía le quitaría la estúpida idea de que andaba en las putas drogas, como siempre me recordaba en reproches.

—Dime, Ethan, o te juro que… —se calló a ella misma por mi mirada socarrona. Ella más que nadie odiaba las amenazas, y yo también.

Un largo suspiro brotó de los más profundo de sus pulmones. Y otro más de mí al sentir un punzón en la cabeza. Estaba cansado, solo quería mi maldita cama y un puto chocolate caliente con malvaviscos suaves.

¿Era mucho pedir?

—Dices que no es nada —bisbisó—. ¿Y entonces eso qué es? ¿Te chocaste con un poste?

Señaló mi pómulo con su mano.

Evité sus ojos en lo que me dirigí al refrigerador por una botella de agua, sus reniegues entre dientes bailaban por todo el ambiente.

—¿Puedes dejarme en paz? —respondí sin ganas de seguir la maldita conversación.

Era lo mejor si no quería pelear con ella.

—Estoy harta de pensar en las miles de posibilidades que pueda haber para que estés así. ¿Tan idiota te parezco como para que creas que no sé qué esos golpes son por pelear?

Detuve la botella en al aire, a segundos de ser consumida. Lo áspero que se sentía mi garganta en este momento no se comparó con lo que ese comentario me hizo. Me llevé la botella a la boca dándole paso al agua para ver si así se me aclaraban las ideas.

No funcionó.

—¡¿Acaso me has visto peleando?!

—No grites.

—Entonces déjame en paz —susurré tratando de controlar mi respiración.

—Supongo que… —titubeó—. Christofer siempre me ha dicho que peleas, pero yo nunca he podido creerle.

Bufé, hastiado.

—Oh, ¿y ahora si le crees?

Selló los ojos y estampó su palma contra el mesón.

—Si no quieres que te quite tu moto y que te inscriba a cursos intensivos para que no tengas tiempo ni de dormir. —Tomó una pausa—. Entonces será mejor que dejes lo que haces, no sé qué sea y también sé que no vas a decirme, pero o lo dejas o ya sabes las consecuencias, Ethan.

Eso me sonó a amenaza, y las odiaba a modos inimaginables. Solté un resoplido, aún seguía tratándome peor que un niño.

Sabía que no era el mejor tono, sabía que podría ganarme un regaño por esto y a pesar de que dudé, el reclamo salió al aire tan rápido que no lo pude aguantar.

—¿Y cómo vas a inscribirme a esa clase de cursos cuando ni siquiera tienes dinero?

Su rostro pasó de furioso a uno afligido en cuestión de segundos. Me reprendí de no haber sentido ni una pizca de culpa, pero ya estaba harto de esto.

—Pues yo me las arreglare para conseguirlo —murmuró sin verme a los ojos.

—¿Y cómo? —repuse entre dientes. La quijada tensa empezaba a doler.

—Como siempre lo he hecho.

Resoplé por lo bajo. Ya sabía que diría eso. Esa mierda de dinero era el único tema que estaba entre nosotros, todo el maldito tiempo hablando de él.

—Ah, ya entendí. ¿Se los pedirás prestado a la abuela? ¿O trabajaras doble turno? Siempre pareciendo pedir limosna, mamá, ¿verdad? Eso es lo que te gusta, ¿no?

Su cara se contorsionó.

—Ethan…

—¡Por eso estás estresada todo el puto tiempo, por pensar en el maldito dinero! ¡Lo único que te importa es eso!



#6159 en Novela romántica
#1576 en Chick lit

En el texto hay: amorodio, escolar, juventud y amor

Editado: 09.08.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.