Otra vida
¿Por qué desear otra vida
cuando ya tenemos el placer de ser nosotros?
A pesar de todo…
Ethan
Mis nudillos punzaron, ardieron, quemaron, igual o peor que mis mejillas. Golpeé una y otra y otra vez el saco de arena que colgaba del techo, un golpe tras otro, uno más fuerte que el anterior. Quería descargar toda mi frustración en cada embiste de mis puños. La rabia ebullía en mi interior por el recuerdo de hace pocos días.
Mi mirada se mantuvo fija en el objeto que deseaba golpear hasta despedazar. Imaginar que era Christofer solo provocaba que golpeara con más fuerza y desgastara mis energías de forma innecesaria.
Pero era algo ineludible, algo que no era capaz de controlar.
¿Por qué tenía que ir a una puta gala? ¿Por qué aparentar algo que no era?
Mis pulmones me exigieron un descanso, tuve que retirar la sudadera de mi cuerpo de un tirón bajo la falta de aire y el extenuante calor hostigador. Sentí como el ambiente frío me envolvió al instante.
Un tacto brusco, casi torpe me tomó del hombro, interrumpiendo mi entrenamiento. Giré mi mirada en esa dirección. Mi pulso se ralentizó al chocar con sus ojos azules, neutros como siempre. Traté de igualar su mirada para indicarle con un gesto que me quitara la mano de encima. Entendió al instante y con lentitud me despojó de su tacto.
—Tu turno —dijo en tono áspero—. No falles, la pelea de hoy es por dos mil dólares. Da un buen show. Muchos apuestan por ti y si apuestan más la recompensa aumenta. Sencillo.
—Ya lo sé, Leonardo.
Ya sabía toda esa mierda, no era necesario que me lo repitiera siempre. No era un puto niño.
—Cinco minutos.
Asentí en una mueca disimulada de dolor, el malestar de mi muñeca se intensificó al tratar de girarla. Leonardo se percató de eso, sus ojos escudriñaron mi cuerpo magullado, en especial esa área rojiza con bordes que comenzaban a tornarse en un morado oscuro. Suspiré con alivio cuando no replicó ni reprochó nada. Salió de aquel lugar con su postura dominante y hosca.
Gael se acercó a mí con la sonrisa que nunca le hacía falta a su rostro.
—Suerte, hermano. —Estiró el puño y lo choqué al instante, me arrepentí por el pinchazo de dolor que se incrustó en mi meñique—. Lamento no acompañarte hoy. No olvides curar esas manos.
Desvié la mirada a mis nudillos rojos e hinchados. Creo que me había pasado mucho tiempo golpeando ese saco, hasta este momento podía sentir como me palpitaban en dolor puro.
—Te veré mañana.
El tono de mi voz sonaba más apagado de lo normal. Él no reprochó nada, ya me conocía muy bien. Simplemente no estaba de humor.
Escuché la puerta cerrarse y luego el sonido de la alarma indicar la próxima contienda.
A pesar del dolor de mis manos o de la cantidad de pensamientos que no me dejaban ni resollar o de qué tan cansado me encontrara, la mezcla de enfado e impotencia siempre lograba que saliera victorioso.
Una combinación pésima, pero benéfica en este caso.
Me senté un momento para vendar mis manos con gasa, dolía como la mierda. Una vez vendadas fui al espejo del baño y observé mi rostro en él. Elevé mis manos a mis cejas, mis dedos rozaron mis sienes y para enfocarme comencé a balancearme de lado a lado mientras hacia un juego de pies.
Cerré mis ojos visualizándome en la pelea, concentrado en ganar. Los abrí nuevamente al sentirme lo suficientemente mentalizado, tenía confianza en esto, pero nunca se sabía con qué tipo de persona podías encontrarte aquí y para eso, el miedo que siempre me invadía antes de cada pelea debía eliminarlo para no hacerlo evidente.
Ante el enemigo no se demuestra miedo. Pero tampoco se elimina por completo, así que tu única opción es hacerlo invisible.
Volví a ponerme mi sudadera y salí de la pequeña habitación para ir al centro del lugar. En el camino encontré a chicas de poca ropa muy insinuantes y hombres llenos de tatuajes que amenazaban con la mirada a arrancarte la cabeza si no mantenías distancia.
Estos sitios eran horribles y asquerosos, después de todo aquí se llevaban a cabo peleas clandestinas. ¿Qué se podía esperar?
Droga, prostitutas, alcohol, problemas… dinero, todo en un mismo lugar. A mí solo me interesaba una cosa. Y era lo que iba a conseguir en este preciso instante.
—Charlie, bastante ágil, pero sin coordinación. Utiliza eso como ventaja —explicó Leonardo en cuanto llegué a su lado.
Un asentimiento de cabeza bastó para que entendiera que había prestado atención a su observación. La que tendría muy en cuenta. Deslicé mi mirada por todo el lugar hasta que di con aquel chico que me veía con ojos soberbios.
Mis oídos sufrieron de la algarabía ensordecedora, gritos de aprobación y uno que otro abucheo, no sabía si eran dirigidos a mí o al chico de ojos perezosos, igual no me importaba.
El chico y yo nos encaminamos por el tumulto de gente, hasta subir al cuadrilátero encerrado no en cuerdas, sino en reja.