Un poco de confianza
No está de más bajar un poco la guardia
ante eso que nos acelera el corazón
Gabriela
Conocí mi cuarto y un sentimiento de alivio me embargó de pies a cabeza, como si me cosquilleara todo el cuerpo. Yo creí que iba a ser algo sencillo, sin muchos detalles, pero mi familia siempre buscaba la forma de sorprenderme.
Tonos en color pastel y negro adornaban cada rincón de él, tal y como me gustaba. El espaldar acolchado, los cobertores color lila, almohadas del mismo color y algunas blancas en textura de peluche. Todo era cálido y esplendido, tan familiar. En especial el olor dulce.
Lo que más me fascinó fue el escritorio, acompañado de una biblioteca, la decoración sutil por bombillos pequeñitos en morado le daban calidez.
Me entusiasmé al pensar que podía guardar todos mis libros decentemente, en la casa de Colombia eso no se había implementado aún, y me conformaba con un cajoncito para todos mis libros, y tenía bastantes. Claro, luego me desilusioné porque obviamente no traje ninguno de mis libros. Y luego, me volví a entusiasmar por pensar en todos los que podría comprar.
Para mí eran lo más excitante del mundo. Los libros son el mejor arte que puede existir. Son una avalancha de letras que llevan consigo un mar de emociones en el que te sumerges con el más preciado deleite, sin temor a ahogarte.
Son un mundo de sentimientos y colores que no puedes expresar, es lo que te hacen los personajes y sus historias, te llevan con ellos muy lejos, te enamoran, te encantan, te destrozan y luego te dejan tirado con un vacío en el pecho, como si te arrancaran un pedacito de tu corazón para guardarlo entre las páginas de aquel libro que te cautivó. Es como si los personajes también se enamoraran de ti y en consecuencia se roban una parte fundamental de lo que eres.
—Quiero irme a dormir —la voz de Santiago era somnolienta—. Tengo mucho sueño.
Volqué los ojos con diversión. Lo raro sería que no lo tuviera. Se perdió por el pasillo hasta llegar al cuarto de nuestros padres.
Terminé de acomodar el pequeño cuadro en la pared, sin embargo, empinarme no bastó, no alcanzaba a colgarlo. Sonreí aliviada cuando los brazos de Steven aparecieron en frente de mi cabeza y lo enganchó con cuidado.
—¿Te vas a dormir ya? —pregunté por su cara de cansancio.
—Supongo, pero antes quería inspeccionar tu balcón una última vez. —Sonrió con malicia antes de echarse a correr hacía mi cuarto.
Lo seguí a pasos rápidos.
—Es lindo, ¿verdad?
Apoyé los codos en el barandal. Steven asintió con una pequeña sonrisa.
Era muy agradable, plantas en la pared, una silla colgante que parecía un mueble con cojines de peluche. Se sentía bien y relajante la brisa fresca.
La luna estaba redonda y preciosa, como si me dijera que todo iba a estar bien, así me sentía cada vez que veía el cielo en la noche o el amanecer. Era una paz inexplicable, eso que solo podías sentir, pero no explicar con palabras certeras.
Algo efímero e inefable.
Mi vista enfocó el perfil de Steven, captando su atención. No pude evitar sonreír.
—¿Qué? —Estrechó los ojos con sospecha.
—Es que eres idéntico al papá.
Una risa ronca se adueñó del ambiente.
—Igual que tú. Eres como la versión femenina de él.
Arrugué el entrecejo. Eso no es cierto.
—No, también tengo cosas de mi mamá. —Sonreí triunfante—. Tú si eres idéntico.
Me examinó de arriba abajo con extrañeza y luego bufó con diversión.
—Cada vez que te veo es como ver a mi papá con peluca.
Nos echamos a reír, tal vez porque ambos nos imaginamos a papá con una peluca.
Se puede decir que yo me parecía, pero no era morena como él, ni tenía el cabello negro, pero tampoco era blanca como mi mamá, ni tenía el cabello claro, era extraño, era como... una Nucita combinada. Tenía rasgos de ambos.
Él era como un hombre lobo y ella como un vampiro.
—El cielo está lindo hoy —expresó mirando hacia arriba, donde mi mirada también cayó —. Quiero comprarme un telescopio.
Puso su mentón sobre su puño y recostó su codo en el barandal.
—¿Para qué?
Sus expresiones de tranquilidad decayeron al instante.
—Pa' verme las huevas —contestó irónico—. Esas preguntas. ¿Para qué es un hijueputa telescopio?
Suspiré con diversión y le di un golpe en el hombro.
—Pues yo sí creo que sea pa' verte las huevas, deben ser diminutas.
La risa que iba a expulsar se quedó atrapada en mi boca cuando sujetó mi nuca y me zarandeó de lado a lado.
—¿Y cómo por qué sabrías como se ven unas huevas, señorita? —reprendió sin pizca de broma.
—Ay, déjame, déjame —supliqué porque me quitara la mano de encima—. ¡Me haces cosquillas!