Primer día de otro comienzo
A veces no debemos dejarnos llevar por la primera impresión,
casi siempre solemos equivocarnos
Gabriela
Lo único que se nos complicó a todos esta semana fue dormir y despertar con el nuevo horario, a veces me levantaba en la madrugada o dormía hasta muy tarde, pero aún nos estábamos acoplando. Era parte del nuevo proceso. Del cambio.
“A pesar de que el ser humano es una especie de costumbres y no hay un manual específico que funcione para todo el mundo. De lo que si podemos estar seguros es de que un mal hábito puede ser cambiado de forma gradual para que el cerebro se vaya acostumbrando a ese nuevo hábito que queremos implementar en nuestro estilo de vida…”
El libro era bastante interesante, pero no lo suficiente como para disipar mis nervios.
Es que, al fin podía decir con orgullo que había superado la etapa de ser la chica nueva, y justo cuando estaba por saborear la gloria de haberlo logrado, es como si me hubieran pegado una patada en la cara y me dejaran en el inicio de partida.
Mis hermanos estaban más tranquilos, yo por mi parte estaba ansiosa, porque soy un poco tímida y eso a veces me jugaba en contra, muy en contra. Demasiado diría yo.
Esperaba tener compañeros agradables, pero no deseaba encariñarme con nadie, porque las despedidas eran demasiado dolorosas. Se supone que estaría en California temporalmente así que solo quería pasarla bien y divertirme el tiempo que estuviera aquí. Así, cuando llegara el momento de partir no derramaría lágrimas.
Agosto estaba siendo un mes lleno de sorpresas, pero lo disfrutaría, y empezaría por mañana. Trataría de empezar con el pie derecho.
Los pensamientos malos volvieron a surgir por el sonido de los trastes amontonarse sin cuidado. El panqueque se llevó una mordida con suavidad, pero aún estaba dispersa.
—Las llevaré hoy a la escuela, pero después vendrá el autobús escolar por ustedes—comunicó mi hermano dando un sorbo a su café.
—¡¿Autobús?! —respondí atorándome con el panqueque—. Pero… ¿por qué? Puedo ir en moto y…
La protesta no pudo ser completada por un par de ojos, furiosos, más cafés que cualquiera de los que estábamos sentados en la mesa. Ni si quiera yo sé porqué dije eso, fue como un impulso de recuerdos, no había sido mi intención decirlo.
Mi mamá como siempre se limitó a seguirle la cuerda a mi padre y no responder nada. Mi hermano me miró con ojos precavidos, torciendo la boca en una negativa y negando sutilmente con la cabeza ante la mirada penetrante de Esteban.
—Sabes que no —reprendió mi papá con la mandíbula tensa—. Que yo te llegue a ver subida en una moto, Gabriela.
Eso, que para cualquier adolescente podría ser tomado como un simple regaño y ya, para mí no. Para mí, que conocía muy bien a Esteban, era como una amenaza, «como» no, era fijo una amenaza. Lo sabía muy bien.
Cada vez que él hacía una de estas cosas la tristeza llegaba a sentarse a un lado de mi pecho y de a poco empezaba a arañar mi corazón con sus filosas garras puntiagudas. La forma en la que hablaba cuando estaba enojado, asustaba a cualquiera. Así que a la tristeza se le sumaba uno de sus amigos.
El miedo.
🍭🍭🍭
«Sin nervios Gabi, tú puedes. Relájate, aquí deben ser amables». ¿Y si no? No creo que sean malos, solo es mi mente creando feos escenarios, ¿verdad?
Aspiré para darle claridad a mis pensamientos y fue en tres respiros o creo que cuatro en los que pude sentirme más relajada.
«No pasa nada, toda ira bien. Respira y cálmate».
—¿Qué te pasa? —preguntó Steven.
—¿Eh? ¿Por qué? —contesté sonriente.
—Te ves triste.
Hmmm… al parecer la sonrisa no funcionó como esperaba.
—No, es solo que… —busqué las palabras más convincentes—. Ya sabes que yo a veces soy toda sensible —concluí con una pequeña sonrisa, tratando de que aquello pareciera una broma—. Y pues no me gusta que mi papá me hable así, pero qué le puedo hacer.
Soltó el aire contenido en sus pulmones y me martilló con un leve reproche en sus orbes cafés.
—Sabes que no te lo dice a mal —reprendió en un intento de hacerme sentir bien.
Después de todo era mi primer día de clases en una escuela nueva, debía llegar con una buena actitud para que todo fluyera como se esperaba.
—Ya no importa.
Movió su cabeza de arriba abajo, despacio y la pequeña sonrisa que me brindó me hizo sentir mejor.
—¿Preparada?
Parqueó el auto al frente de la escuela.
Bueno, este cambio de tema me devolvió al pozo en el que me arrojó mi papá. Pude sentir la ansiedad sumergirse en mi estómago y hacer estragos ahí dentro.
Mis ojos recorrieron todo el lugar de unas varias pasadas.
Wow, cuantas personas, cuanto espacio, cuantos árboles. Creo que voy a perderme. No, no creo, estoy segura de que voy a perderme. Debí haberle hecho caso a Steven y haber traído un pan.