A veces callamos por miedo a lastimar o perder eso que tanto anhelábamos y sin darnos cuenta se convierte en una mentira que el tiempo solo alimenta
Gabriela
Ahogué un grito en mi almohada y moví mis pies de arriba abajo como si estuviera nadando en las mejores olimpiadas. La euforia se extendía por todo mi cuerpo cada vez que recordaba el suave contacto de sus labios.
No podía creerlo. ¡Nunca me imaginé que yo podría estar con Ethan Brown!
Un momento…
¿Qué pasaría mañana? ¿Cómo debía actuar? No quiero ser empalagosa, pero, ¿ahora cómo podría contenerme de querer tener sus labios todo el tiempo?
La vibración de mi teléfono captó mi atención, pero no tanto como el nombre en él. Contesté la llamada como un gato erizado, listo para arañar.
—Ya se me olvidó que hasta existías —ese fue mi gran saludo.
—Hola, Gabi.
—¿No moriste? —seguí molestando—. Creí que tendría que visitar tu tumba.
—Perdón…
Escuchar esa voz de nuevo me trajo recuerdos de buñuelitos calentitos en navidad.
—¿Cómo has estado? —su voz al otro lado del teléfono se escuchaba cansada.
—Mal. Resulta que mi amiga me ignora desde hace meses y no contesta ninguno de mis mensajes.
—Perdón…
—Es molestando, Catica. —Me carcajeé al escuchar el resoplido—. Sé que estás en tus cosas, yo también ando en las mías. ¿Qué tal todo?
—Bien. Todo igual. ¿Y allá? ¿Cómo te va?
La pregunta resultó en horas de conversación acerca de lo que había pasado en estos meses. Sin contar detalles. No me gustaba que supieran todo de mí. Además, puedo decir que era mejor escuchando que hablando, pero en este caso quise arrancarme los tímpanos cuando me contó que había vuelto con Jonatan.
—No te juzgo, pero él te ha hecho mucho daño. Es un pendejo.
Del otro lado escuché una risotada que me despegó del teléfono.
—Es una broma, Gabi. ¿Cómo crees que voy a volver con ese chino hijueputa?
—Ah. —Parpadeé, asombrada—. Eres un fastidio, siempre con tus bromas, casi se me sale el corazón.
—Como sea, yo… en serio lamento no haberte llamado en todo este tiempo.
—Tranquila —le respondí.
—¿Y cuándo vas a volver?
La pregunta no solo me dejó mareada. También agrietó algo dentro de mí. Algo se rompió en ese instante, como si de pronto el espejo en el que veía reflejados a Ethan y a mí me hubiera estallado en la cara y se hubiera roto en miles de pedazos.
El mundo a mi alrededor se detuvo. Como si se hubiera abierto un portal y con un solo paso pudiera asomar la cabeza y estar en Colombia. Lo que antes veía con anhelo ahora lo aborrecía.
El desespero se esparció por mi habitación como una sombra escurridiza que venía por mí. Y estoy segura de que la sinceridad me miraba desde un rincón con decepción.
Volver.
La palabra se convirtió en una cadena que se adhirió a mis hombros sin temor a dejarme en el suelo, derrotada.
No quería. No podía volver. No aún.
¿Cuándo… me iría? No lo sé. ¿Cómo le diría a Ethan? ¿Cómo decirle que mi estadía aquí tenía fecha de caducidad? ¿Podría funcionar algo a distancia?
Lo dudo.
—¿Gabi? ¿Aló?
No puedo ser tan egoísta de iniciar algo que sé que tendré que romper. Y no exagero. Ni si quiera lo pueden saber mis padres. Y no quiero ocultar a Ethan como si él fuera un problema.
—¿Gabi? ¿Estás ahí?
No era solo la distancia. Era… mi familia.
—Ehm… Cata, perdón, tengo algo que hacer. Te llamaré luego.
No sé si se despidió o no, realmente no importó en ese momento.
Tendría que irme pronto… ¿Cómo le diría?
En un suspiro expulsé mi frustración. Salí al balcón y el brillo de la luna tiño con paz el espacio que se hizo abrumador.
No pude dormir bien por el sentimiento de culpa que me embargaba de a poco, como si lloviera dentro de mi interior hasta crear un diluvio que ya no era capaz de parar.
Puse un mechón de cabello detrás de mi oreja y seguí caminando por el pasillo con velocidad. Miré en dirección a mi pupitre y ahí estaba Ethan, esperándome.
Era la última clase del día. La única que compartíamos hoy.
La culpa creció por ver sus labios estirarse en una sonrisa preciosa. Me senté a su lado considerando el problema que hoy parecía una gota de agua, pero conforme pasara el tiempo el vaso comenzaría a rebosar.
—¿Por qué llegaste tarde?
—Estaba en el baño.
Con su mirada al frente y su postura prepotente se inclinó despacio hacia un costado.
—¿Qué quieres? —le susurré.
Me miró al igual que un tenebroso espectro. Me tomó el rostro y me plantó un suave beso en los labios.